Estos 188 mártires, distribuidos en 16 grupos, fueron martirizados entre 1603 y 1639, prácticamente de todas las zonas geográficas del Japón, las diversas diócesis actuales. La investigación fue realizada por una comisión de cinco historiadores, especializados en temas japoneses, y se hizo con toda precisión y seriedad histórica, aprovechando el material existente en numerosas bibliotecas y archivos de dentro y de fuera del Japón: once archivos japoneses y doce archivos o bibliotecas occidentales.
A veces son fuentes civiles, pertenecientes a los mismos perseguidores, donde no se oculta el motivo de la persecución, el género de martirio, algunas apostasías y la tenacidad en afirmar la fe cristiana por parte de las víctimas. Son muy importantes las "cartas anuales" contemporáneas que enviaban a Roma los superiores jesuitas del Japón, misioneros y algunos de ellos también mártires posteriormente.
Ha habido una petición oficial de la Conferencia episcopal del Japón, firmada por todos los obispos el 14 de junio de 2004, suplicando la beatificación de los 188, que dieron su vida “por Cristo y por la Iglesia”, y motivándola con razones de actualidad pastoral. Los 188 mártires corresponden a las actuales diócesis de Nagasaki, Fukuoka, Kyoto, Niigata, Hiroshima, Kagoshima, Oita, Tokio (Edo) y Osaka.
1) Once mártires de Yatsushiro, hoy Kumamoto, diócesis de Fukuoka: seis de familia de samurais (año 1603) y cinco de gente del pueblo (años 1606 y 1609)
Entre los samurais, destacan dos familias: Juan Minami y su esposa Magdalena, con su hijo adoptivo Luis, de siete años; Simón Takeda y su esposa Inés, con su madre Juana. Los varones samurais mueren decapitados. Las mujeres y el niño, crucificados. Destaca la alegría en el momento del martirio, vistiendo su mejor vestido de fiesta. Magdalena Minami, desde la cruz, rezaba a coro con su hijo Luis. Juana Takeda predicaba desde la cruz.
Entre la gente sencilla del pueblo: Joaquín y Miguel, con su hijo Tomás, de trece años; Juan y su hijo Pedro, de cinco o seis años. Son tres catequistas, con sus hijos. Mueren decapitados, menos Joaquín, que muere en la cárcel a causa de los tormentos. Todos muestran alegría, oración y firmeza en la fe. Se conservan algunas cartas desde la cárcel, donde leían libros de espiritualidad.
El caso del niño Pedro Hatori, de cinco o seis años, es emblemático. Vestido con su kimono de fiesta, en el lugar del suplicio se acercó al cadáver de su padre, martirizado unos momentos antes, se bajó el kimono de los hombros, se arrodilló, juntó las manos para orar y presentó su cuello desnudo ante los verdugos aterrorizados; estos no acertaron en el primer golpe, hiriéndolo en el hombro y tumbándolo a tierra, de donde se levantó para seguir arrodillado en oración; murió decapitado pronunciando los nombres de Jesús y María. Algo parecido pasó con el niño Tomás, de trece años, hijo de Miguel; este niño tenía el brazo izquierdo atrofiado, pero lo levantó con su brazo derecho para morir en actitud de oración (cf. P. Pasio, o.c., cap. 9, foll. 328-330).
2) Mártires de Yamaguchi y Hagi, Melchor Kumagai, samurai, y Damián, catequista ciego, año 1605, 16 y 19 de agosto respectivamente, en la diócesis de Hiroshima.
El samurai Melchor muere decapitado en su casa, por defender la fe cristiana, mientras oraba y meditaba la pasión. La importancia del martirio de este samurai estriba también en su calidad de descendiente de familia noble que se remonta al emperador Kammu (782-805). El samurai Melchor precedentemente se había enfriado en la fe, pero luego, después de la guerra de Corea, tomó un camino de segunda conversión, entregándose con generosidad hasta el momento de su martirio. En sus cartas dirigidas a sus amigos manifiesta su adhesión incondicional a la fe, mientras, al mismo tiempo, estaba dispuesto a servir con fidelidad a su señor el “daimyó”, pariente suyo.
