El que esto escribe, sabe de un joven que, luego de egresar de dos instituciones católicas, se ha dedicado espontáneamente a convencer a muchos religiosos y religiosos que, si pertenecen a una orden o congregación cuya misión sea la educación, den clases sin importar que sean muchos o pocos en la comunidad. Así las cosas, un día, le preguntaron: ¿por qué pides esto? Y, entonces, explicó: “aunque fui yo el que libre y personalmente aceptó la fe en Jesús, le debo a varias religiosas y religiosos el que me hayan acompañado en ese camino; sobre todo, a la hora de las crisis o de las preguntas difíciles, pero hay un detalle importante: nunca me hubiera atrevido a preguntarles o pedirles acompañamiento si solo los hubiera visto en la entrega de papeles. Me ayudó encontrarlos en el aula, en el salón, en los pasillos, haciendo su esfuerzo, siendo accesibles, profesionales en su pedagogía. Por eso, quiero que estén sobre el terreno”. La respuesta no es limitativa, pues aquel joven no les pidió que dejaran otros espacios educativos, como la asesoría a los grupos juveniles que, de hecho, son importantes para ampliar los horizontes de la misión. Lo que sí dijo fue que si no hay conexión con las materias, resulta imposible generar vínculos que, más adelante, permitan adentrarse en un proceso de mayor madurez en la fe. Se trata de una respuesta interesante porque, en realidad, rompe con el prejuicio de que la educación; es decir, la presencia en colegios, es cosa del pasado. Es cierto, faltan vocaciones, no a todos se les da organizar una clase, pero cuando el carisma implica, como medio, educar, salirse del salón es lo mismo que desvincular fe y sociedad o, peor aún, fe y justicia, porque solo educando se puede generar un proceso de transformación social. Necesitamos recuperar la audacia de un San Juan Bautista de La Salle o, en el caso de México, una M. Ana María Gómez Campos F.Sp.S. que, aunque no solo daban clases, porque su vocación fue ante todo imitar a Jesús en cuanto al estilo de vida, sabían entender la docencia como un medio para algo más: compartir la fe. Pero si todos –laicos incluidos- buscamos mil pretextos para no estar o delegar, tendremos algo así como una misión sin misioneros. El actual prepósito general -P. Arturo Sosa- de la Compañía de Jesús, en varias entrevistas ha dicho que gracias al testimonio de muchos hermanos que estaban con ellos en el colegio, identificó su vocación de jesuita. Por algo será. Y repetimos, no se trata de que todos en la Iglesia demos clases, pues el campo es muy amplio y diverso, pero si nos toca, hay que llevarlo a cabo.
¿A poco pensamos que para alguien de la aristocracia francesa como San Juan Bautista de la Salle le fue fácil adentrarse en el mundo de los niños de la calle y formar maestros porque ni siquiera contaba con eso? Evidentemente, no. “Pero fue una respuesta acorde a su tiempo, ahora hay que pensar otra cosa…”, dicen algunos. Es verdad que todo carisma debe actualizarse, pero ¿acaso la escuela, los retos que tienen los estudiantes, no solamente a nivel académico, sino en el campo del desarrollo humano, es cosa del pasado? Hay que pensar otra cosa, pero salirnos para siempre de la docencia, aunque sea para desarrollar otras actividades, no beneficia esas “otras cosas”, porque en el trato diario y respetuoso, maestro y alumno, se da la vinculación para que la formación trascienda. Y, entonces, como aquel joven, sepan acudir a personas de bien –en este caso, maestros- para que les ayuden en sus dificultades y no tomen una salida que pueda hacerles daño. No es facilitarles todo, pero sí mostrar una alternativa al pensamiento dominante que, aunque suene fuerte, tiene muchos elementos que algunos no dudan en llamar “neo-paganos”.
