Abel Azcona ha sido absuelto de utilizar hostias consagradas contra la Iglesia católica. No es que se las tirara al cura a la cara entre el Cuerpo de Cristo y el amén, es que las empleó para ahormar una obra de arte crítica con la Santa Madre. El juzgado de Navarra, que define la Sagrada Forma como objeto blanco, redondo y pequeño, entiende que no hay ofensa contra los creyentes, así que si otro artista decide mañana urdir una exposición contra la judicatura realizada con ropones, es de prever que el mismo juez le absuelva, no si antes calificar a la toga como objeto negro, rectangular y grande.
La asociación de abogados cristianos ha recurrido la sentencia ante la Audiencia, pero en mi opinión los hechos hay que ponerlos en conocimiento de la academia de bellas artes de San Fernando para que informe sobre si el susodicho pertenece al gremio. Me da la impresión de que Abel, como tantos otros artistas alanceadores del catecismo, carece del talento necesario no ya para competir con Goya, sino para llevarle el carboncillo, y por eso recurre a la provocación, al modo en que el chef que no le ha cogido el punto a la fabada apuesta por la tortilla de hidrógeno.
No sé si la impotencia del arte profano para competir con el sacro subyace tras el actitud de estos artistas. Entiendo, empero, que cualquiera de ellos se sienta pequeño si compara su obra con la de Murillo, pues entre la Inmaculada y la performance existe la misma distancia que entre el beso de buenas noches y la pesadilla. Puede, por esto, que tras su combate al catolicismo se esconda el resentimiento. En ese caso les recomiendo que, en lugar de cocear al aguijón, pinten bodegones para ganarse la vida. A ser posible como los de Velázquez: ves en una exposición el cuadro de la vieja friendo huevos y tardas dos minutos en reservar mesa en Casa Lucio.