El catequista ciego Damián muere también decapitado, de rodillas y orando, por defender y propagar la fe. Su cuerpo fue mutilado y arrojado al río por los verdugos, con la intención de hacer desaparecer los restos, de donde los cristianos rescataron la cabeza para enviarla a Nagasaki. Los perseguidores intentaban conseguir la apostasía. Hay que notar en este caso y en algunos otros, la acción persecutoria de algunos bonzos de una secta budista, que instigaron a los gobernantes.
Este catequista ciego, que se había convertido del budismo, dedicó su vida a la catequesis, con su arte musical y narrativo, llegando a convertir, sólo en un año, a ciento veinte personas, además de dedicarse durante años a fortalecer la fe de los ya cristianos. Con sus cantos y narraciones, el ciego "iluminaba" a todos por el camino de la fe. En el momento en que iba a ser decapitado, le conminaron por tres veces a que apostatara de la fe, pero Damián ofreció su cuello mostrando gran paz y alegría. Sus restos, recuperados por los cristianos, fueron trasladados a Nagasaki y luego a Macao.
3) León Saisho Shichiemon Atsutomo, samurai de rango alto (1608, Hirasa, hoy Sendai, diócesis de Kagoshima)
Había recibido el bautismo el 22 de julio de 1608, de manos del futuro mártir Jacinto Orfanel, o.p., beato. El samurai convertido se entregó a un camino de oración y perfección. Instado repetidamente por su señor a apostatar, León resistió con fortaleza y ánimo tranquilo. Fue condenado a muerte por haberse bautizado en contra de las órdenes de su señor. Decía que “estaba dispuesto a morir antes que dejar de ser cristiano” (Carta de Mons. Cerqueira a Pablo V, 5 de marzo de 1609).
Salió para el lugar del martirio habiendo dejado sus armas, vestido con traje de fiesta; se arrodilló sobre una estera de paja ante una imagen pequeña del descendimiento de la cruz, que luego metió en su pecho, mientras enrollaba en su mano derecha el rosario.
Lo decapitaron el 17 de noviembre de 1608, a los tres meses y medio después de haber recibido el bautismo. Su martirio tuvo lugar donde él mismo había pedido, es decir, en el cruce de caminos (por significar la cruz de Cristo). El hecho de morir “con tanta seguridad y alegría... era cosa nunca vista en aquel reino” (Cerqueira, o.c., fol. 482).
4) Mártires en Ikitsuki (Hirado): el samurai Gaspar Nishi Genka, con su esposa Úrsula y su hijo primogénito Juan Mataichi Nishi (año 1609), diócesis de Nagasaki.
Se trata de una familia de mártires. Estos tres fueron martirizados el 14 de noviembre de 1609. Hijo de Úrsula es el padre Tomás, dominico, mártir en 1634, ya canonizado por Juan Pablo II en 1987; también fue martirizado su otro hijo Miguel con su esposa e hijo en 1634, por haber dado alojamiento a su hermano, el padre Tomás.
El samurai Gaspar Nishi era protector y padre de los pobres y campesinos. El martirio de esta familia fue promovido de modo especial por un bonzo principal de Hirado, de una secta budista, mitad bonzos mitad soldados, prohibidos posteriormente, que era amigo del “daimyó”. Los datos precisos del martirio se encuentran en la carta de monseñor Cerqueira, del 10 de marzo de 1610, dirigida al Papa Pablo V.
Los mártires se prepararon con oración para el martirio. Gaspar, samurai, pidió morir como Jesús en una cruz, pero sólo se le concedió ser decapitado en el lugar donde anteriormente el misionero padre Torres había levantado la cruz.
