De nuevo, el sacerdote de la diócesis de Getafe Inocencio García de Andrés, nos da las últimas claves para saber lo que sucedió con el resto de las religiosas de Cubas de la Sagra. Seguimos su publicación Memoria de las Mártires (2013) en la página 18 y siguientes.
La Madre Corazón de Jesús fue la octava hermana que recibió la palma del martirio. Se alojaba en casa de unos sobrinos. Allí fueron a verla dos de sus discípulas que la habían tenido muchos años como maestra de novicias. La familia les informó que la habían evacuado a Valencia, y que, como habían matado a toda la expedición, ella también habría muerto. Nada habían vuelto a saber de ella.
“Ciega como estaba y con 73 años -escribe Madre Mercedes- qué bien recibiría aquella prueba y más el martirio”.
Y sigue diciendo:
“Bien podemos pensar que tenemos ocho mártires en el Cielo, pidiendo sin duda por nosotras y por el Convento, a quienes atribuimos la solución de tantas dificultades como hemos tenido, tanto en el orden espiritual como en el temporal. Ellas lo han resuelto desde el Cielo, para poder edificar este Monasterio”.
La Madre Mercedes escribe en su Crónica: “Pasada la Guerra estuvimos una mañana entera en la Dirección de Seguridad buscándolas entre los fotografiados. Como a ellas las llevaron derechas a la checa, no las fotografiaron”.
En la Embajada Francesa
Las demás sobrevivieron providencialmente. En el año 1937, fueron los milicianos a buscar a las que habían dejado en la calle Norte, pero ya no estaban allí, pues habían pasado a la Embajada francesa. “No la quería Dios para mártir por entonces”, dice refiriéndose a sí misma, la cronista sor Mercedes.
La Embajada francesa alquiló el Colegio del Sagrado Corazón, para la acogida. Desde allí, una postulante se pasó a Burgos, en el año 38, ayudada por la embajada francesa; y en Burgos vivió hasta que terminó la guerra. Entonces, hizo su profesión religiosa uniéndose a las que volvieron a Cubas.
La vida en la Embajada fue llevadera. “Allí trabajábamos lo que podíamos, para no ser gravosas a la casa, pues nos tenían por caridad”. Primeramente, fueron recogidas allí las dos enfermas, y luego se fueron agregando hasta juntarse ocho. “Unas trabajábamos en la cocina, otras en atender a los otros refugiados, y las más ancianas cosían la ropa de los refugiados”. Las monjas permanecieron en la Embajada francesa hasta que pudieron volver a Cubas.