11 de abril de 1937
«Se acercaba el sexto aniversario de la República malhadada[1]. El Gobierno de Madrid quiso celebrarlo con una ruptura aparatosa del frente, es decir, con un brindis de sangre. En lo alto de la meseta de Castilla, el centro vital de nuestra Historia.
Los ataques comenzaron el 8 de abril y habrían de durar cinco días. Fechada en Aravaca, y el día 9, el padre Huidobro escribió su última carta a su hermano Ignacio:
“Pide mucho por mí. Por una parte, siento el deseo de trabajar aún mucho por una España íntegramente católica, para lo cual falta infinito; después, por otro lado, está la necesidad de morir para dar fruto, como Cristo, y la ninguna falta que le hacemos a Dios”.
La Cuesta de las Perdices, con sus postes desnudos, se ha convertido en un viacrucis largo, que termina en Madrid. Es de noche y nada duerme. Todo está alerta. Parece que yerran bultos por el campo y que las matas se mueven. Una sombra cualquiera se puede convertir de repente en un carro de asalto.
11 de abril de 1937. Dominica del Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas. Hacia las cinco estalla la aurora. Ha comenzado tan temprano el ataque, que el padre Huidobro no ha tenido tiempo ni de celebrar la misa. Como si hubieran tocado un resorte, todo, súbito, se ha puesto en movimiento: veinticinco tanques rusos, que serán por lo menos veinticinco monstruos. Y por los claros del monte, se despliegan quince mil hombres, ladrando en cinco o seis lenguas.
Ya hace tiempo que la guerra de España ha perdido todos sus rebozos y disimulos y se ha revelado ante el mundo y la Historia con toda su estatura internacional. Ya no son facciones políticas ni intereses mezquinos de aquí abajo, sino la lucha a muerte contra la herejía, venga del norte o del sur, sean hoces o medias lunas, invoquen al Profeta, a Lutero o al autor siniestro del socialismo ateo.
Enfrente se bate el Tercio -los tercios-, con el capellán jesuita en medio, oficial abanderado del crucifijo. Y en el fondo -como en las lanzas- el perfil azulado del Guadarrama.
Al sol destellan los aceros. Vuelan las balas y vuelan los himnos de la Legión. Salta al aire la bomba de mano y el aire que se astilla en gritos: “¡Padre, a mí, que me han herido!”; y el páter, que corre para ayudarle y refrescar sus labios con un beso en el Cristo. El Cristo santo de nuestras victorias, el de Mülhberg, el de Austria, de Lepanto, el fiel aliado de las batallas españolas.
Cae otro con el pecho partido, y también está a su lado el capellán, como un ángel inmune de la muerte. Más allá, el humo de la explosión no deja ver los heridos. Miles de proyectiles disparan las baterías desde la Dehesa de la Villa. Por centenares, las bombas de aviación.
Dice el comandante Iniesta que el capellán se encontraba a cada momento en el lugar más crítico.
-Padre, le ruego que se retire; yo me encargaré de que le lleven los heridos.
-En el sitio más peligroso los tengo más cerca.
Hasta que el comandante, preocupado por su vida, intenta otro camino.
-Ahora se lo ordeno como superior. Retírese al botiquín, porque su presencia casi entorpece la libertad de nuestros movimientos.
Obedeció el páter, y el jefe siguió atareadísimo, dando órdenes a los lanzadores de bombas. Hasta el puesto de Aravaca fue acompañando a un herido, y aquí estaba asistiendo a otro cuando un 12,40 ruso da en el marco de la segunda ventana, estalla terriblemente y lanza al aire al asistente del capitán, hiere a éste, mata a un legionario y derriba de espaldas al capellán, con el cráneo deshecho. La muerte ha debido de ser instantánea. Sobre su pecho, como en un altar, ha quedado el portaviático. Se habían cumplido para el páter las palabras que él dijo un Viernes Santo a sus legionarios: “Soldado que muere, cuando sus ojos se cierran en la noche, rompe un día dentro de su alma”.
En la retaguardia nadie quería creer la fatal noticia. “¿Que ha muerto el padre Huidobro?” El comandante de la 4ª Bandera exclamó: “¡Acaba de perder la Legión un verdadero padre, la religión un santo y España un héroe!”. En ese mismo lugar, tumbado en una camilla y envuelto en su capote, permaneció dos días mientras se informaba a los padres jesuitas y se preparaba una caja de madera y se congregaban sus compañeros para el sepelio».
Primero fue enterrado en el cementerio de Boadilla del Monte (Madrid) [sobre estas líneas]. El 6 de noviembre de 1943 fue trasladado al colegio de jesuitas de Aranjuez (Madrid). El día 19 de noviembre de 1947 se abrió el proceso de beatificación y canonización del padre Fernando de Huidobro y Polanco en la curia de la diócesis de Madrid-Alcalá. Tras la fase diocesana, años después, se envió a Roma toda la documentación del proceso. El proceso para su beatificación fue reintroducido en Roma en 1980.
El padre Antonio Capel[2], condiscípulo del siervo de Dios, declara:
“Si algún día, en los míos, canonizase la Iglesia al padre Huidobro, yo me llevaría una enorme alegría, pero no me llevaría ninguna sorpresa. Entre religiosos no es difícil que los componentes de cualquier generación convivan con un santo o con más de uno. Yo, compañero del padre Huidobro en casi todas las etapas de su vida, no moriré ya sin haber saboreado esta inusitada experiencia”.
El 22 de noviembre de 1958 eran colocados los restos mortales del siervo de Dios Fernando de Huidobro y Polanco[3]. en el atrio de la iglesia de San Francisco de Borja, en la calle de Serrano de Madrid. Cuando, a día de hoy, uno venera el mausoleo del páter, puede encontrarse con algunos objetos personales que penden de una vitrina.
