En pocos días será vinculante el uso de la nueva traducción del misal, que además de otros cambios de menor relevancia, introduce un “cambio” en las palabras de la consagración a las que estábamos acostumbrados. En efecto, la primera traducción al castellano que se hizo en España del misal, para la consagración del cáliz, decía: “…sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros, y por todos los hombres…”. Sin embargo, ahora la nueva traducción dice: “…por vosotros y por muchos…”.
¿Por qué éste cambio? ¿Cómo puede ser que la liturgia parezca recortar la validez redentora de la sangre de Cristo de “todos” a “muchos”? ¿No es esto un paso atrás, una rémora o coletazo de esa Iglesia que parece querer restringir la salvación a “unos pocos”? Precisamente para explicar esto, quiero escribir este blog.
En primer lugar, si cogemos las cuatro versiones de la última cena que tenemos en la Biblia, veremos con simpleza que la literalidad de la Sagrada Escritura es la que es. Pongo los pasajes en orden cronológico, de más antiguo a más moderno:
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía» (1 Cor 11, 25).
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos» (Mc 14, 23 – 24).
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo: «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados» (Mt 26, 27 – 28).
Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22, 20).
El primer texto, que recoge una tradición no posterior al año 40, san Pablo simplemente señala la nueva alianza en la sangre de Cristo. San Marcos, en torno al año 60, señala que la sangre es derramada “por muchos”. Y así también hace san Mateo, añadiendo el perdón de los pecados. Por su parte, san Lucas, que recoge el Evangelio de san Pablo, personaliza la redención a los apóstoles, diciendo que su sangre será derramada “por vosotros”.
Lo primero que salta a la vista, es que ninguno dice que será derramada por todos los hombres. De hecho, Jesús dice en otro lugar que ha venido a dar su vida en rescate por muchos (Mt 20, 28) ¿Jesús excluye a alguien de su redención? Por supuesto que no. San Pablo dice que uno murió por todos (Rm 5, 14 – 15), que Cristo se entregó en rescate por todos (1 Tm 2, 5). La carta a los Hebreos nos dice que Jesús gustó la muerte por todos (Heb 2, 9). La redención de Cristo se abre a todos. Pero si es cierto que su redención se abre a todos, no es menos cierto que cada uno debe acogerla con libertad.
Fijémonos. San Lucas dice que la sangre de Cristo fue derramada “por vosotros”, es decir, por los presentes. Cuando celebramos la Eucaristía, escuchamos a Jesús que nos dice que su sangre ha sido derramada por nosotros, por mí, por ti. Somos unos privilegiados. Hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en Él, hemos sido invitados a la cena del Señor, de lo que no somos dignos. Cristo nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre, y nos une a sí mismo. Pero no para que nos encerremos y nos consideremos unos privilegiados, sino para que llevemos esta redención a los que no la conocen y no participan de ella. Por eso, después de oír que ha derramado su sangre por nosotros, oímos que también la ha derramado por muchos. Por muchos que no están allí, que no conocen que Él les ama y ha dado su vida por ellos, por muchos que rechazan o no conocen el privilegio de participar de la mesa del Señor. Oír que esa sangre ha sido derramada “por muchos” hace que nuestro pensamiento y nuestro corazón se vuelvan a tantos hermanos nuestros que aún no han oído hablar de Jesús, y que andan cansados y agobiados, como ovejas que no tienen pastor.
Ya dijo el Señor que la mies es mucha, y los obreros pocos. Dios quiere que esos muchos por los que la sangre de su Hijo ha sido derramada sean todos. Pero eso depende de dos libertades: de la nuestra y de la de ellos.
De la nuestra, porque estamos llamados a evangelizar para que la eficacia de la sangre de Cristo llegue a todos. De la de ellos, porque si no quieren aceptar esa redención, Dios, que es bueno y respeta nuestra libertad, no se lo va a imponer. Cristo derrama su sangre por muchos; y hemos de luchar porque todos acepten esa redención. Pero cada hombre es libre, y puede elegir. ¿Y si alguien se cierra absolutamente a la gracia de Cristo y rechaza su redención…?
