Que la liturgia es vital lo vemos confirmado cada día. Lex orandi, lex credendi.
Nuestra vida cristiana depende del modo en que glorificamos a Dios, que es el núcleo de la liturgia. Esto puede parecer pasado de moda en nuestros tiempos en los que no es extraño que se descuide la liturgia y se dé rienda suelta a la "creatividad" y la "participación", con resultados que, siendo benevolentes, podemos calificar como pobres. Pero no es así, la liturgia, cuidada, sagrada, llena de vida y al mismo tiempo “rígida” en el respeto y adhesión a la Tradición de la Iglesia, sigue siendo trascendental para la vida cristiana.
Pensaba esto al leer este pasaje en una biografía sobre el escritor francés Joris-Karl Huysmans, aquel decadente extremo del que se decía que, a su lado, D’Annunzio y Wilde eran como monaguillos. Otro dandy decadente contemporáneo y también escritor de talento, Jules Barbey D’Aurevilly, sentenció que a Huysmans le quedaba sólo elegir entre la cruz o la boca de una pistola. Huysmans se adentró incluso en el satanismo… hasta que la belleza de la liturgia católica, que le deslumbró, fue la puerta por la que recuperó la fe. Acabó muriendo como monje en la Trapa. Hoy, quizás se hubiera topado con una misa “creativa”, o incluso “infantil”, y a lo mejor no le hubiera quedado más salida que la segunda alternativa de Barbey.
PD. Cuando acabo de escribir esto me llega un comentario de Peter Kwasniewski, profesor en el Wyoming Catholic College, a las fotos de la celebración de la Divina Liturgia de Navidad en la catedral ortodoxa de Moscú: “¿Por qué será que cuándo los cristianos bizantinos llevan oro en cantidad en sus vestidos y coronas y usan toneladas de incienso y marchan en grandes procesiones, etc., es bello y místico y maravilloso, pero cuándo los católicos romanos hacemos cosas similares (como hemos hecho durante más de 1.500 años) resulta que nos llaman rígidos, pasados de moda, chillones, truinfalistas, farisáicos y quién sabe qué otras cosas? He aquí una extraña doble vara de medir”.