En contra de lo que se cree, España no es un país de entrenadores de fútbol, sino de árbitros federados. Al español lo que le va no es convocar a Iniesta, sino expulsar a Ramos. Por lo mismo, España no es un país de jueces, sino de fiscales. O, mejor aún, de abogados de la acusación particular. Por eso al español medio le sabe a poco la pena impuesta por el tribunal del caso Noos a Iñaki Urdangarín y clama contra la absolución de su esposa, la infanta Cristina, para la que habría preferido una sentencia similar a la de María Antonieta, pues nada satisface tanto al español medio como pedir al verdugo que le haga la permanente a una cabeza coronada.
El español medio no se ha tomado la molestia, claro está, de leer los 76.000 folios en los que sus señorías de la Audiencia de Mallorca fundamentan el fallo. Al español medio le basta con saber que una mujer de su casa nota siempre la afluencia de dinero. Y puede que esté en lo cierto, pero es que la infanta no es una mujer de su casa, sino de la realeza, es decir, una mujer acostumbrada a la buena vida. Y a una mujer acostumbrada a la buena vida no le asombra, pongo por caso, que su marido se compre un Aston Martin sin recurrir al Plan PIVE. Ni tampoco que la invite a cenar a Zalacaín dos veces por semana y a esquiar en Candanchú dos semanas al año.
En determinados ambientes no se nota la entrada de dinero como se notaría en el del pueblo llano, donde la simple compra de un 850 revelaría una entrada extra de fondos. No digamos ya si se adquiere un Renault 5. De manera que si las juezas destacan que la benjamina de los Borbón no sabía nada es que no sabía nada, aunque aquí no haya quien lo crea. Descreimiento que tiene su lógica porque la presunción de inocencia es una anomalía de las democracias garantistas y el español medio gusta más de la presunción de culpabilidad inherente al sistema judicial de los regímenes totalitarios. Lo que explica que critique por insuficiente la condena del caso Noos y calle ante la permanencia de Leopoldo López en la cárcel de Maduro.