Esta historia de España que casi todos los españoles desconocen, y que son más aún los que, aún desconociéndola, la odian (extraña raza la de los españoles) depara momentos absolutamente extraordinarios y memorables, uno de los cuales es, precisamente, el mágico año de 1565 que me propongo glosar hoy de manera muy somera.
Para empezar, es el año en el que realmente, el Imperio Español se convierte en “el Imperio en el que no se pone el Sol”, gracias a la conquista de las Islas Filipinas muy cercanas a la línea del antimeridiano español. En las Filipinas ya había puesto pie en 1521 el gran marino al servicio de la Corona de España Fernando de Magallanes, en el curso de la expedición que culminará luego Juan Sebastián Elcano con la primera circunnavegación de la Historia, y en Filipinas, víctima de una celada que le tiende el indígena Lapu Lapu, hallará la muerte el gran marino portugués. A partir de ese momento España pierde, de momento, todo interés en las islas hasta que, precisamente en 1565, se decide que es conveniente poner una base en el Pacífico para lanzar el comercio con las naciones de Asia, “la Nueva Ruta de la Seda” (o Primera Globalización como acertadamente se la llama ahora), algo que constituía el auténtico objetivo español desde el inicio de la aventura en 1492. Un objetivo que no se perdió de vista en ningún momento, ni aún con el fabuloso descubrimiento del gran continente americano que podría haber dado por colmadas todas las ambiciones españolas. La conquista de las Filipinas la llevará a cabo el gran Miguel de Legazpi, que funda en las islas ese mismo año la Villa de San Miguel, hoy Ciudad de Cebú.
Tres meses antes, también en 1565, el mismo Legazpi ha descubierto en pleno Océano las Islas Carolinas, que constituirán después la última posesión española en el Pacífico, incluso posterior a las Filipinas, pues lo son hasta 1899, año en que son vendidas a Alemania.
Sin solución de continuidad, se procede inmediatamente al segundo descubrimiento fundamental para poder lanzar esa Nueva Ruta de la Seda: el llamado “Tornaviaje”, aquella singladura que haga posible el retorno desde Asia hasta América. Un descubrimiento en principio baladí, pero en el que se estaba trabajando desde hacía más de cuarenta años (desde que en 1521 lo intenta por primera vez Gómez de Espinosa, el compañero de Elcano) y en el que habían fracasado ya hasta cinco expediciones españolas. El descubrimiento lo hará finalmente, gracias a su pericia tanto geográfica como marinera, el gran marino vasco, y por vasco español, Andrés de Urdaneta, que, como se sabe, descubre que la corriente del Kuro Shivo que pasa muy cerca del Japón es capaz de trasladarle a América del Norte, para desde ahí continuar la navegación de cabotaje descendiendo por la costa americana hasta Acapulco, el principal puerto español en el Pacífico.
Con toda simultaneidad, se inicia también, ese mismo año de 1565, con la nave que manda Andrés de Urdaneta, el famoso Galeón de Manila, el más potente instrumento de comercio internacional existente en la época, y durante 250 redondos años más, hasta que en 1804 zarpa de Filipinas el último. Un galeón en el que viajan todas las mercancías más preciadas existentes en el mundo, las que provienen de la China y de otros rincones de Asia rumbo a América primero, y a Europa después.
Por si todo ello fuera poco, en otro rincón del mundo distante a miles de kilómetros, también en 1565, otro español está realizando un hito de importancia fundamental: nos referimos al asturiano, y por asturiano español, Pedro Menéndez de Avilés, que está fundando la primera ciudad en la parte más septentrional del continente americano, San Agustín, convertida hoy en la ciudad más antigua de los Estados Unidos de Norteamérica, cuarenta y dos años anterior a la primera ciudad en que, en dicho escenario, crean los ingleses Jamestown.
No es la única fundación importante realizada por los españoles en América en 1565, porque en el mismo año se están fundando la ciudad de San Miguel de Tucumán en la actual Argentina, y la Real Audiencia de Chile, con sede en la ciudad actualmente chilena de Concepción. Y aunque para la corona portuguesa, que no la española, otro español, el padre San José de Anchieta, considerado el padre de la literatura brasileña, funda la ciudad brasileña de Rio de Janeiro, que, sólo quince años más tarde, pasará a soberanía hispano-portuguesa con la fusión de coronas en la persona de Felipe II.
En el mismo gigantesco continente pero a miles de kilómetros de todos los escenarios citados, en la ciudad de Quito perteneciente al Virreinato del Perú, se funda el Hospital de la Santa Misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, mandado construir por Felipe II, de real patrocinio, gestionado luego por los Hermanos de San Juan de Dios, -por cierto, la primera orden enfermera de la Historia, española también-, uno de los primeros de la América continental, cuyo maravilloso edificio barroco constituye hoy el Museo de la Ciudad.
Y en un escenario aún más lejano, ya en Europa, los turcos ponen sitio a la isla de Malta, posesión aragonesa que el César Carlos había donado a los legendarios Caballeros de San Juan del Hospital -convertidos hoy en los Caballeros de la Orden de Malta- que tantos servicios habían rendido a la cristiandad en Tierra Santa, , cuando son expulsados de la isla de Rodas por los mismos turcos. sitio que, también en 1565, levantarán los soldados españoles embarcados en la flota que dirige el que es el mejor marino de guerra de la Historia, Don Alvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz.
Esto era un año como otro cualquiera en aquel Imperio "en el que no se ponía el Sol", embarcado en un gobierno mundial que estuvo gestionando durante tres siglos y cuarto con momentos de mayor esplendor y momentos más difíciles, convertido en amo y señor de medio mundo, todo lo que va desde el meridiano 15 oeste que pasa por las Canarias hasta el meridiano 128 este que pasa por las Molucas. Y no poco merecido, por ser precisamente España la que había realizado la práctica totalidad de los descubrimientos importantes en el escenario descrito.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©Luis Antequera
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