OKLAHOMA, 06 Dic. 16 / 05:40 pm (ACI).- Estados Unidos tendrá pronto a su primer mártir beatificado por la Iglesia Católica ya que el Papa Francisco firmó el pasado 2 de diciembre el decreto en el que se reconoce el martirio del P. Stanley Francis Rother, originario de la pequeña población de Okarche en Oklahoma y asesinado en Guatemala en 1981, donde era conocido como el Padre Aplas o Padre Francisco.
En Okarche, la parroquia, el colegio y las granjas eran los pilares de la vida comunitaria. El pequeño Stanley asistió toda su vida al mismo colegio y vivió con su familia hasta que entró al seminario.
En Okarche, la parroquia, el colegio y las granjas eran los pilares de la vida comunitaria. El pequeño Stanley asistió toda su vida al mismo colegio y vivió con su familia hasta que entró al seminario.
Rodeado de buenos sacerdotes y de una vibrante vida parroquial, Stanley sintió desde muy joven el llamado de Dios a ser sacerdote. A pesar de ello, este joven tuvo que luchar luego de reprobar muchos cursos antes de graduarse del seminario Mount St. Mary’s en Maryland.
Al escuchar las luchas del joven Stanley, la hermana Clarissa Tenbrick, quien fue su profesora cuando estaba en quinto grado, le escribió para alentarlo y le recordó que San Juan María Vianney, Patrono de los sacerdotes, también había experimentado ese tipo de luchas en el seminario.
Al escuchar las luchas del joven Stanley, la hermana Clarissa Tenbrick, quien fue su profesora cuando estaba en quinto grado, le escribió para alentarlo y le recordó que San Juan María Vianney, Patrono de los sacerdotes, también había experimentado ese tipo de luchas en el seminario.
“Ellos eran hombres sencillos que supieron que estaban llamados al sacerdocio y alguien debía autorizarlos para que cumplieran sus estudios y se hicieran sacerdotes”, dijo en entrevista con Catholic News Agency, Maria Scaperlanda, autora del libro The Shepherd Who Didn’t Run, (El pastor que no salió corriendo), una biografía de este mártir.
“Ellos trajeron consigo bondad, sencillez y un corazón generoso en todo lo que hacían”, aseguró la autora.
Cuando Rother estaba todavía en el seminario, el entonces Papa Juan XXIII pidió a las diócesis de Estados Unidos que enviaran asistencia y establecieran misiones en Centroamérica.
Fue así que pronto las diócesis de Oklahoma City y Tulsa, también en el estado de Oklahoma, establecieron una misión en Santiago Atitlán, Guatemala, una comunidad rural de muy escasos recursos, cuya población es mayoritariamente indígena.
“Ellos trajeron consigo bondad, sencillez y un corazón generoso en todo lo que hacían”, aseguró la autora.
Cuando Rother estaba todavía en el seminario, el entonces Papa Juan XXIII pidió a las diócesis de Estados Unidos que enviaran asistencia y establecieran misiones en Centroamérica.
Fue así que pronto las diócesis de Oklahoma City y Tulsa, también en el estado de Oklahoma, establecieron una misión en Santiago Atitlán, Guatemala, una comunidad rural de muy escasos recursos, cuya población es mayoritariamente indígena.
Pocos años después de ordenado, el P. Rother aceptó la invitación de unirse a este equipo misionero, donde pasaría los siguientes 13 años de su vida.
Al llegar a la misión de los indios mayas de Tz’utujil, en la villa no tenían un nombre equivalente a Stanley, por lo que comenzaron a llamarlo Padre Francisco.
Al llegar a la misión de los indios mayas de Tz’utujil, en la villa no tenían un nombre equivalente a Stanley, por lo que comenzaron a llamarlo Padre Francisco.
El sacerdote había aprendido de joven, en la granja de su familia la ética de trabajo que serviría mucho en este nuevo lugar. Como sacerdote misionero, fue llamado no solamente a celebrar Misa y a administrar los sacramentos sino a ayudar en tareas sencillas como reparar camiones o a trabajar en los campos.
Construyó una cooperativa de agricultores, un colegio, un hospital y la primera estación de radio católica, la cual podría llevar catequesis a los lugares más remotos.
