Las redes sociales son un mundo digital prácticamente sin fronteras, globalizado. Por lo tanto, su valoración moral, depende del uso que se les dé. Pueden servir para generar iniciativas realmente constructivas, positivas o provocar reacciones violentas. De modo que hay que usarlas, sí, pero con inteligencia, prudencia y, por ende, asertividad. Dentro de dichas redes, circulan diferentes temas o géneros que las hacen universales en el sentido de que abordan aspectos muy variados que despiertan el interés general. Uno de ellos es el hecho religioso; es decir, la apertura que el ser humano tiene hacia a Dios. Así las cosas, como creyentes –en nuestro caso, católicos- es normal que de vez en cuando compartamos algún post o link con el objetivo de proponer la opción que plantea nuestra fe. La evangelización tiene que estar presente en Internet, porque resulta necesario mantener el diálogo con los avances científicos y tecnológicos; sin embargo, existen algunos posts que, aunque cuentan con una temática religiosa, alejan en vez de acercar. Por ejemplo, “compártelo si no te avergüenzas de Jesús” o “escribe amén para que x o y se salven de su enfermedad”. No está en discusión el poder de la oración y la necesidad de hacerlo juntos, vinculándonos cada vez más, el problema es que, si no se toma en cuenta el contexto secularizado; es decir, más allá de la Iglesia, esto produce un efecto chocante porque da la impresión de que con solo rezar basta, cuando también hay que resaltar la necesidad de acceder a un tratamiento médico profesional. Claro que Dios ha hecho, hace y hará milagros, pero nunca fuera de los medios reales, entre los que se incluye la atención en el campo de la salud. No por creer deja de ser necesario el medicamento en sus dosis debidamente reguladas. Parece obvio, pero algunos posts religiosos, aunque tienen la sana intención de dar a conocer a Jesús, caen en el fideísmo; es decir, una postura que desvincula a Dios de la razón, cayendo en una fe ciega, abstracta. De manera que, al diseñarlos y publicarlos, hay que preguntarse lo siguiente: “¿lo entenderán adecuadamente los que no están familiarizados con la Iglesia?”. En caso de responder en afirmativo, luego de haberse informado, adelante. Si no, hay que replantearlo.
Cosas que, dentro de un contexto católico, se entienden perfectamente, en otros ambientes y escenarios se prestan a confusión. No es negar lo que somos, mucho menos caer en el relativismo, sino aprender a comunicarnos mejor. Al fin y al cabo, el mensajero influye mucho en la aceptación o rechazo del mensaje. Luego sucede otra cosa a la que casi no se le presta atención. A veces, sin darnos cuenta, compartimos mensajes provenientes de otras denominaciones cristianas. Hay que respetarlas, pues no somos nadie para ponernos en un pedestal; sin embargo, existen diferencias, matices que tampoco podemos pasar por alto, ya que en la mayoría de los casos lanzan una idea de lo que enseña la Iglesia que, en realidad, no tiene nada que ver con ella sino con algún perfil o muro protestante. Debemos aprender los unos de los otros, pero tampoco caer en un igualitarismo doctrinal que, en realidad, confunde y complica el diálogo entre nosotros. Muchos por dichos posts piensan que, para un católico, curarse es siempre un milagro, negando el valioso aporte de los médicos. Nada más lejano que eso, pues la Iglesia mantiene una buena relación entre la fe y la ciencia. Sabe distinguir entre natural y sobrenatural al juzgar o analizar los hechos planteados.
Lo mismo con los innumerables posts que aseguran haber captado una imagen de la Virgen llorando. No negamos las apariciones marianas, pero como en su momento lo dijo el papa Francisco, tampoco es que María mande mensajes a cada rato. Antes bien, hay que saber discernir los casos, evitando concentrarnos más en los fenómenos que en la necesidad de poner en práctica el Evangelio. Apariciones como las del Tepeyac y Lourdes han sido estudiadas por años, involucrando el aporte de la ciencia, de manera que frente a tales hechos podemos estar seguros de su veracidad, porque no se han quedado en una afirmación casual en redes.
