Así como una jornada bien empleada
 produce un dulce sueño,
así una vida bien usada
causa una dulce muerte.
 -Leonardo da Vinci-
 
Alejandro Magno fue el hombre más poderoso de su tiempo. El que mayores fortunas atesoró y, puede decirse, que tuvo en sus manos el mundo conocido. 
Una de las disposiciones que prescribió para su entierro decía algo así:
 
- Deseo que me conduzcan al sepulcro con las manos descubiertas, a la vista de todos. Quiero que vean que, de tanto como he tenido, no me llevo nada.
 
Al final esa es la gran verdad: «no me llevo nada». Tanto afán en atesorar para, al fin, tener que dejarlo todo. 
No podemos llevar una existencia a la deriva, sin Norte, buscando sólo los bienes terrenos, porque eso nos lleva a una especie de melancolía vivencial que se trata de acallar con el consumismo y el liberalismo, auténticos disolventes de todos los contenidos con proyección de futuro.
 
Hoy se vive, en buena medida, de espaldas a la muerte, como si no existiera y eso lleva a la banalización de la existencia y al vacío del ser humano. 
El tiempo es demasiado corto. No podemos malgastarlo en cosas caducas. Nos conviene aprovecharlo en lo que nos va a servir para siempre. 
Si somos sensatos trataremos de atesorar lo que sí podemos llevar. San Juan, bajo la inspiración del Espíritu Santo, nos dice en el Apocalipsis (14,13): Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, que descansen de sus fatigas, porque sus obras les acompañan.
 
«SUS OBRAS», no sus cosas.