Un tibio no es un gallego en mitad de una escalera, sino un valenciano en medio de un dilema. Es decir, un indeciso que no quiere jaleos. En una manifestación el tibio dirá que es de la secreta si le preguntan las fuerzas del orden y que es antisistema si le preguntan los organizadores. Del mismo modo, el católico tibio dirá que va a misa si le pregunta el cura y que sale de un funeral si le pregunta el laicista. De esto se aprovecha el laicista, que sabe que el agua tibia siempre acaba fría. Lo que explica que en Valencia, Cañizares aparte, los creyentes no hayan emprendido una cruzada contra el gobierno municipal por aprobar en un pleno la retirada de símbolos religiosos, que la Iglesia pague el IBI y que España renuncie al concordato. No consta que exija también que la Pasionaria sustituya a la Virgen de los Desamparados al frente del patronazgo de la ciudad, pero, como dijo Cela antes de su viaje a La Alcarria, todo se andará.
De hecho, la moción plantea incluso que se retiren los crucifijos de los centros educativos religiosos utilizados como colegios electorales, de lo que se deduce que el tripartito considera a Jesucristo un apoderado del PP, cree que María es Carmen Polo con menos joyas y entiende que en ellos el clero llena las urnas de voto de obediencia. El laicismo está en su derecho de exigir lo que le venga en gana, pero, por lo mismo, los católicos valencianos deberían de pedir a sus gobernantes municipales que, puesto que también les representan, no lleven a cabo ninguna demostración pública de su ateísmo militante. Si la fe es íntima, también lo es su ausencia.
Si el equipo de gobierno valenciano cree que uno debe salir persignado de casa, no debería de extrañarse de que la parte contraria le exija que deje en la suya los prejuicios anticatólicos. Soy, por supuesto, de la opinión de que el católico debe de persignarse en público por el simple hecho de que una religión apuntalada en el amor al prójimo no puede ser íntima. De serlo, en los comedores sociales de Cáritas sólo cenarían el cardenal y un par de vicarios. Soy también de la opinión de que hay que utilizar la fuerza del contrario. Como en el kárate, pero sin decir Orient. Ya que el alcalde Ribó y sus mariachis piden acabar con la simbología religiosa una moción popular debería exigir que se prohibiera a estos munícipes pasear por el barrio del Carmen, cuyo nombre surge de un convento, mirar el Miguelete o hacer campaña en el barrio de Nazaret.