Úrsula y su hijo Juan murieron decapitados, arrodillados y pronunciando los nombres de Jesús y María. En sus cabezas, expuestas públicamente, pusieron la causa de la muerte: “por ser cristianos”. Sus cuerpos fueron llevados a Nagasaki y posteriormente, en 1614, a Macao.
5) Mártires de Arima (diócesis de Nagasaki), año 1613, tres familias de samurais: Adriano con su esposa Juana, León con su esposa Marta y sus dos hijos (Magdalena de diecinueve años, Diego de doce años), León con su hijo Pablo de veinticuatro años.
Las tres familias de samurais (ocho personas) murieron quemados vivos el 7 de octubre de 1613. Este martirio tiene un significado especial: representa la cristiandad de Arima, la más cultivada del Japón, semillero de mártires (bajo estas líneas, el memorial del martirio). Estas tres familias fueron siempre fieles a sus “daimyós” en guerra y en paz. El odio a la fe provenía especialmente del “daimyó” apóstata Arima Naozumi. Miles de cristianos, organizados en cofradías, pudieron asistir al martirio con el rosario en la mano y velas encendidas; habían pasado una noche entera velando en oración. Cinco días después del martirio, daba cuenta detallada de todo ello el obispo monseñor Cerqueira al prepósito general de la Compañía de Jesús, padre Claudio Acquaviva.
Todos los mártires se habían preparado con oraciones y sacramentos. La numerosa comunidad cristiana de la ciudad participó en la preparación espiritual. El influjo de sus gestos audaces llegó hasta conseguir que algunos apóstatas volvieran a la fe. Estos arrepentidos, no habiéndoseles permitido sumarse a los presentes mártires, renunciaron a sus rentas y se exiliaron.
Cada uno de los mártires muestra alguna peculiaridad personal: los tres samurais anuncian a Cristo sin ambigüedades hasta el último momento. Marta anima a sus hijos, Magdalena y Diego. Magdalena, de diecinueve años, levanta y ofrece al cielo con sus manos las brasas. El niño Diego, de doce años, al vadear el río de camino hacia el suplicio, no permitió que le ayudara un samurai compasivo, sino que le dijo: “-Déjame ir a pie como mi Señor, ya que no llevo la cruz a cuestas” (cf. Carta anual de 1613, fol. 271); en el momento del suplicio, al quemársele las cuerdas, los vestidos y los cabellos, corrió hacia su madre y quedó muerto a sus pies; la madre acogió al niño señalando el cielo. Todos ellos confesaron su fe con toda claridad y con alegría, pronunciando los nombres de Jesús y María.
6) Adán Arakawa de Amakusa (1614, diócesis de Fukuoka).
Se trata de un hombre del pueblo, casado con esposa cristiana, de fe sencilla y bien formada, siempre contento, catequista (“kambó”) y, al marchar los misioneros, responsable de la comunidad cristiana, dedicado a ella con gran celo. Se alimentaba de libros espirituales: la "Imitación de Cristo", libro impreso en japonés en Amakusa y Nagasaki.
Fue encarcelado y repetidamente torturado desde el 21 de marzo de 1614. Afirmó su fidelidad a las autoridades civiles, pero también la independencia de su fe (representado bajo estas líneas). En medio de las torturas, después de anunciar a Cristo, permanecía continuamente en oración. Fue decapitado el 5 de junio del mismo año (por la noche y en clandestinidad, mostrando más ánimo que sus verdugos) por no querer apostatar de su fe y por su calidad de animador catequista de la comunidad, que constaba de varios miles de cristianos. Su cuerpo, envuelto en redes y con piedras, fue arrojado al mar. Los cristianos sólo pudieron recoger algo de su sangre. Tenía sesenta años. La investigación fue dirigida por el futuro mártir beato Francisco Pacheco, según orden del provincial padre Carvalho, elegido como sucesor de monseñor Cerqueira, que había muerto en febrero de 1614.
