Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día
7º domingo del tiempo Ordinario
Para empezar: Retírate… Recógete… Silénciate todo dentro de ti… El Señor te espera, desea estar contigo… ¿Y tú con él?... Creo en Ti, espero todo de Ti, te amo a Ti… Espíritu Santo, guíame a Él… Está aquí… Te adoro, mi Señor y Padre…
Leer despacio el texto del Evangelio: Mateo 5,38-48
Habéis oído que se dijo: “ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no le rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿Qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.
Contemplar…, y Vivir…
Jesús continúa enseñando a la gente y a sus discípulos en el monte. Hoy nos invita una vez más a contemplarle atentos: mirarle a los ojos y escuchar sus palabras sin querer perder una y así como suenan; son importantes. Deseo que penetren en mi mente y en mi corazón como rayos luminosos que orientan mi proceder y mis relaciones con el otro, con los otros. ¿Me animo a contemplar y escuchar así? ¿Como un receptáculo todo abierto y disponible? En paz y confianza miro y escucho…
>Habéis oído…, pero yo os digo… Sé disponible para el otro, sea que te agravie…, o te abofetee…, o te denuncie…, o te exija compañía… ¡Es fuerte! ¿No? ¿Quién puede obrar así?, decimos en seguida. O bien, “buenos sí, pero tontos no”… Y yo digo: “Hermano, tienes razón, pero no tienes fe”. Eres cauto, tienes los pies en la tierra, sí, pero no piensas ni sientes ni amas como Jesús, que no era ingenuo. El Maestro subrayó siempre en su enseñanza la importancia de la relación fraterna con los demás; tanto que con estas contraposiciones, habéis oído, pero yo os digo, llega al límite más radical. [Radical no significa fundamentalista, sino vivir el Evangelio desde la raíz, absorbiendo la sustancia mejor de él, y que su sabia -la del Evangelio, la del mismo Jesús- corra por tus venas]. Con esos ejemplos, Jesús subraya aquí, el verdadero amor a los demás, el servicio, el perdón, la reconciliación, el bien. Él lo hizo así, y quiere que sus discípulos también. Y yo, ¿me doy cuenta de eso? ¿Me atrevo a vivir así? ¡Intento asumirlo con paz! ¡Sin temor! Pregúntale al Señor cómo hacerlo y que te enseñe, y que te dé fuerzas para ello. ¡Ah, si todos obrásemos así! Otro mundo muy distinto sería este. ¿Qué siento dentro de mí, escuchando a Jesús decirme a mí ahora estas palabras?
>Os digo más: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial… Por si fuera poco, el Señor nos pide a todos que amemos incluso a nuestros enemigos y perseguidores. Amarlos con los hechos y el perdón sin jamás vengarnos. Eso por una parte. Y por otra, rezad por ellos. ¡Todavía! Pues sí, porque la oración siempre será la forma más eminente de amar a los otros, de hacer lo mejor por ellos, de ponerlos y dejarlos en las manos de Dios expresamente. Lo necesitan ellos y nosotros. ¡Sobre todo, cuando ya no podemos hacer otra cosa!
Ante toda esta enseñanza de Jesús, uno está tentado de decir, y sobre todo de pensar, ¿por qué, por qué esto así, no es demasiado? ¿Dónde se fundamenta todo esto? ¿Qué exigencias son estas? La respuesta de Jesús se fundamenta, no solo en el hombre, su dignidad, o en el dañino veneno personal y social de la venganza, -todo ello importante-, se fundamenta sobre todo en Dios, valor primero y absoluto del hombre, si quiere ser hombre; no en el Dios que manda o premia, sino en el Dios que es Padre cercano e intimo que actúa, que es amor misericordioso para todos, que a todos perdona, que de nadie se venga, que a todos espera… Yo, todos, hijos queridos de ese Padre, ¿no me voy a parecer a Él? ¿O es que no quiero ser imagen y semejanza suya? ¿Verdad que sí? Ahora mismo, desde lo hondo de tu corazón llama, o grita a Dios: “Padre mío”… Y también al otro, con el que tengas algo: “Hermano mío”… Lo repito, y guardo silencio interior… ¿Escucho algo?... Eso es obrar como hijos de vuestro Padre celestial. ¿No te parece ésta la lógica más evangélica?
>Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?
Aporta aquí Jesús otra razón más para obrar con los demás como el Padre quiere, como Jesús hizo: amar a quienes no nos aman, querer a los que no nos quieren, pues querer a los quieren es de todo hijo bien nacido. Como Jesús, su seguidor va más allá: perdona a quien le ofende y ama a todos, incluso a quienes le rechazan y hace daño. ¿Es así mi amor fraterno? ¿O es selectivo? Solo, a quien me gusta o me cae simpático…
Jesús nos pide siempre y en todo un plus de amor. Eso es hacer lo extraordinario. No es que el Señor nos exige siempre más y más y más, no, no es eso. Es una cuestión de amor: nos pide amar más, un poquito más cada día en toda relación con Dios y con los demás. No es cuestión de esfuerzo, de pura y simple voluntad, es una cuestión de amor. ¿Pero acaso puedo yo amar así? Sin duda, porque somos hijos del Padre-Dios-Amor, que nos ha creado por amor y para amar. Amar es nuestra tarea, nuestro servicio. Amar es crecer y madurar como persona humana y como seguidor de Jesús. Amar es lo que hace santos. Amar es lo que salva. No el cumplimiento y el esfuerzo. “Y ese Amor ha sido derramado en nuestro corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (san Pablo). Y ese Amor pugna por salir y brotar a borbotones desde nuestro corazón. A menos que esté atrofiado: el corazón y el Espíritu en él. ¿Caigo en la cuenta de lo que esto supone para mí y para los demás? Hablo ahora de ello con Jesús… ¿No tengo que pedirle algo, al respecto?
>Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.
¡Qué conclusión, Dios mío! ¡Sublime! ¿Me asusta? ¿Es que alguien podrá ser perfecto en este mundo? Jesús nos lo pide de modo imperativo: sed perfectos… Luego puede ser posible. Bueno, ante todo es un don y además, Él nunca nos pide ni manda nada superior a nuestras posibilidades. Aquí hay que decir con san Agustín: “Señor, pídeme lo que quieras y dame lo que me pides”. ¡Así se puede, claro! Por lo demás, la perfección de Dios consiste en que es en esencia, sustancialmente y siempre, Amor. Amor misericordioso, porque “su nombre es Misericordia” (Papa Francisco).
Entonces cuando yo amo, siempre que amo a Dios y a los demás, -con su Amor que está en mí, no con el amor propio que yo soy y tengo-, entonces, sí, solo entonces, soy perfecto como el Padre celestial quiere que sea. Es más, para el hombre o la mujer que soy, la perfección en este mundo no existe como tal, -solo Dios es perfecto-; lo que existe es la perfectibilidad, es decir, poder ir siendo un poquito más perfecto cada día, en la cotidianidad del día a día, animado en todo por el amor, porque puedo amar un poquito más, un poquito mejor. Dicho de otro modo: “Nuestra perfección es vivir como hijos de Dios, cumpliendo concretamente su voluntad” (Benedicto XVI). Un autor medieval escribió esto: “Cuando todo el ser del hombre se ha mezclado, por decirlo así, con el amor de Dios, entonces el esplendor de su alma se refleja también en el aspecto exterior, en la totalidad de su vida” (san Juan Clímaco). ¿Me animo? Con su Gracia, puedo y ¿quiero? Amor, amar es el plus que puedo estrenar cada día y añadir a cada acción-relación de mi día. Dios mismo, Jesús, su Espíritu, lo está impulsado en mí, dentro de mí… ¿Lo creo? ¿Lo deseo? ¿Lo quiero? ¿Consiento en ello? Sencillamente puedo empezar ahora mismo…
Para terminar: repaso y recojo alguna de las cosas que han resonado más en mi corazón…, le agradezco al Señor por ello… Se lo entrego… Me abandono…, y me pongo a vivir con alegría y amor… Y repite durante la semana, recordando alguna de estas gracias: “Ayúdame, Padre, a aumentar mi amor, paciencia y generosidad”. Y no olvides que Santa María te protege.