¿Pero si solo hay dos religiosos que están en edad de dar clases? No importa. Aunque den tres horas a la semana, la presencia se percibe y eso permite que la misión sea dinámica. Aunque es preferible que todo el personal sea laico antes que cerrar, lo mejor es aprovechar estratégicamente lo que se pueda de la presencia de la vida religiosa algo que, con toda seguridad, hará surgir vocaciones, siempre y cuando, sepan estar en las áreas clave. Es decir, más allá de los espacios de religión que, aunque son el corazón del instituto, exigen salir e involucrarse en actividades como paseos o copas deportivas. La pastoral verdadera acompaña todos los espacios y no solo los oficialmente religiosos porque en un colegio católico, al buscarse la formación integral, Dios está siempre presente. Algunas veces de forma explícita y en otras de manera implícita.
Ahora bien, lo anterior, no significa que los laicos seamos un “plan B” y que todo el personal deba ser religioso, porque eso limitaría mucho la misión y, además de irreal, haría daño toda vez que la Iglesia no reconoce una, sino varias vocaciones. Lo que aquí se dice, evocando al joven en cuestión, es sumar la presencia –mucha o poca- de la vida consagrada con el aporte de los laicos que siempre serán la parte más numerosa. La fe, ante la vida, es un motor a gran escala. De ahí la necesidad de apoyarse en los colegios para proponerla como herencia en un marco de mejora continua.
¿A poco pensamos que para alguien de la aristocracia francesa como San Juan Bautista de la Salle le fue fácil adentrarse en el mundo de los niños de la calle y formar maestros porque ni siquiera contaba con eso? Evidentemente, no. “Pero fue una respuesta acorde a su tiempo, ahora hay que pensar otra cosa…”, dicen algunos. Es verdad que todo carisma debe actualizarse, pero ¿acaso la escuela, los retos que tienen los estudiantes, no solamente a nivel académico, sino en el campo del desarrollo humano, es cosa del pasado? Hay que pensar otra cosa, pero salirnos para siempre de la docencia, aunque sea para desarrollar otras actividades, no beneficia esas “otras cosas”, porque en el trato diario y respetuoso, maestro y alumno, se da la vinculación para que la formación trascienda. Y, entonces, como aquel joven, sepan acudir a personas de bien –en este caso, maestros- para que les ayuden en sus dificultades y no tomen una salida que pueda hacerles daño. No es facilitarles todo, pero sí mostrar una alternativa al pensamiento dominante que, aunque suene fuerte, tiene muchos elementos que algunos no dudan en llamar “neo-paganos”.
¿Pero si solo hay dos religiosos que están en edad de dar clases? No importa. Aunque den tres horas a la semana, la presencia se percibe y eso permite que la misión sea dinámica. Aunque es preferible que todo el personal sea laico antes que cerrar, lo mejor es aprovechar estratégicamente lo que se pueda de la presencia de la vida religiosa algo que, con toda seguridad, hará surgir vocaciones, siempre y cuando, sepan estar en las áreas clave. Es decir, más allá de los espacios de religión que, aunque son el corazón del instituto, exigen salir e involucrarse en actividades como paseos o copas deportivas. La pastoral verdadera acompaña todos los espacios y no solo los oficialmente religiosos porque en un colegio católico, al buscarse la formación integral, Dios está siempre presente. Algunas veces de forma explícita y en otras de manera implícita.
Ahora bien, lo anterior, no significa que los laicos seamos un “plan B” y que todo el personal deba ser religioso, porque eso limitaría mucho la misión y, además de irreal, haría daño toda vez que la Iglesia no reconoce una, sino varias vocaciones. Lo que aquí se dice, evocando al joven en cuestión, es sumar la presencia –mucha o poca- de la vida consagrada con el aporte de los laicos que siempre serán la parte más numerosa. La fe, ante la vida, es un motor a gran escala. De ahí la necesidad de apoyarse en los colegios para proponerla como herencia en un marco de mejora continua.