Señor: anoche, como tantas noches, me acosté pensando en las personas sin hogar que tendrían que dormir en la calle o en albergues, a los que no veo pero sé que andan por las calles de Madrid.
En los adolescentes fugados de casa que se buscan la vida, en los africanos que veo a la puerta del supermercado o en los pasillos del Metro y a los que casi nunca les doy nada (me siento mal por tener de todo y ellos no) pero por los que siempre rezo a tu Madre Santísima. ¿Cómo habrán llegado a Madrid; tienen a su familia en su país; dónde viven y de qué…?
Y de repente sentí la inquietud de siempre al pensar en mi amiga y el problema que tiene en su casa y me costó mucho quitármelo de la cabeza. ¡Ojalá lo resuelva ya!
Y entonces me vinieron a la cabeza los muertos en el Mediterráneo que huían de su tierra por la guerra o la pobreza… ¡eso es una herida abierta que no se cura! Y cuando en las noticias dicen que entre ellos había no sé cuántas mujeres y niños, sobre todo niños, me duele aún más.
Pero ¿qué puedo hacer yo? Sólo rezar por ellos, llorar por ellos y procurar hacer todo con perfección humana, sentido sobrenatural y amor para transformarlo en oración y que Tú lo tomes en tus manos y los ayudes; no hay nada más a mi alcance.
Y pasé a pensar en mi familia: ¿cómo puedo amarlos más, amarlos siempre, amarlos mejor? Porque a veces estoy de mal humor o preocupada por algo y me distraigo y no estoy en sus cosas, me olvido de lo que es importante para ellos y pueden sentirse decepcionados.
Finalmente me duermo, no sé cuándo, y a la mañana siguiente vuelve a empezar a girar la rueda…
Son muchas cosas las que tengo en la cabeza, siento que dirijo un circo de tres pistas y me desborda, no tengo control sobre todas las cosas y algunas se me escapan o quedan sin terminar o sin hacer… No quiero abandonar, quiero hacer todas mis tareas y terminarlas. Pero no puedo.
Y todo pasa a la vez, el tiempo no se detiene y el mundo tampoco. Siguen pasando cosas buenas y malas que no me dejan indiferente; las buenas me llenan de alegría y me llevan a darte gracias y las malas me dejan heridas en el corazón y un sentimiento de horror e impotencia que a ratos me paraliza y siempre me hace volverme hacia ti con una pregunta en los labios: ¿por qué permites que pase esto?
¿Por qué permites que los hijos del diablo ejecuten a tus hijos, trafiquen con otros seres humanos, vendan a sus propias esposas e hijas al mejor postor, atemoricen y maltraten a sus familias, etc., etc., etc…? ¿Por qué parece que siempre ganan los malos y sufren los buenos y los inocentes? ¿Por qué no haces lo que te sugirieron los “hijos del trueno”, enviar un fuego del cielo que acabe con ellos? (Lc 9, 54)
¡Es que no lo entiendo! Es una tarea imposible para mí pero ¡quiero que esto cambie! ¿Por dónde empiezo?
No quiero que por ocuparme de mi propia casa deje de contribuir a humanizar el mundo, pero tampoco quiero lo contrario. ¡Y es tan tremendamente limitado el alcance de mis obras! Sólo me quedan la oración y la fe. Yo llego hasta aquí, lo demás tienes que hacerlo tú, Señor. Tú eres el Omnipotente.
¡Ay, Señor! Tengo tantos frentes abiertos que estoy dispersa. Y claro, como no me siento a hablar contigo no me entero de lo que quieres decirme.
Estoy muy distraída y no amarro nada, están todas las personas de mi familia y sus cosas y yo misma y las mías, y otros familiares y los amigos y las suyas…
Y el tren de la vida no se para, todo se mueve hacia adelante y yo pierdo el paso.
Señor: con esto que yo hago, con mi vida diaria, ¿estoy contribuyendo a que el mundo sea mejor? ¿Estoy ayudando a las personas concretas que sufren, a mis hermanos perseguidos? ¿Estoy siendo apóstol, estoy siendo testigo tuyo, me estoy santificando yo y a los que tengo cerca?
Más y mejor trabajo, más y mejor oración, más y mejor misa, más y mejor atención a cada uno en mi familia y a mis amigas. ¿Qué cosas puedo hacer todos los días para que el mundo sea más humano? Una sonrisa, hablar con amabilidad, no poner mala cara, ayudar en cosas concretas…
Sí, sí, muy buenos deseos y propósitos, pero yo sé lo floja que soy. Sin ti no va a salir adelante ni uno solo.
¿Qué hacer cuando siento este desbordamiento? Dejarlo todo en tus manos, Señor: esas manos grandes y fuertes de carpintero, callosas por el trabajo diario; esas manos que tocaron las llagas y la carne podrida de los leprosos y la dejaron limpia como la de un recién nacido; esas manos que alzaron de su lecho a aquellos muertos a los que resucitaste; esas manos que cuando eras un bebé y un niño pequeño besaron tantas veces María y José; las mismas que fueron clavadas a la cruz. Las mismas que yo deseo besar por toda la eternidad.
Y Tú tomarás ese desbordamiento y me lo devolverás transformado en paz. Y mi corazón recobrará el sosiego.