En estas dos primeras fotografías aparece la Comunidad de Cubas, junto a la imagen de Santa María de la Cruz, unos años antes de la guerra. Continuamos el relato de Inocente García de Andrés en su Memoria de las Mártires. Convento de La Santa Juana de Cubas (Madrid), publicado en 2013.
¿Qué estaba pasando en la zona en aquellos primeros días de la guerra civil?
La persecución religiosa de los primeros días de la guerra no se limitó a la ciudad de Madrid, sino que tuvo también considerable incidencia en los pueblos de su provincia.
El día 27 de julio, gracias al alcalde y a los mismos milicianos del pueblo de Griñón que querían proteger a los religiosos, se logró que una gran parte de ellos evacuaran el edificio. Salieron, igualmente, de su convento de clausura de Griñón, las religiosas franciscanas, siendo llevadas al convento de La Santa Juana de Cubas. Las autoridades del pueblo pusieron una bandera roja en ambas casas religiosas, así como en el templo parroquial, para dar a entender a los milicianos que vinieran de Madrid que estos edificios ya habían sido incautados.
En su Convento quedaros algunos Hermanos de las Escuelas Cristianas. Al día siguiente, por la mañana, se presentaron en Griñón una gran cantidad de milicianos de los que pudiéramos llamar “incontrolados”. Los asaltantes estuvieron registrando el edificio, matando primero a un muchacho laico que trabajaba para los religiosos, y luego a los diez Hermanos de las Escuelas Cristianas que habían permanecido en la casa.[1] Era el 28 de julio de 1936. Bajo estas líneas, Colegio de La Salle de Griñón (Madrid) convertido en hospital, por ello el tren llegaba hasta su puerta.
Retomamos la crónica de Madre Mercedes
Dos días más tarde, el día 30, se presentó una cuadrilla de milicianos en el Convento de Santa Juana de Cubas, rodearon el Convento agazapados entre los trigos con sus fusiles, según ellos para que no se escapasen los frailes y los curas con las armas que se guardaban allí. Entraron al Convento y reunieron a las Hermanas (las de Griñón, que estaban en los patios de fuera) y a todas las de la casa (incluida la enferma del corazón, que fue bajada en una silla) en el claustro bajo; les pusieron en dos filas a las 31 religiosas amenazándolas con fusilarlas si no les daban los documentos y las armas, y si no sacaban los curas y frailes que tenían escondidos.
«Acompañados por algunas Hermanas, se echaron al registro por todo el convento… y viendo que nada encontraban, ni documentos, ni armas, ni curas, se llevaron 30 reales, la venta de la leche de aquel día… Y cuando se fueron nos dijeron que, si estábamos allí al día siguiente, vendrían y nos harían mil perrerías. Lo que pasamos aquella noche no se puede decir, sobre todo las más jóvenes».
No sabían si salir aquella misma noche del Convento ni qué camino tomar. De salir tenía que ser por las tapias, pues las puertas estaban precintadas. ¡Qué noche tan larga aquella!
A las tres de la madrugada salieron, finalmente, a la pradera, deseando impacientes que amaneciera. Era la madrugada del 31 de julio, día de san Ignacio. Pasaron la noche clamando todo el tiempo a santa María de la Cruz y a la Madre santa Juana, recordando las palabras de la novena: A la Virgen, que mirase con predilección a esta su Casa; y a la Madre Santa Juana, que tantos milagros había hecho, "que nos librara ahora que nos encontrábamos en tanto peligro".
¡Qué tarde y noche la del 30 al 31 de julio, nunca se podrá olvidar!
A las 8 de la mañana salieron de las junqueras de junto al arroyo, donde habían pasado la noche, dos hermanas para Casarrubuelos y otras dos para Cubas, en busca de algunas familias conocidas que les acogieran en sus casas.
Las Hermanas son llevadas a Madrid
Aquel mismo día, vino un “señor de Seguridad” con los milicianos. Creemos -escribe la cronista- que sería de parte de Ossorio Gallardo. A las cuatro de la tarde salieron para Madrid en un autocar, en ayunas todas, pensando ser mártires en el camino. Pero no fue así, pues las llevaron con toda clase de atenciones.
Estuvieron hasta las once de la noche repartiendo a las monjas por casas de Madrid. Subían los milicianos al piso que les decía la monja… y la entregaban a la familia que se hacía cargo de ella. Las últimas que quedaron en el autocar fueron siete, y fueron todas a la calle del Norte, después de haber intentado acomodar a las dos enfermas en la casa de los sobrinos de la Madre Corazón de Jesús.
Entre estas siete, estaba Madre Mercedes, quien escribe: Fuimos, pues, a una casa donde estaba a pupilo un hermano de dos de las religiosas. Allí nos abrieron la puerta de par en par, “aquellas buenísimas chicas con una madre imposibilitada”. Siempre agradeceremos la acogida que nos hicieron con tanto peligro y en casa tan reducida.
Aquel mismo día, dos de ellas fueron acogidas en casa de unos parientes del joven hermano de una de las Hermanas, de manera que quedaron cinco en aquella casa de la calle Norte. Al día siguiente, aquel hermano, las llevó a unas y otras a la embajada francesa.
Otro grupo de siete fueron a la calle Castelló. Era la casa de unos tíos de dos monjas hermanas, sor Teresa del Niño Jesús y Sor Rosa del Patrocinio de San José Domínguez Irache.
[1] Estos son los nombres de los Hermanos de la Salle martirizados el 28 de julio de 1936: Antonio Solá Garriga, de 38 años, en religión Orencio Luis; Celestino Ruiz Alegre, de 44, en religión Aquilino Javier; Joaquín Oliveras Pujoldrás, de 61, en religión Arturo; Eugenio Ordorica Gallo, de 41; Manuel Sousa de Sousa, de 76, en religión Mario Félix; Andrés Merino Báscones, de 61, en religión Sixto Andrés; Lázaro Ruiz Peral, de 27, en religión Crisóstomo Albino; Evencio Castellanos López, de 24, en religión Javier Eliseo; Teodoro Pérez Gómez, de 23, en religión Mariano Pablo, y Graciliano Ortega Narganes, de 31, en religión Benjamín León. Véase: José Francisco Guijarro: Persecución Religiosa y Guerra Civil. Iglesia en Madrid, 1936-1939. La Esfera de los Libros, Madrid 2006. Páginas 417-19.