También está la cuestión de los bulos; es decir, frases con autor apócrifo. Al papa Francisco, por citar un caso, se le atribuyen muchas y no faltan los católicos que, al no estar al pendiente de las fuentes oficiales (ejemplo: vatican.va), las comparten sin mayor atención o conocimiento de causa. Hay que ser responsables de lo que damos a conocer, pensando en la evangelización de la cultura. Lo mismo en cuestiones ortográficas. “Yo soy sencillo y Dios no se fija en cómo leo o escribo”, dirá alguno por ahí. Desde luego que para él no es condición un título para salvarse, pero si podemos mejorar en la redacción, ¿por qué no hacerlo? Nunca hay que confundir la sencillez con la mediocridad. San Pablo, cuando predicaba, buscaba darse a entender y no apelaba a la humildad para justificar los errores al poner en práctica la oratoria.
Tomemos en cuenta el contexto en el que nos movemos, reconociendo que el mundo va más allá de nuestro propio lenguaje. Al hacerlo, mejoramos la calidad de los contenidos y, por ende, hacemos de nuestra presencia en Internet algo que, en vez de alejar, acerque a los que no conocen la Iglesia.
Cosas que, dentro de un contexto católico, se entienden perfectamente, en otros ambientes y escenarios se prestan a confusión. No es negar lo que somos, mucho menos caer en el relativismo, sino aprender a comunicarnos mejor. Al fin y al cabo, el mensajero influye mucho en la aceptación o rechazo del mensaje. Luego sucede otra cosa a la que casi no se le presta atención. A veces, sin darnos cuenta, compartimos mensajes provenientes de otras denominaciones cristianas. Hay que respetarlas, pues no somos nadie para ponernos en un pedestal; sin embargo, existen diferencias, matices que tampoco podemos pasar por alto, ya que en la mayoría de los casos lanzan una idea de lo que enseña la Iglesia que, en realidad, no tiene nada que ver con ella sino con algún perfil o muro protestante. Debemos aprender los unos de los otros, pero tampoco caer en un igualitarismo doctrinal que, en realidad, confunde y complica el diálogo entre nosotros. Muchos por dichos posts piensan que, para un católico, curarse es siempre un milagro, negando el valioso aporte de los médicos. Nada más lejano que eso, pues la Iglesia mantiene una buena relación entre la fe y la ciencia. Sabe distinguir entre natural y sobrenatural al juzgar o analizar los hechos planteados.
Lo mismo con los innumerables posts que aseguran haber captado una imagen de la Virgen llorando. No negamos las apariciones marianas, pero como en su momento lo dijo el papa Francisco, tampoco es que María mande mensajes a cada rato. Antes bien, hay que saber discernir los casos, evitando concentrarnos más en los fenómenos que en la necesidad de poner en práctica el Evangelio. Apariciones como las del Tepeyac y Lourdes han sido estudiadas por años, involucrando el aporte de la ciencia, de manera que frente a tales hechos podemos estar seguros de su veracidad, porque no se han quedado en una afirmación casual en redes.
También está la cuestión de los bulos; es decir, frases con autor apócrifo. Al papa Francisco, por citar un caso, se le atribuyen muchas y no faltan los católicos que, al no estar al pendiente de las fuentes oficiales (ejemplo: vatican.va), las comparten sin mayor atención o conocimiento de causa. Hay que ser responsables de lo que damos a conocer, pensando en la evangelización de la cultura. Lo mismo en cuestiones ortográficas. “Yo soy sencillo y Dios no se fija en cómo leo o escribo”, dirá alguno por ahí. Desde luego que para él no es condición un título para salvarse, pero si podemos mejorar en la redacción, ¿por qué no hacerlo? Nunca hay que confundir la sencillez con la mediocridad. San Pablo, cuando predicaba, buscaba darse a entender y no apelaba a la humildad para justificar los errores al poner en práctica la oratoria.
Tomemos en cuenta el contexto en el que nos movemos, reconociendo que el mundo va más allá de nuestro propio lenguaje. Al hacerlo, mejoramos la calidad de los contenidos y, por ende, hacemos de nuestra presencia en Internet algo que, en vez de alejar, acerque a los que no conocen la Iglesia.