“Es sorprendente cómo Dios no pierde ningún detalle”, relata Scaperlanda. “El mismo amor por la tierra y ese pequeño pueblo donde todos se ayudaban entre ellos, todo lo que aprendió en Okarche es exactamente lo que necesitó cuando llegó a Santiago”, indica.
“El Padre Francisco también era conocido por su amabilidad, el olvido de sí mismo, por ser una persona alegre y por estar siempre presente entre sus feligreses, Decenas de fotos muestran a niños risueños corriendo detrás suyo y tomando sus manos”, afirma la autora.
“El Padre Stanley tenía una disposición natural a compartir la labor con ellos, a partir el pan con ellos y a celebrar la vida con ellos, lo que hizo que la comunidad en Guatemala dijera que el Padre Stanley, ‘era nuestro padre’”, dice su biógrafa.
Con el paso de los años la violencia de la guerra civil de Guatemala llegó a la que antes era una aldea pacífica. Pronto llegaron a hacer parte de la vida diaria las desapariciones, los asesinatos y el peligro, pero el P. Rother permaneció firme y apoyando a su gente.
En los años de 1980 y 1981, la violencia llegó a un punto casi insoportable y el sacerdote veía cómo sus amigos y feligreses eran secuestrados o asesinados.
En una carta a los católicos de Oklahoma durante la que fue su última Navidad, el sacerdote compartió los peligros que diariamente enfrentaba en su parroquia y en su misión.
Construyó una cooperativa de agricultores, un colegio, un hospital y la primera estación de radio católica, la cual podría llevar catequesis a los lugares más remotos.
“Es sorprendente cómo Dios no pierde ningún detalle”, relata Scaperlanda. “El mismo amor por la tierra y ese pequeño pueblo donde todos se ayudaban entre ellos, todo lo que aprendió en Okarche es exactamente lo que necesitó cuando llegó a Santiago”, indica.
“El Padre Francisco también era conocido por su amabilidad, el olvido de sí mismo, por ser una persona alegre y por estar siempre presente entre sus feligreses, Decenas de fotos muestran a niños risueños corriendo detrás suyo y tomando sus manos”, afirma la autora.
“El Padre Stanley tenía una disposición natural a compartir la labor con ellos, a partir el pan con ellos y a celebrar la vida con ellos, lo que hizo que la comunidad en Guatemala dijera que el Padre Stanley, ‘era nuestro padre’”, dice su biógrafa.
Con el paso de los años la violencia de la guerra civil de Guatemala llegó a la que antes era una aldea pacífica. Pronto llegaron a hacer parte de la vida diaria las desapariciones, los asesinatos y el peligro, pero el P. Rother permaneció firme y apoyando a su gente.
En los años de 1980 y 1981, la violencia llegó a un punto casi insoportable y el sacerdote veía cómo sus amigos y feligreses eran secuestrados o asesinados.
En una carta a los católicos de Oklahoma durante la que fue su última Navidad, el sacerdote compartió los peligros que diariamente enfrentaba en su parroquia y en su misión.
“La realidad es que estamos en peligro. Pero no sabemos cuándo o de qué manera el gobierno usará sus fuerzas para reprimir a la Iglesia… Dada esta situación confieso que no estoy listo para salir de aquí todavía… pero si este es mi destino yo daría mi vida por estar aquí (…) Existe todavía mucho bien que puede ser entregado también bajo estas circunstancias”.
El sacerdote finalizó su carta con la que se convirtió en la frase que en adelante acompañaría su firma:
El sacerdote finalizó su carta con la que se convirtió en la frase que en adelante acompañaría su firma:
“El pastor no puede salir corriendo ante la primera señal de peligro. Ora por nosotros para que podamos ser un signo del amor de Cristo hacia nuestra gente, para que nuestra presencia entre ellos pueda fortificarlos para que ellos soporten estos sufrimientos en preparación para el Reino de Dios que ya llega”.
En enero de 1981, cuando se encontraba en peligro y su nombre estaba dentro de una lista de posibles muertos, el P. Stanley Rother regresó a Oklahoma por unos meses, pero cuando se aproximaba la Pascua decidió regresar a pasar Semana Santa con su gente en Guatemala.
