Mi post del 14 de Enero terminaba así, recordando el prólogo del evangelio de San Juan 1, 1-18: “Párate y léelo despacio. Saboréalo. Deja que te empape lo que estás leyendo, que llegue hasta lo más hondo de tu ser. Deja que esas palabras echen raíces en el centro mismo de tu corazón y te aseguro que por muy dura que sea tu vida, por más dificultades que se encadenen y por más cosas dolorosas que te pasen, jamás perderás la esperanza ni la confianza en Dios, Padre amorosísimo y providente.”
Procuro escribir sólo sobre lo que tengo algún conocimiento, ya sea por experiencia propia o por lo que me cuentan otros, porque si me meto en temas que desconozco me equivocaré seguro. Incluso hablando de lo que sé meto la pata también, pero como dice mi querido refranero popular, “más vale malo conocido que bueno por conocer.”
Soy muy imperfecta, tengo muchos defectos y al cabo de la semana cometo montones de errores y pecados, la mayoría por soberbia y pereza. Hay personas para las que no es que sea imperfecta sino directamente insoportable y tendrán sus razones para sentirlo así. Seguro que a ti te pasa lo mismo porque la mayoría de la Humanidad somos personas corrientes, nada extraordinarias ni heroicas, que hacemos lo que podemos por ser buena gente, si somos cristianos tratamos de llegar a ser santos. Y nuestra debilidad no debe desanimarnos, ya lo dijo San Pablo en Rom 5, 20: “mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia.” Si estamos dispuestos no importa que no nos veamos capaces porque Dios nos capacita con su gracia si nosotros queremos.
Mi vida tampoco es perfecta, es igual de corriente que yo y está salpicada de contrariedades y dificultades como la de todo el mundo, más todavía después del año que llevamos, y suma y sigue.
No sé tú pero yo estoy muy cansada por dentro, mentalmente, anímicamente, espiritualmente… La incertidumbre me causa inquietud y ansiedad, el ambiente pesimista que destilan los medios de comunicación me agota, el no ver ni siquiera de lejos el final de este desastre acaba conmigo, consume mis fuerzas.
Los que “antes de” teníamos difícil encontrar trabajo ahora lo vemos como un precioso e inalcanzable sueño dorado. La ansiedad y la depresión son como el chapapote: se extienden y lo impregnan todo hasta asfixiarlo y hundirlo, hables con quien hables todo el mundo te dice que tiene o conoce a alguien que tiene ansiedad y/o depresión. Las bajas por esta enfermedad son una enfermedad en sí mismas en muchas familias porque afectan tanto al paciente como a su entorno más cercano.
En medio de este panorama tan desalentador me siento fatal, sola, insegura, asustada… porque hay muy pocas cosas bajo mi control, a veces ni siquiera puedo seguir el plan de tareas de mi casa porque pasa algo imprevisto que me lo impide y la sensación de ser un mindundi crece y crece como las habichuelas mágicas. Muchas veces no sé qué es lo que debo hacer, me siento confundida y perdida y si pregunto, el otro se siente igual que yo o peor.
En este océano de incertidumbres sólo tengo 1 certeza: Dios me ama y sólo quiere cosas buenas para mí. Y no es cosa mía, ya lo dijo el profeta Jeremías 600 años a.C.: “Porque yo sé los designios que tengo sobre vosotros, dice el Señor, designios de paz, y no de aflicción, para daros la libertad, que es el objeto de vuestra esperanza.” Jer 29, 11.
Nada ni nadie ha podido hasta ahora hacerme dudar de esto, aunque reconozco que en momentos de sufrimiento muy intenso soy yo quien me cuestiono. Me pregunto si no seré idiota por seguir confiando y esperando en Dios pero no me lo digo en serio, sólo es mi derecho al pataleo.
Últimamente me pasa mucho que no entiendo nada de lo que pasa a mi alrededor ni de por qué pasa, se me seca el cerebro de tanto pensar qué hice mal para que me pase esto o lo otro y no encuentro respuestas, sólo un dolor de cabeza del 14 y más desaliento y confusión que antes. Y me da por pensar y por creerme que mi vida es una mi… ¡ércoles!, que no es para nada como la había imaginado, que no la quiero ni en pintura.
Y me pregunto si de verdad esto es lo que Dios tenía pensado para mí o si no será más bien que me he perdido por el camino. ¡Ojalá pudiera ver en qué punto empecé a desviarme, y corregirlo! Pero no puedo. Y Dios no tiene la culpa de que yo me sienta fatal, es más, le duele verme sufrir porque me ama tanto que no quiere que me pase nada malo, no quiere verme llorar. Como cualquier padre, como cualquier madre y como cualquier persona buena pero más, porque en Dios todo es tamaño 4XL.
No puedo describir la enormidad de mi tristeza, de mi soledad ni de mi sentimiento de abandono por parte de Dios en mis peores momentos de desaliento. Esto lo experimentó Jesús en Getsemaní en dimensiones divinas, como dije un poco más arriba. Pero puedo asegurar que aunque son reales y abismales, son mucho más fuertes, incluso debilitadas como están ahora, mi confianza y mi esperanza en Dios. No es racional, precisamente esto es lo que lo hace tan difícil de explicar: es pura fe.
A pesar de lo negro que lo veo todo en momentos así, de que sólo lloro y gasto Kleenex a mansalva y a ratos me rebozo en la autocompasión como si fuera una croqueta, sigo confiando y esperando en Dios. Eso sí, como veo que mi fe y mi esperanza están débiles le pido que las fortalezca porque necesito verle y no le veo, oírle y no le oigo, sentirle en mi corazón y no le siento aunque sé que está.
Dice San Pablo que “(…) hemos sido salvados por la esperanza. Ahora bien, una esperanza que se ve no es esperanza; pues ¿acaso uno espera lo que ve? Por eso, si esperamos lo que no vemos, lo aguardamos mediante la paciencia.” Rom 8 24-25. “Sabemos que todas las cosas cooperan par el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio.” Rom 8, 28.
Pero lo que más fortalece mi confianza y esperanza tan débiles cuando estoy agotada por dentro es esto:
“¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.” Rom 8, 35-39.
Su amor es tan enorme que no quiere el mal para nosotros y lo que hace con él es exprimirlo y sacar de ahí algo bueno. Y mientras tanto, cuando estamos en el fondo del pozo más negro del mundo viene y nos rescata.