El árbitro sabe que no debe señalar penalti en un Barça-Real Madrid a dos minutos del final aunque sorprenda a Pepe haciéndole una llave a Neymar en el área chica o a Piqué dándole con la mano al balón con el portero ya batido. Si a pesar de eso lo señala, debe de aceptar la bronca del respetable y la reprimenda del juez único por calentar el clásico. El periodista sabe que no debe de pisar según que callos, de modo que si los pisa, debe de respetar la opinión en contra del lector. Como la suscitada por un artículo mío sobre Donald Trump. En honor a quienes me critican tengo que decir que ni en el fondo ni en la forma la reacción me parece desmesurada, sobre todo si la comparo con la que se derivó una información que publiqué en ABC sobre un disparatado curso para mujeres financiado por la Junta de Andalucía. Tras aquella noticia el colectivo feminista estuvo a punto de pedir oficialmente mi castración.
Varios lectores opinan que me he pasado con Trump por compararlo con King Kong. A ver si me explico: en la selva King Kong era el rey, pero no se adaptó a Nueva York. En el mundo empresarial Trump es el rey, pero está por ver que se adapte a Washington. Para un gorila trepar por una liana es más fácil que hacerlo por un rascacielos, para un empresario presidir un consejo de administración es más sencillo que presidir un país. Puede que me equivoque, claro, pero si mi hijo rasguea la guitarra como Eric Clapton en vez de como Andrés Segovia sé que tiende más al rock que a la música clásica. Si Trump dice que sopesa aplicar la tortura y luego se desdice es que le gusta hacer de poli malo, aunque tenga buen corazón, que es lo que demuestra, por cierto, al retirar la financiación al negocio del aborto. Lo que me lleva a Hillary.
La candidata demócrata es una mujer progresista en el peor sentido de la palabra, si es que el término tiene alguna acepción buena, que lo dudo. La progresía no tiene una raíz sociológica, sino intelectual. El progresista no es un obrero comprometido, sino un catedrático soberbio. En Estados Unidos el progresista desdeña al compatriota que tiene casa con jardín, hipoteca, cerveza en la nevera, bol de palomitas y una televisión en la que retrasmiten el partido de los Yanquis. Hillary acusó a su oponente de misógino y racista, pero ella ha despreciado al habitante de la América profunda. Y además ha defendido el legrado. Así que, entre Hillary y Donald, elijo a Donald. Si le doy más valor a la ecografía que al muro con Méjico es porque un niño que no nace no tendrá la oportunidad de confraternizar con los chicanos. O de votar a Trump. Lo que él quiera.