7) El gran martirio de Miyaco (Kyoto), 6 de octubre de 1619 (cincuenta y dos mártires).
Este es uno de los martirios numerosos, o masivos, de Japón que hemos citado más arriba. En el martirio de Kyoto murieron cincuenta y dos cristianos quemados vivos: un samurai de alto rango, Juan Hashimoto con su esposa Tecla, encinta, y sus seis hijos, de entre tres y doce años; la mayoría eran gente sencilla del pueblo, madres jóvenes con sus hijos, que vivían agrupados en una calle de Kyoto (“calle de los que creen en Dios”) y que habían sido atendidos anteriormente por misioneros y catequistas, también martirizados posteriormente, algunos ya beatificados.
Las madres martirizadas ofrecían a sus hijos pequeños:
¡Señor Jesús, recibe a estos niños!
Todo el grupo siguió la misma suerte: encarcelados en diversas fechas, orando y cantando en la cárcel, crucificados y quemados todos juntos, afirmaron su fe. Constan los nombres de cada uno y su testimonio cristiano y martirial, algunas familias enteras. El samurai Juan fue un apoyo para todos.
Destaca el martirio de Tecla, en medio de las llamas, sujeta a la cruz con tres hijos pequeños, consolándolos, apretando a la más pequeña, Luisa, de tres años, entre sus brazos, mientras los otros tres ardían en la cruz próxima. Destaca también la actitud martirial de la niña Marta, de siete años, que quedó ciega en la cárcel y a quien los mismos guardias quisieron liberar haciéndola apostatar; la niña Marta respondió profesando la fe en nombre de todos y pudo morir junto a su madre.
El martirio fue contemplado por numerosos cristianos y miles de paganos. De este martirio quedan numerosos testimonios, incluso de un anticatólico -trabajador de la compañía inglesa de Hirado, quien también describe la muerte y oración de Tecla con sus hijos- y de los archivos civiles japoneses. El martirio fue divulgado de inmediato en Occidente, gracias a la carta anual de Rodrigues Giram, del año 1619 -el mismo año del martirio-, que tomó los datos de la relación del padre Benito Fernández, mártir dos años después.
A veces son fuentes civiles, pertenecientes a los mismos perseguidores, donde no se oculta el motivo de la persecución, el género de martirio, algunas apostasías y la tenacidad en afirmar la fe cristiana por parte de las víctimas. Son muy importantes las "cartas anuales" contemporáneas que enviaban a Roma los superiores jesuitas del Japón, misioneros y algunos de ellos también mártires posteriormente.
Ha habido una petición oficial de la Conferencia episcopal del Japón, firmada por todos los obispos el 14 de junio de 2004, suplicando la beatificación de los 188, que dieron su vida “por Cristo y por la Iglesia”, y motivándola con razones de actualidad pastoral. Los 188 mártires corresponden a las actuales diócesis de Nagasaki, Fukuoka, Kyoto, Niigata, Hiroshima, Kagoshima, Oita, Tokio (Edo) y Osaka.
1) Once mártires de Yatsushiro, hoy Kumamoto, diócesis de Fukuoka: seis de familia de samurais (año 1603) y cinco de gente del pueblo (años 1606 y 1609)
Entre los samurais, destacan dos familias: Juan Minami y su esposa Magdalena, con su hijo adoptivo Luis, de siete años; Simón Takeda y su esposa Inés, con su madre Juana. Los varones samurais mueren decapitados. Las mujeres y el niño, crucificados. Destaca la alegría en el momento del martirio, vistiendo su mejor vestido de fiesta. Magdalena Minami, desde la cruz, rezaba a coro con su hijo Luis. Juana Takeda predicaba desde la cruz.