Ésta posibilidad es aterradora, pero real. Y nos debe llevar, como he dicho, a evangelizar. Pero también nos debe llevar a algo mucho más grande: a ofrecernos, como hizo Cristo. A ofrecer toda nuestra vida al Padre por la salvación del mundo. Cuando en la consagración oímos que la sangre de Cristo ha sido derramada “por muchos”, y nuestro corazón se vuelve a tantos hombres que aún no han sido alcanzados por esta redención, hemos de ofrecernos en ese momento junto con Cristo, hemos de ofrecer nuestra vida junto con la sangre de Cristo, por la salvación del mundo, para que esos muchos sean todos.
Cuando san Mateo y san Marcos dicen “por muchos”, están recogiendo la cita del profeta Isaías, que dice: “Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores” (Is 53, 11. 12). El Siervo de Dios se entregó por esa multitud de toda raza, lengua, pueblo y nación, que nadie podría contar (Ap 7, 9), y que está ansiando que nosotros nos ofrezcamos por ellos y les anunciemos la salvación que Cristo ha venido a traer.
Pero entonces, ¿por qué cuando se tradujo el misal al español, se puso “por todos los hombres”? El papa Benedicto señala que se hizo porque en esa época todos los teólogos pensaban que esa palabra “muchos” hacía alusión a un uso hebreo del término “multitud” que indicaba totalidad. Sin embargo, los estudios sobre la Sagrada Escritura han demostrado que eso no es así, y que lo que hizo el pasar el texto al castellano no fue una traducción, sino una interpretación. Es por eso que la Iglesia ha decidido ser más fiel al texto original, tanto del griego como del latín. Y así nos dejamos sobrecoger por el misterio del amor de Dios del que participamos de un modo privilegiado, pero que nos impulsa a dar la vida y a anunciar el Evangelio, para que esos muchos lleguen a ser todos.
Os dejo a continuación dos documentos que explican de modo más teológico ésta nueva traducción.
Carta de Benedicto XVI al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana
Carta del presidente de la Congregación para el Culto Divino sobre el “por muchos”.
¿Por qué éste cambio? ¿Cómo puede ser que la liturgia parezca recortar la validez redentora de la sangre de Cristo de “todos” a “muchos”? ¿No es esto un paso atrás, una rémora o coletazo de esa Iglesia que parece querer restringir la salvación a “unos pocos”? Precisamente para explicar esto, quiero escribir este blog.
En primer lugar, si cogemos las cuatro versiones de la última cena que tenemos en la Biblia, veremos con simpleza que la literalidad de la Sagrada Escritura es la que es. Pongo los pasajes en orden cronológico, de más antiguo a más moderno:
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía» (1 Cor 11, 25).
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos» (Mc 14, 23 – 24).
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo: «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados» (Mt 26, 27 – 28).
Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22, 20).
El primer texto, que recoge una tradición no posterior al año 40, san Pablo simplemente señala la nueva alianza en la sangre de Cristo. San Marcos, en torno al año 60, señala que la sangre es derramada “por muchos”. Y así también hace san Mateo, añadiendo el perdón de los pecados. Por su parte, san Lucas, que recoge el Evangelio de san Pablo, personaliza la redención a los apóstoles, diciendo que su sangre será derramada “por vosotros”.
Lo primero que salta a la vista, es que ninguno dice que será derramada por todos los hombres. De hecho, Jesús dice en otro lugar que ha venido a dar su vida en rescate por muchos (Mt 20, 28) ¿Jesús excluye a alguien de su redención? Por supuesto que no. San Pablo dice que uno murió por todos (Rm 5, 14 – 15), que Cristo se entregó en rescate por todos (1 Tm 2, 5). La carta a los Hebreos nos dice que Jesús gustó la muerte por todos (Heb 2, 9). La redención de Cristo se abre a todos. Pero si es cierto que su redención se abre a todos, no es menos cierto que cada uno debe acogerla con libertad.