La mañana del 28 de julio de 1981 tres “ladinos” –hombres que masacraban indígenas y campesinos de Guatemala desde la década de los 60–, irrumpieron en la rectoría.
Al no querer poner en peligro a los demás en la misión de su parroquia, el Padre Francisco luchó, pero no pidió ayuda. Pasaron 15 minutos. Se escucharon dos disparos. Mataron al sacerdote y los asesinos se fueron de la tierra de misión.
Maria Scaperlanda, quien ha trabajado en la causa de canonización del P. Rother, dijo que el sacerdote es un buen testimonio y ejemplo: “él dio de comer al hambriento, acogió al forastero, visitó a los enfermos, consoló a los afligidos, soportó pacientemente las incomodidades, sepultó a los muertos”.
“Su vida es también un gran ejemplo de cómo las personas que viven una vida ordinaria están llamadas a hacer cosas extraordinarias por Dios”, aseguró la biógrafa.
“Lo que más me ha impactado de la vida del Padre Stanley fue lo sencillo que era”, dijo.
Sobre el sacerdote, el Arzobispo de Oklahoma, Mons. Paul Coakley, señaló que “necesitamos el testimonio de hombres y mujeres santos que nos recuerden que estamos llamados a la santidad. Estos hombres y mujeres vienen de lugares ordinarios como Okarche, Oklahoma”.
“Aunque los detalles son diferentes, creo que el llamado es el mismo y el reto es también el mismo. Como el Padre Francisco, cada uno de nosotros es llamado a decir ‘sí’ al Señor con todo nuestro corazón. Estamos llamados a ver a quién está de pie ante nosotros como un hijo de Dios, a tratarlos con respeto y con un corazón generoso”, agregó.
“Estamos llamados a ser santos ya sea que vivamos en Okarche, Oklahoma, en Nueva York o en Ciudad de Guatemala”, concluyó Maria.
En enero de 1981, cuando se encontraba en peligro y su nombre estaba dentro de una lista de posibles muertos, el P. Stanley Rother regresó a Oklahoma por unos meses, pero cuando se aproximaba la Pascua decidió regresar a pasar Semana Santa con su gente en Guatemala.
La mañana del 28 de julio de 1981 tres “ladinos” –hombres que masacraban indígenas y campesinos de Guatemala desde la década de los 60–, irrumpieron en la rectoría.
Al no querer poner en peligro a los demás en la misión de su parroquia, el Padre Francisco luchó, pero no pidió ayuda. Pasaron 15 minutos. Se escucharon dos disparos. Mataron al sacerdote y los asesinos se fueron de la tierra de misión.
Maria Scaperlanda, quien ha trabajado en la causa de canonización del P. Rother, dijo que el sacerdote es un buen testimonio y ejemplo: “él dio de comer al hambriento, acogió al forastero, visitó a los enfermos, consoló a los afligidos, soportó pacientemente las incomodidades, sepultó a los muertos”.
“Su vida es también un gran ejemplo de cómo las personas que viven una vida ordinaria están llamadas a hacer cosas extraordinarias por Dios”, aseguró la biógrafa.
“Lo que más me ha impactado de la vida del Padre Stanley fue lo sencillo que era”, dijo.
Sobre el sacerdote, el Arzobispo de Oklahoma, Mons. Paul Coakley, señaló que “necesitamos el testimonio de hombres y mujeres santos que nos recuerden que estamos llamados a la santidad. Estos hombres y mujeres vienen de lugares ordinarios como Okarche, Oklahoma”.
“Aunque los detalles son diferentes, creo que el llamado es el mismo y el reto es también el mismo. Como el Padre Francisco, cada uno de nosotros es llamado a decir ‘sí’ al Señor con todo nuestro corazón. Estamos llamados a ver a quién está de pie ante nosotros como un hijo de Dios, a tratarlos con respeto y con un corazón generoso”, agregó.
“Estamos llamados a ser santos ya sea que vivamos en Okarche, Oklahoma, en Nueva York o en Ciudad de Guatemala”, concluyó Maria.