Entre la gente sencilla del pueblo: Joaquín y Miguel, con su hijo Tomás, de trece años; Juan y su hijo Pedro, de cinco o seis años. Son tres catequistas, con sus hijos. Mueren decapitados, menos Joaquín, que muere en la cárcel a causa de los tormentos. Todos muestran alegría, oración y firmeza en la fe. Se conservan algunas cartas desde la cárcel, donde leían libros de espiritualidad.
El caso del niño Pedro Hatori, de cinco o seis años, es emblemático. Vestido con su kimono de fiesta, en el lugar del suplicio se acercó al cadáver de su padre, martirizado unos momentos antes, se bajó el kimono de los hombros, se arrodilló, juntó las manos para orar y presentó su cuello desnudo ante los verdugos aterrorizados; estos no acertaron en el primer golpe, hiriéndolo en el hombro y tumbándolo a tierra, de donde se levantó para seguir arrodillado en oración; murió decapitado pronunciando los nombres de Jesús y María. Algo parecido pasó con el niño Tomás, de trece años, hijo de Miguel; este niño tenía el brazo izquierdo atrofiado, pero lo levantó con su brazo derecho para morir en actitud de oración (cf. P. Pasio, o.c., cap. 9, foll. 328-330).
2) Mártires de Yamaguchi y Hagi, Melchor Kumagai, samurai, y Damián, catequista ciego, año 1605, 16 y 19 de agosto respectivamente, en la diócesis de Hiroshima.
El samurai Melchor muere decapitado en su casa, por defender la fe cristiana, mientras oraba y meditaba la pasión. La importancia del martirio de este samurai estriba también en su calidad de descendiente de familia noble que se remonta al emperador Kammu (782-805). El samurai Melchor precedentemente se había enfriado en la fe, pero luego, después de la guerra de Corea, tomó un camino de segunda conversión, entregándose con generosidad hasta el momento de su martirio. En sus cartas dirigidas a sus amigos manifiesta su adhesión incondicional a la fe, mientras, al mismo tiempo, estaba dispuesto a servir con fidelidad a su señor el “daimyó”, pariente suyo.
El catequista ciego Damián muere también decapitado, de rodillas y orando, por defender y propagar la fe. Su cuerpo fue mutilado y arrojado al río por los verdugos, con la intención de hacer desaparecer los restos, de donde los cristianos rescataron la cabeza para enviarla a Nagasaki. Los perseguidores intentaban conseguir la apostasía. Hay que notar en este caso y en algunos otros, la acción persecutoria de algunos bonzos de una secta budista, que instigaron a los gobernantes.
Este catequista ciego, que se había convertido del budismo, dedicó su vida a la catequesis, con su arte musical y narrativo, llegando a convertir, sólo en un año, a ciento veinte personas, además de dedicarse durante años a fortalecer la fe de los ya cristianos. Con sus cantos y narraciones, el ciego "iluminaba" a todos por el camino de la fe. En el momento en que iba a ser decapitado, le conminaron por tres veces a que apostatara de la fe, pero Damián ofreció su cuello mostrando gran paz y alegría. Sus restos, recuperados por los cristianos, fueron trasladados a Nagasaki y luego a Macao.
3) León Saisho Shichiemon Atsutomo, samurai de rango alto (1608, Hirasa, hoy Sendai, diócesis de Kagoshima)
Había recibido el bautismo el 22 de julio de 1608, de manos del futuro mártir Jacinto Orfanel, o.p., beato. El samurai convertido se entregó a un camino de oración y perfección. Instado repetidamente por su señor a apostatar, León resistió con fortaleza y ánimo tranquilo. Fue condenado a muerte por haberse bautizado en contra de las órdenes de su señor. Decía que “estaba dispuesto a morir antes que dejar de ser cristiano” (Carta de Mons. Cerqueira a Pablo V, 5 de marzo de 1609).
Salió para el lugar del martirio habiendo dejado sus armas, vestido con traje de fiesta; se arrodilló sobre una estera de paja ante una imagen pequeña del descendimiento de la cruz, que luego metió en su pecho, mientras enrollaba en su mano derecha el rosario.
