Hoy quiero explicarme bien. Jesús nos mandó a evangelizar a todos los hombres, llamándoles a aceptar la fe en Él: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. No nos llama a quedarnos encerrados en nuestras comunidades, sino a salir en busca de los hombres".
La Evangelización es la razón misma de ser de la Iglesia (s. Pablo VI), no pongo en duda que hay que salir incluso a las "periferias" sociales y existenciales para ir a buscar a todos: "id por los cruces de los caminos e invitad a todos al banquete".
La evangelización es anunciar la Buena Nueva del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, que pide una respuesta por parte del evangelizado: la fe y la conversión. "Convertíos y creed en el Evangelio". Convertirse es cambiar de vida, dejando el pecado para seguir la ley de Dios.
Estamos llamados a acercarnos a todos para proponerles el evangelio, lo cual conlleva diálogo. Pero dialogar no es aceptar los presupuestos del otro ni su modo de vida. No podemos recortar páginas el Evangelio para caer bien a los demás.
La breve epístola de Judas es muy contundente al respecto. "¿Titubean algunos? Tened compasión de ellos; a unos, salvadlos, arrancándolos del fuego; a otros, mostradles compasión, pero con cautela, aborreciendo hasta el vestido que esté manchado por la carne".
La tentación de poner entre paréntesis ciertas enseñanzas del Evangelio para ganarnos el favor de la gente es demasiado fuerte, pero renunciar a ello es renunciar a la esencia de lo que estamos llamados a ser: testigos de la verdad. "Todo el que es de la verdad, escucha mi voz".
Eso no quiere decir que de primeras vayamos a la gente diciéndole que es un pecador y que lo que hace está mal, ese no es el punto de partida de la Evangelización. El punto de partida es la sed, el deseo, como hizo Jesús con la samaritana (Jn 4).
Parte de su deseo, pero llegado un momento de la conversación le hace ver que vive en pecado: "has tenido cinco maridos, y con el que estás ahora no es tu marido". Jesús sabe que para colmar su sed necesita abandonar el pecado que la retiene y aceptar la fe en Él.
Del mismo modo, cuando tendemos puentes (como dice el Papa) no lo podemos hacer recortando el Evangelio ni tampoco aceptando el modo de vida de aquellos a quienes nos dirigimos. No será el primer tema del que hablemos, obvio, pero tampoco lo podemos simplemente obviar.
Tarde o temprano ese diálogo debe llevar el kerygma, que suscita la conversión. Eso puede llevar a que la gente se aleje, como el joven rico, pero Jesús no fue detrás rebajando su oferta. La aceptación del Reino ha de ser incondicional.
Al joven rico Jesús ni le obliga a quedarse si va detrás para regatear el precio del Reino. Solo espera confiadamente que la gracia haga su parte y el joven rico pueda acabar siendo cristiano, a su debido tiempo. Dios no se salta los procesos, los respeta, pero no los acorta.
En la Evangelización hay un proceso por el cual se va proponiendo al otro la verdad del Evangelio y se le va invitando a abrazar la fe y a que cambie de vida, se respetan sus tiempos e incluso se le deja ir, pero no se rebaja el Evangelio de modo que el otro no tenga que cambiar.
Cuando nos acercamos a personas que llevan una vida moral o incluso sostienen una convicciones anti-evangélicas no podemos pretender llegar a una especie de equilibrio en que ellos sigan igual y nosotros les caigamos bien. No es esa la misión de Jesús.
Está claro que a veces la Iglesia no se ha caracterizado por ser dialogante, pero es un error pasar ahora al extremos de que en ese diálogo olvidemos quiénes somos y lo que estamos llamados a ser. Pero no por un celo farisaico, sino por amor a los hombres.
Un amor que nos lleva a ofrecerles la verdad sin adulterarla, porque "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". El amor al hombre nos debe llevar a ofrecerles la verdad que libera y hace plenamente feliz, que nos cambia la vida.
Desde esta planteamiento totalmente evangélico y sin despreciar los esfuerzos por evangelizar a los que no creen e incluso están lejos de la Iglesia, es fundamental que, por amor a la verdad y ante la confusión reinante, señalemos los presupuestos que son anti-evangélicos.
Estos presupuestos deben cambiar para que puedan ser parte de la Iglesia: LBGTI, feminismo radical, no aceptación del Magisterio y la jerarquía, liberalismo sexual, divorcio y concubinato, reinterpretación posmoderna de la Biblia y de la fe al margen de la Tradición, etc.
Concluyo. No podemos perder de vista cuál es la meta a la que queremos llevar a los hombres. Tendemos puentes para ir donde están los hombres y luego llevarles hacia Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida, no para quedarnos donde ellos y decirles que sigan cómo están.