Unas viejas cuartillas nos dejan leer las líneas, de puño y letra del siervo de Dios, que llevan por título “Espíritu que vence”.
«Desde la vida agonizante y amarga de las trincheras envío estas líneas a la juventud que es levadura de la Nueva España: (a los jóvenes todos de Acción Católica), a los que luchan en primera línea y a los que en ciudades iluminan con el resplandor de sus vidas puras el ambiente dudoso de la retaguardia. Tal vez sean estas líneas prólogo a páginas sucesivas, tal vez testamento, si el Gran Rey quiere llamarme con el relevo definitivo. De todas suertes quiero que sean canto de guerra que enardezca para el combate decisivo. Sois la única prenda de la victoria y también la única garantía de que esta sea fecunda. Con visión penetrante me escribía hace poco un gran filósofo: “La fuerza del espíritu decide sobre la victoria. Y decide también sobre cómo se aguantan los culatazos de la victoria”.
El espíritu es fuerza creadora. Hace barcos, cañones, fusiles, alista hombres, forma cuadros de mando, empuja al pueblo a la colaboración y al sacrificio, convierte a las ciudades en hospitales de sangre y en fábricas de guerra y da el ímpetu de acometer y el aguante de sufrir.
Por el frente pasa un soplo del Espíritu. A la sombra de la muerte, que es reina y señora de los campos de España, brotan flores de esperanza. Allá dentro de los cuerpos rasgados, abiertos en caños rojos, sacudidos de dolor, -huesos quebrados por la bala, miembros abultados por la ligadura contra la hemorragia, venda sucia de sangre en la cabeza o cara verdosa del que se retuerce con el vientre atravesado-, expira un aliento inmortal que rompe afuera en estallar de besos sobre el crucifijo o en el estertóreo y quebrado: ¡Viva España! Ese espíritu vence necesariamente» F. Huidobro, S. J.
Monumento en la carretera de La Coruña
Miguel Ángel García-Lomas ocupó la alcaldía de Madrid de 1973 a 1976. Durante su mandato quiso perpetuar la memoria del padre Huidobro con un monumento, obra del arquitecto Herrero Palacios, en el lugar donde ocurrió su heroica muerte, el 11 de abril de 1937, mientras asistía a legionarios enfermos.
El monumento fue inaugurado el 23 de junio de 1975, en el kilómetro 8,6 de la carretera de La Coruña. Desde Puerta de Hierro hasta el kilómetro 15, donde comienza el término municipal de Las Rozas, el tramo de la nacional VI recibe el nombre de Avenida del padre Huidobro. Esta denominación data de finales de los años cincuenta. Luego, a principios de los años noventa del siglo pasado, cuando se amplió la nacional VI (llamada carretera de La Coruña), se desplazó el monumento, elegante y sencillo.
[Localización del monumento al Padre Huidobro. La foto tiene algún tiempo. Hace poco se ampliaron los carriles de la A6, y la vía de servicio está prácticamente encima del monolito. Está pegado a la valla perimetral del CNI].
SOBRE EL PROCESO DE CANONIZACIÓN:
SOBRE EL TRASLADO DE SU CUERPO AL CLAUSTRO DE LOS JESUITAS:
[1] José Ángel Delgado Iribarren, Jesuitas en campaña, páginas 207-209. Ediciones Studium (Madrid, 1956).
[2] Antonio Capel, Jesuitas en la zona de la muerte (Barcelona, 1957). Obra realizada en homenaje a san Ignacio de Loyola, un año después del aniversario del cuarto centenario de su muerte. El padre Capel recoge la muerte de varios miembros de la Compañía, presentando el atractivo y sometimiento a la misma y la creencia del sacrificio extremo por un mejor fin.
[3] Los padres jesuitas Charles E. O´Neill y Joaquín Mª Domínguez publicaron el Diccionario histórico de la Compañía de Jesús. Biográfico-temático (Madrid, 2001). En el tomo II, páginas 1965-1966, aparece la voz HUIDOBRO POLANCO. Los autores de este Diccionario no quieren dejar pasar que, aunque “el padre Huidobro estimase que su participación en la guerra era por una causa noble, no cerró los ojos a las injusticias. Sus denuncias de las ejecuciones sumarias de prisioneros las levantó en informes valientes hasta el mismo general Francisco Franco, así como a sus inmediatos superiores militares y religiosos y al Cuerpo Jurídico. Es de gran interés este intercambio de cartas”.
Quien esté interesado en el tema puede seguir el estudio hecho por Rafael Mª Sanz de Diego con el título Actitud del padre Huidobro, S. J., ante la ejecución de prisioneros en la Guerra Civil. Nuevos datos. El trabajo fue publicado en la revista trimestral escrita por los padres de la Compañía de Jesús llamada Estudios eclesiásticos (Vol. 60, Nº. 235, 1985, págs. 443-484). Pero para maledicentes adelantamos que el propio autor de este estudio recoge que “cuando don Carlos Díaz Varela, teniente coronel ayudante del general Franco, hizo llegar las observaciones del padre Huidobro a Franco, la respuesta de éste fue: «Pude al fin enterar de sus quejas a la persona que deseaba, que las encontró justificadísimas y condenó como se merecen los excesos que denuncia. Enemigo sincero de ellas, le aseguro que solo desea puedan ser señalados sus autores o inductores para ser sancionados con el rigor que merecen. Son muy lamentables esas extralimitaciones de algunos locos que solo sirven para desprestigiar la causa y ofender seriamente a Dios. El mando ha prohibido taxativamente lo que en conciencia es rechazable, y velará porque esa desobediencia no se repita» (página 475)”.