Lo decapitaron el 17 de noviembre de 1608, a los tres meses y medio después de haber recibido el bautismo. Su martirio tuvo lugar donde él mismo había pedido, es decir, en el cruce de caminos (por significar la cruz de Cristo). El hecho de morir “con tanta seguridad y alegría... era cosa nunca vista en aquel reino” (Cerqueira, o.c., fol. 482).
4) Mártires en Ikitsuki (Hirado): el samurai Gaspar Nishi Genka, con su esposa Úrsula y su hijo primogénito Juan Mataichi Nishi (año 1609), diócesis de Nagasaki.
Se trata de una familia de mártires. Estos tres fueron martirizados el 14 de noviembre de 1609. Hijo de Úrsula es el padre Tomás, dominico, mártir en 1634, ya canonizado por Juan Pablo II en 1987; también fue martirizado su otro hijo Miguel con su esposa e hijo en 1634, por haber dado alojamiento a su hermano, el padre Tomás.
El samurai Gaspar Nishi era protector y padre de los pobres y campesinos. El martirio de esta familia fue promovido de modo especial por un bonzo principal de Hirado, de una secta budista, mitad bonzos mitad soldados, prohibidos posteriormente, que era amigo del “daimyó”. Los datos precisos del martirio se encuentran en la carta de monseñor Cerqueira, del 10 de marzo de 1610, dirigida al Papa Pablo V.
Los mártires se prepararon con oración para el martirio. Gaspar, samurai, pidió morir como Jesús en una cruz, pero sólo se le concedió ser decapitado en el lugar donde anteriormente el misionero padre Torres había levantado la cruz.
Úrsula y su hijo Juan murieron decapitados, arrodillados y pronunciando los nombres de Jesús y María. En sus cabezas, expuestas públicamente, pusieron la causa de la muerte: “por ser cristianos”. Sus cuerpos fueron llevados a Nagasaki y posteriormente, en 1614, a Macao.
5) Mártires de Arima (diócesis de Nagasaki), año 1613, tres familias de samurais: Adriano con su esposa Juana, León con su esposa Marta y sus dos hijos (Magdalena de diecinueve años, Diego de doce años), León con su hijo Pablo de veinticuatro años.
Las tres familias de samurais (ocho personas) murieron quemados vivos el 7 de octubre de 1613. Este martirio tiene un significado especial: representa la cristiandad de Arima, la más cultivada del Japón, semillero de mártires (bajo estas líneas, el memorial del martirio). Estas tres familias fueron siempre fieles a sus “daimyós” en guerra y en paz. El odio a la fe provenía especialmente del “daimyó” apóstata Arima Naozumi. Miles de cristianos, organizados en cofradías, pudieron asistir al martirio con el rosario en la mano y velas encendidas; habían pasado una noche entera velando en oración. Cinco días después del martirio, daba cuenta detallada de todo ello el obispo monseñor Cerqueira al prepósito general de la Compañía de Jesús, padre Claudio Acquaviva.
Todos los mártires se habían preparado con oraciones y sacramentos. La numerosa comunidad cristiana de la ciudad participó en la preparación espiritual. El influjo de sus gestos audaces llegó hasta conseguir que algunos apóstatas volvieran a la fe. Estos arrepentidos, no habiéndoseles permitido sumarse a los presentes mártires, renunciaron a sus rentas y se exiliaron.
Cada uno de los mártires muestra alguna peculiaridad personal: los tres samurais anuncian a Cristo sin ambigüedades hasta el último momento. Marta anima a sus hijos, Magdalena y Diego. Magdalena, de diecinueve años, levanta y ofrece al cielo con sus manos las brasas. El niño Diego, de doce años, al vadear el río de camino hacia el suplicio, no permitió que le ayudara un samurai compasivo, sino que le dijo: “-Déjame ir a pie como mi Señor, ya que no llevo la cruz a cuestas” (cf. Carta anual de 1613, fol. 271); en el momento del suplicio, al quemársele las cuerdas, los vestidos y los cabellos, corrió hacia su madre y quedó muerto a sus pies; la madre acogió al niño señalando el cielo. Todos ellos confesaron su fe con toda claridad y con alegría, pronunciando los nombres de Jesús y María.
