Ser laico; es decir, vivir la fe en el contexto social, profesional y familiar, parece un imposible, porque caminas, escuchas y miras a tu alrededor encontrando que eres parte de una minoría que acepta los planteamientos de Jesús frente una mayoría que no lo conoce o lo conoce a medias, llegando en algunos casos a tener que aguantar comentarios irónicos, burlones, como si nos faltara capacidad o coeficiente intelectual. ¿Qué hacer? La tentación de decir: “la sociedad cambio y si me quedo aquí, el cristianismo, me va a llevar a la ruina, incluso a la frustración afectiva” es fuerte, latente, nos lo dicen a cada momento; sin embargo, justo ahí, en medio de aquellas voces, ¡tenemos que estar! Por algo dijo Jesús que somos “luz del mundo y sal de la tierra” (cf. Mt 5, 1314). De modo que, cuando peor nos sintamos frente a ciertos adjetivos, no hay que hacernos menos, llenándonos de complejos, sino volver a la oración y recordar qué nos llevó a meternos en esto. Al momento, aparecerá la huella de una experiencia profunda, indescriptible, que no ha muerto, porque Dios nos lleva siempre a más. No es cargarla contra los demás, sino aprender a plantearles, por medio de la propia vida, interrogantes que los cuestionen y los hagan despertar.
El cristianismo es experto en crisis. ¿Cuántas veces la Iglesia Católica ha estado a punto de desaparecer y justo en la última milésima de segundo, surge algo que evita su final? Plutarco Elías Calles, el presidente más anticlerical que ha tenido México, llegó a decir que mientras más perseguía la fe, más católicos aparecían. Y, al menos en esto, tenía razón, pues durante su gobierno, bastante sangriento, se fundaron gran parte de las congregaciones de origen mexicano que hoy, tanto dentro como fuera del país, llevan a cabo un buen trabajo en campos como la salud o la educación.
Tenemos que conocer el contexto en el que nos movemos. Hacerlo con gusto, con entusiasmo y buena preparación, pues hay que poder entrar en los grandes temas, presentando una fe verdaderamente encarnada, aterrizada. ¿Y si nos tratan mal y acabamos desanimados? Fortalecer el carácter. No se trata de dejarnos, de dar pasos hacia atrás, sino de ser coherentes y, siempre desde la paz, con asertividad, plantear la propuesta de Jesús. ¿Qué puerta o puertas tenemos con la sociedad post moderna? El deseo de ser felices. Y es que solo Dios, ante preguntas existenciales, puede responder plenamente, sin dejar ningún cabo suelto. La realidad actual, sin negar sus cosas buenas, está insatisfecha, experimenta el vacío, la falta de ilusión y visión más allá de la vida que pasa muy rápido, de modo que aquello que responda a las raíces del problema será bien recibido y es ahí que la fe tiene un aporte único en su tipo. ¿Cómo hacerlo? Siendo inteligentes, escuchando, bromeando, platicando, entrando en la cultura y, desde ahí, opinar en los foros, sabiendo que “la palabra mueve, pero el ejemplo arrastra”.
Jesús nos puso el ejemplo. Nació dentro de la complejidad del Imperio Romano. No busco un lugar tranquilo, cómodo, sino que entró en un contexto difícil, violento y, sin embargo, hizo su parte. Nunca se quedó acomplejado. A veces, nuestro problema como católicos es que vamos con miedo, tratando de disimular, en vez de asumir las cosas con carácter, seguridad en el trato, en el habla, ¡realizados como personas! ¿En qué basamos nuestra certeza? En Dios y lo hacemos no desde una postura amargada, fanática o ignorante, sino a partir del binomio fe y razón. Disfrutando de lo sano que la vida nos ofrece, evangelizamos, porque se dan cuenta que el sentido de fiesta, bien comprendido, es una expresión de la confianza puesta en Jesús que nos pide implicarnos. Por lo tanto, hay que ser factores de cambio, empezando por la conversión interior, a fin de afrontar la crisis, viéndola como una nueva oportunidad de volver a lo esencial.
El cristianismo es experto en crisis. ¿Cuántas veces la Iglesia Católica ha estado a punto de desaparecer y justo en la última milésima de segundo, surge algo que evita su final? Plutarco Elías Calles, el presidente más anticlerical que ha tenido México, llegó a decir que mientras más perseguía la fe, más católicos aparecían. Y, al menos en esto, tenía razón, pues durante su gobierno, bastante sangriento, se fundaron gran parte de las congregaciones de origen mexicano que hoy, tanto dentro como fuera del país, llevan a cabo un buen trabajo en campos como la salud o la educación.
Tenemos que conocer el contexto en el que nos movemos. Hacerlo con gusto, con entusiasmo y buena preparación, pues hay que poder entrar en los grandes temas, presentando una fe verdaderamente encarnada, aterrizada. ¿Y si nos tratan mal y acabamos desanimados? Fortalecer el carácter. No se trata de dejarnos, de dar pasos hacia atrás, sino de ser coherentes y, siempre desde la paz, con asertividad, plantear la propuesta de Jesús. ¿Qué puerta o puertas tenemos con la sociedad post moderna? El deseo de ser felices. Y es que solo Dios, ante preguntas existenciales, puede responder plenamente, sin dejar ningún cabo suelto. La realidad actual, sin negar sus cosas buenas, está insatisfecha, experimenta el vacío, la falta de ilusión y visión más allá de la vida que pasa muy rápido, de modo que aquello que responda a las raíces del problema será bien recibido y es ahí que la fe tiene un aporte único en su tipo. ¿Cómo hacerlo? Siendo inteligentes, escuchando, bromeando, platicando, entrando en la cultura y, desde ahí, opinar en los foros, sabiendo que “la palabra mueve, pero el ejemplo arrastra”.
Jesús nos puso el ejemplo. Nació dentro de la complejidad del Imperio Romano. No busco un lugar tranquilo, cómodo, sino que entró en un contexto difícil, violento y, sin embargo, hizo su parte. Nunca se quedó acomplejado. A veces, nuestro problema como católicos es que vamos con miedo, tratando de disimular, en vez de asumir las cosas con carácter, seguridad en el trato, en el habla, ¡realizados como personas! ¿En qué basamos nuestra certeza? En Dios y lo hacemos no desde una postura amargada, fanática o ignorante, sino a partir del binomio fe y razón. Disfrutando de lo sano que la vida nos ofrece, evangelizamos, porque se dan cuenta que el sentido de fiesta, bien comprendido, es una expresión de la confianza puesta en Jesús que nos pide implicarnos. Por lo tanto, hay que ser factores de cambio, empezando por la conversión interior, a fin de afrontar la crisis, viéndola como una nueva oportunidad de volver a lo esencial.