Fijémonos. San Lucas dice que la sangre de Cristo fue derramada “por vosotros”, es decir, por los presentes. Cuando celebramos la Eucaristía, escuchamos a Jesús que nos dice que su sangre ha sido derramada por nosotros, por mí, por ti. Somos unos privilegiados. Hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en Él, hemos sido invitados a la cena del Señor, de lo que no somos dignos. Cristo nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre, y nos une a sí mismo. Pero no para que nos encerremos y nos consideremos unos privilegiados, sino para que llevemos esta redención a los que no la conocen y no participan de ella. Por eso, después de oír que ha derramado su sangre por nosotros, oímos que también la ha derramado por muchos. Por muchos que no están allí, que no conocen que Él les ama y ha dado su vida por ellos, por muchos que rechazan o no conocen el privilegio de participar de la mesa del Señor. Oír que esa sangre ha sido derramada “por muchos” hace que nuestro pensamiento y nuestro corazón se vuelvan a tantos hermanos nuestros que aún no han oído hablar de Jesús, y que andan cansados y agobiados, como ovejas que no tienen pastor.
Ya dijo el Señor que la mies es mucha, y los obreros pocos. Dios quiere que esos muchos por los que la sangre de su Hijo ha sido derramada sean todos. Pero eso depende de dos libertades: de la nuestra y de la de ellos.
De la nuestra, porque estamos llamados a evangelizar para que la eficacia de la sangre de Cristo llegue a todos. De la de ellos, porque si no quieren aceptar esa redención, Dios, que es bueno y respeta nuestra libertad, no se lo va a imponer. Cristo derrama su sangre por muchos; y hemos de luchar porque todos acepten esa redención. Pero cada hombre es libre, y puede elegir. ¿Y si alguien se cierra absolutamente a la gracia de Cristo y rechaza su redención…?
Ésta posibilidad es aterradora, pero real. Y nos debe llevar, como he dicho, a evangelizar. Pero también nos debe llevar a algo mucho más grande: a ofrecernos, como hizo Cristo. A ofrecer toda nuestra vida al Padre por la salvación del mundo. Cuando en la consagración oímos que la sangre de Cristo ha sido derramada “por muchos”, y nuestro corazón se vuelve a tantos hombres que aún no han sido alcanzados por esta redención, hemos de ofrecernos en ese momento junto con Cristo, hemos de ofrecer nuestra vida junto con la sangre de Cristo, por la salvación del mundo, para que esos muchos sean todos.
Cuando san Mateo y san Marcos dicen “por muchos”, están recogiendo la cita del profeta Isaías, que dice: “Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores” (Is 53, 11. 12). El Siervo de Dios se entregó por esa multitud de toda raza, lengua, pueblo y nación, que nadie podría contar (Ap 7, 9), y que está ansiando que nosotros nos ofrezcamos por ellos y les anunciemos la salvación que Cristo ha venido a traer.
Pero entonces, ¿por qué cuando se tradujo el misal al español, se puso “por todos los hombres”? El papa Benedicto señala que se hizo porque en esa época todos los teólogos pensaban que esa palabra “muchos” hacía alusión a un uso hebreo del término “multitud” que indicaba totalidad. Sin embargo, los estudios sobre la Sagrada Escritura han demostrado que eso no es así, y que lo que hizo el pasar el texto al castellano no fue una traducción, sino una interpretación. Es por eso que la Iglesia ha decidido ser más fiel al texto original, tanto del griego como del latín. Y así nos dejamos sobrecoger por el misterio del amor de Dios del que participamos de un modo privilegiado, pero que nos impulsa a dar la vida y a anunciar el Evangelio, para que esos muchos lleguen a ser todos.
Os dejo a continuación dos documentos que explican de modo más teológico ésta nueva traducción.
Carta de Benedicto XVI al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana
Carta del presidente de la Congregación para el Culto Divino sobre el “por muchos”.