Muchos lo sabrán, pero otros muchos quizás no conozcan la noticia. En la anterior entrada de este blog lo narraba. La noche del Martes Santo el Santuario del Carmen de Calahorra tiene una visita. Bueno, no sé si se puede llamar visita. No era habitual ni la hora, ni el modo, ni la intención. Es de noche, rompen una ventana y entran a robar hostias consagradas del sagrario de la iglesia. ¿Y quién está allí aquella noche? Nuestra Madre del Carmen. Ella es testigo de todo lo sucedido. Desde su camarín presencia la escena que sucede a sus pies. La única que ve cuántos entran, qué motivaciones hay en sus corazones, cómo abren el sagrario, toman las que quieren, cierran y se marchan por la puerta dejando la llave del sagrario en el suelo como señal del crimen cometido. No les interesa más. “Sólo” llevarse a su Hijo en esos días santos en que recordamos y vivimos su Pasión, Muerte y Resurrección. De noche, en silencio, sola, bañada en lágrimas. Así queda Nuestra Madre esa noche. No puede hacer nada. Su Hijo ha permitido que se lo lleven, no ha puesto a su ejército de ángeles en acción, sino que ha callado una vez más como callaba en su Pasión. Su Madre le acompaña en esta nueva Pasión. Y al acompañar a su Hijo en la Pasión, también se acerca y camina con las madres que sufren por sus hijos, porque se han ido, porque no regresan, porque no pueden volver. María, la Madre, en momentos de noche, de dolor, de sufrimiento por los hijos nos enseña a esperar. Nos abre a la esperanza y camina al lado de esa madre que no ve, que no sabe, que no puede caminar sola. Ella estaba sola la noche del Martes Santo en Calahorra.
Pasados los días, entrada la Pascua, al inicio del mes de mayo, el mes de la Virgen María, el primer sábado, por la tarde van llegando al Santuario del Carmen de Calahorra algunos fieles para rezar el rosario, al comenzar la misa la iglesia se encuentra bastante concurrida y al terminar casi llena. Todos los sábados sucede lo mismo en este enclave mariano tan singular. Misa vespertina bajo la mirada maternal de la Virgen del Carmen con el previo rezo del rosario, pero son pocos los que viven este encuentro. El sábado 4 de mayo debería quedar grabado en los corazones de aquellos que sufrimos el desconsuelo y dolor del robo sacrílego en Semana Santa y ahora en plena Pascua vivimos la alegría y renovación de un acto de desagravio. Por eso la iglesia acoge a tantos, muchos más de los que cualquier sábado bajan hasta este convento carmelitano.
Los hijos de la Virgen del Carmen han venido para reparar el daño sufrido en Semana Santa. Terminada la misa, con cantos de adoración, acogemos al Señor que queda expuesto unos minutos en la custodia. Se callan las voces y reina el silencio. Es un silencio que impone. De verdad. Había que estar ahí para poderlo entender. Ver desde el altar la iglesia casi llena y la gran mayoría de rodillas, en silencio y adorando al Resucitado demuestra lo que se vive. El amor de los hombres ante el que ha muerto y resucitado para darnos la vida se puede palpar con intensidad. Es precioso. El tiempo pasa y comienza una procesión eucarística alrededor de la las naves del santuario. El Señor es alzado en la custodia y recorre su casa, la casa de su Madre y la de todos nosotros; siguen los fieles por detrás. El silencio adorador se transforma en cantos de alabanza que llenan la iglesia, ¡qué fervor!, ¡qué unción, ¡qué unión! Y de nuevo llega al altar, lo rodea, da una vuelta en torno a él y se para de frente a los que le alaban, adoran y ensalzan. Mientras el pueblo sigue cantando da la bendición a todos los presentes, que puestos de rodillas de nuevo, acogen la gracia derramada esa tarde. Todo concluye con el rezo de unas letanías de desagravio y una oración de reparación. Al final, después de la reserva, los corazones se abren de nuevo para cantar a una sola voz la Salve a nuestra Madre del Carmen.
No queda todo en este acto. Ahora hago una invitación, en el mes de julio dedicado a la Virgen del Carmen, se celebra su novena, aquí en Calahorra, y en muchos otros lugares, pidamos en esos primeros días de verano, como lo hicimos aquella tarde, por la conversión de aquellos que se llevaron a su Hijo. Esa fue la intención que pusimos en el altar al celebrar la eucaristía hace pocos días. Pongámosla cada uno cuando celebremos la novena del Carmen. Ojalá algún día reconozcan el sacrilegio cometido y vengan a orar en el Santuario del Carmen de Calahorra para decir con sinceridad, amor y arrepentimiento: “Madre, perdónanos”. Mientras tanto Ella espera el momento, como Madre que es, porque una Madre no se cansa de esperar.