Artículo publicado en Religíón Confidencial, firmado por José Francisco Serrano
Hay sacerdotes que pasarán a la historia por haber legado algo grande y duradero a las generaciones futuras. Hay otros cuya memoria se perderá en el olvido, una vez el tiempo vaya consumiendo los hitos de las edades de los hombres.
Y sin embargo, su obra principal fue la de un testimonio sincero, silente, siempre trasparencia de Evangelio y pronto a dar razón de la fe, que es razón de esperanza.
En días pasados recibimos la noticia del fallecimiento de un sacerdote madrileño que representa a una generación sacerdotal que se está despidiendo para el presente. Una generación singular, forjada por la sangre de los mártires.
Estamos hablando de don Alfonso Muñoz Bernal, que fuera párroco del Santísimo Cristo de la Victoria, tío del también sacerdote don Alfonso Simón Muñoz, y, en cierto sentido, de esa constelación de sacerdotes y obispos formaban el grupo de “los golfines” Javier Martínez, Braulio Rodríguez, César Franco y Rafael Zornoza.
No hace muchos días, por cierto, un párroco madrileño me recordaba que el cardenal Tarancón decía aquello de que de “los golfines”, en Madrid, no se podía hablar porque no se les entendía y, sin embargo, eran los primeros en hacer las cosas, y bien. Antes y quizá ahora. Quien tuvo claro lo que estaba pasando fue el Nuncio Tagliaferri.
Como testimonio público de esa vida sacerdotal, reproduzco parte de la intervención del hoy capellán de Periodismo de la Complutense, Alfonso Simón –y en otra época “alma máter” e inspirador de Alfa y Omega-, en la misa funeral por su tío. Dijo allí:
“Don Alfonso, así como yo mismo, su sobrino, recibió el nombre cristiano de su padre, Alfonso Muñoz Tejada, que tuvo la gracia de ser testigo de Jesucristo hasta dar su sangre por Él. Había contraído matrimonio con mi abuela, Rosario, el 5 de noviembre de 1911, en la iglesia de Santa María la Real de la Almudena, la cripta recién estrenada de la que sería nuestra catedral de Madrid, y el 5 de noviembre de 1936, cuando se cumplían exactamente 25 años de su matrimonio, el día de sus Bodas de Plata, fue detenido por ser cristiano, y lo era en verdad de modo ejemplar. Nada supimos de él hasta que, en el estudio histórico de las causas de los mártires de los año 30 del siglo XX en España, se ha sabido que Alfonso Muñoz Tejada fue llevado, junto con otras víctimas, al zoológico del Retiro madrileño y echado a las fieras para morir entre sus dientes. La reacción al conocerlo de su hija Esperanza, la mayor, mi madre, entre lágrimas fue mostrar su gozo interior al saber que su padre había muerto como san Ignacio de Antioquía. El hijo menor, Don Alfonso, tenía entonces 12 años.
Durante los años de la persecución religiosa en la guerra civil, tan duros y difíciles en la ciudad de Madrid, el adolescente que tantos siguieron llamando durante mucho tiempo Alfonsito, fue creciendo en la fe y la Providencia le asignó poder ser ministro extraordinario para la distribución de la Sagrada Comunión en su casa, donde a lo largo de la guerra pudieron tener algún sacerdote que esporádicamente celebraba la Santa Misa y podía reservarse a Jesús Eucaristía para cuantos vivieron en aquella casa, muy cerca a la Puerta del Sol, en la que aquellos tres años pudieron refugiarse, en distintos momentos, hasta 17 religiosas. En especial Hijas de la Caridad, en cuya casa noviciado de Madrid celebró su Primera Misa el joven Alfonso Muñoz, tras sus estudios hasta el llamado entonces “Examen de Estado”, momento en que ingresó en el Seminario madrileño”.
Descanse en la paz de Dios don Alfonso e interceda por nosotros.