Para mí, lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio (Sal 73,28).
En las antífonas de comunión, encontramos palabras que Cristo nos dirige, otras veces se las decimos nosotros a Él. En ésta, se trata de palabras de confesión que expresan ante los demás algunos aspectos de la comunión.  Pero, como los hombres estamos ante nosotros mismos, son también un decirnos a nosotros. Y todo ello ante Dios. Este decir a los demás lo que sea la Eucaristía, lo es, en un primer momento, a los otros hermanos en la fe que participan en la misma celebración. El ponerme en pie y procesionalmente acercarme a comulgar es una confesión. Pero el sacramento es alimento para el camino hacia la total comunión con Dios por toda la eternidad. De modo que esa otra procesión, en todos los momentos de la vida, es también confesión.

"Lo bueno es estar junto a Dios". Esto no depende de que yo así lo determine; no soy la fuente del bien y del mal, sino que por ser Dios la Bondad misma, es Él quien define y es en relación a Él como todo queda definido. Pero yo soy libre y puedo decidirme respecto a la Bondad. Estar junto a Dios es una llamada. Y, cuando me defino así, cuando el deber ser se actualiza positivamente en mí, entonces digo con verdad que para mí lo bueno es estar junto a Él. "Para mí" no es, en este caso, una opinión intercambiable con tantas otras posibles, sino el haberme configurado con aquello para lo cual he sido creado.

Una definición de mí en relación a Dios en la peregrinación de la vida. En espera de estar en plenitud y eternamente junto a Dios, en la tierra, la mayor cercanía la tenemos en la comunión. Pero dándosenos por entero en ella, nosotros lo recibimos, le damos nuestra cercanía a veces en pequeña medida. No nos debe bastar, aunque sea imprescindible, estar en gracia de Dios. Cuanto más purificados, más cercanos nos hacemos al absolutamente cercano; cuanta más limpieza de intención, más verdad será que para mí lo bueno es estar junto a Jesús.

"Hacer de Él mi refugio". Fuera de Él no dejamos de existir, como cuando una planta tiene las raíces fuera de la tierra. Pero, lejos del ámbito divino, estamos en la inclemencia; sí seguimos siendo, pero como muertos en vida, con la muerte del alma.  Viniendo de la lejanía a la casa del Padre, la comunión es confesión de nuestra debilidad, de la necesidad que tenemos de Él, de que nos proteja con su clemencia. Él es la bondad que me refugia del mal, cuando estoy junto a Él no hay miedo.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque Tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan (Sal 23,4).