Por lo que se refiere al proyecto social que trata de imponer el partido en el poder, el cual tiene como uno de sus pilares fundamentales dinamitar la celular familiar a través de cuantos mecanismos ha sido capaz de implementar –aborto, matrimonio homosexual, divorcio express, ley de educación, educación para la ciudadanía, sexualidad descontrolada, objeción de conciencia-, cada vez aparece más claro que el pesoísmo ha decidido que, ante los síntomas de cansancio que al respecto exhibe el principal partido de la oposición, el enemigo a batir no es otro que la Iglesia.
 
            Para neutralizar la resistencia que efectivamente opone al proyecto de ingeniería social pesoíta, las vías utilizadas son muchas. La primera de ellas es ya un clásico: consiste en el cuestionamiento del derecho de la Iglesia a manifestarse ante la sociedad en idénticas condiciones –sólo en idénticas condiciones, no se pide otra cosa- que cualquier otro ciudadano o grupo de ciudadanos: se cuestiona su derecho a hablar, a convocar manifestaciones, no digamos a pedir el voto aunque sea en el modo difuso en que lo hace, a establecer sus reglamentos internos y sus reglas de militancia, etc.. Todo exactamente igual que lo haría –y de hecho lo hacen, ya lo creo que lo hacen- un partido político, un sindicato o una asociación de cualquier tipo. En esta línea estratégica, la guinda la puede poner una Ley de cultos que determine las condiciones en las que la Iglesia puede expresarse, tratándola de someter, exactamente igual que se ha hecho ya con colectivos tan sumisos como el de los cineastas, al juego de las dádivas y subvenciones.
 
            Pero junto a dicha táctica tradicional, se implementa una segunda que percibimos con claridad estos días, inspirada en la archiconocida del “poli bueno y el poli malo”. Se trata de lanzar una serie de portavoces los cuales, arrogándose una militancia cristiana, no pregonan otra cosa que los mensajes del partido, que, sin embargo, no se cuestionan ni aun cuando con mayor claridad se oponen a los postulados cristianos que dicen profesar. Así se expresa el llamado grupo Cristianos para el socialismo, así lo hace el Presidente del Congreso José Bono, así lo hace el ministro de Fomento José Blanco... todos presumiendo de cristianos, pero todos para decir lo mismo: que la Iglesia, como mejor está, es calladita. Pues bien, somos muchos los que en los tiempos convulsos que corren, lo que queremos es oírla hablar.