6) Adán Arakawa de Amakusa (1614, diócesis de Fukuoka).
Se trata de un hombre del pueblo, casado con esposa cristiana, de fe sencilla y bien formada, siempre contento, catequista (“kambó”) y, al marchar los misioneros, responsable de la comunidad cristiana, dedicado a ella con gran celo. Se alimentaba de libros espirituales: la "Imitación de Cristo", libro impreso en japonés en Amakusa y Nagasaki.
Fue encarcelado y repetidamente torturado desde el 21 de marzo de 1614. Afirmó su fidelidad a las autoridades civiles, pero también la independencia de su fe (representado bajo estas líneas). En medio de las torturas, después de anunciar a Cristo, permanecía continuamente en oración. Fue decapitado el 5 de junio del mismo año (por la noche y en clandestinidad, mostrando más ánimo que sus verdugos) por no querer apostatar de su fe y por su calidad de animador catequista de la comunidad, que constaba de varios miles de cristianos. Su cuerpo, envuelto en redes y con piedras, fue arrojado al mar. Los cristianos sólo pudieron recoger algo de su sangre. Tenía sesenta años. La investigación fue dirigida por el futuro mártir beato Francisco Pacheco, según orden del provincial padre Carvalho, elegido como sucesor de monseñor Cerqueira, que había muerto en febrero de 1614.
7) El gran martirio de Miyaco (Kyoto), 6 de octubre de 1619 (cincuenta y dos mártires).
Este es uno de los martirios numerosos, o masivos, de Japón que hemos citado más arriba. En el martirio de Kyoto murieron cincuenta y dos cristianos quemados vivos: un samurai de alto rango, Juan Hashimoto con su esposa Tecla, encinta, y sus seis hijos, de entre tres y doce años; la mayoría eran gente sencilla del pueblo, madres jóvenes con sus hijos, que vivían agrupados en una calle de Kyoto (“calle de los que creen en Dios”) y que habían sido atendidos anteriormente por misioneros y catequistas, también martirizados posteriormente, algunos ya beatificados.
Las madres martirizadas ofrecían a sus hijos pequeños:
¡Señor Jesús, recibe a estos niños!
Todo el grupo siguió la misma suerte: encarcelados en diversas fechas, orando y cantando en la cárcel, crucificados y quemados todos juntos, afirmaron su fe. Constan los nombres de cada uno y su testimonio cristiano y martirial, algunas familias enteras. El samurai Juan fue un apoyo para todos.
Destaca el martirio de Tecla, en medio de las llamas, sujeta a la cruz con tres hijos pequeños, consolándolos, apretando a la más pequeña, Luisa, de tres años, entre sus brazos, mientras los otros tres ardían en la cruz próxima. Destaca también la actitud martirial de la niña Marta, de siete años, que quedó ciega en la cárcel y a quien los mismos guardias quisieron liberar haciéndola apostatar; la niña Marta respondió profesando la fe en nombre de todos y pudo morir junto a su madre.
El martirio fue contemplado por numerosos cristianos y miles de paganos. De este martirio quedan numerosos testimonios, incluso de un anticatólico -trabajador de la compañía inglesa de Hirado, quien también describe la muerte y oración de Tecla con sus hijos- y de los archivos civiles japoneses. El martirio fue divulgado de inmediato en Occidente, gracias a la carta anual de Rodrigues Giram, del año 1619 -el mismo año del martirio-, que tomó los datos de la relación del padre Benito Fernández, mártir dos años después.