— La mesa está opíparamente servida. Los comensales son amigos que hablan de muchas cosas y engullen ricos manjares, pero no hay alegría.
— En las discotecas, las salas de fiesta, los espectáculos nocturnos hay gente que se mueve y contornea, pero no hay alegría.
— Ríen a carcajadas, se divierten ingeriendo alcohol y buscando sexo, pero no hay alegría.
— Horas y más horas frente al televisor, mucha información y más vídeos, pero no hay alegría.
— El chico es listo, guapo, crecido; trabaja y estudia, incluso saca buenas notas, pero no hay alegría.
— La joven es atractiva, inteligente, viste como gusta, tiene cuanto desea y sale con un muchacho, pero no hay alegría.
— Poseen un gran coche, dinero para vivir y adquirir aquellas cosas que se encuentran por la vida, pero no hay alegría.
— Tienen una casa repleta de objetos muy valiosos y prácticos, pero no hay alegría.
— Hay quien ostenta poder, manda y ordena y le obedecen los subalternos, pero no hay alegría.
La alegría es fácil imaginarla, cuesta trabajo adquirirla y es difícil conservarla.
La verdadera alegría no viene de fuera, sino que nace y crece desde dentro, en el interior de cada uno, como preconizaba Jesús, y explica el adagio popular:
«La alegría, en el alma sana se cría.»
Mons. d’Hulst afirmaba:
«La alegría es un asunto moral:
no es el bienestar el que la proporciona,
sino el alma la que la produce.»
Alimbau, J.M. (2001). Palabras para la alegría. Barcelona: Ediciones STJ.