La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, ha destrozado en un mitin el poema de Miguel Hernández Para la libertad, que el cabrero de Orihuela inicia con la fuerza de la quinta de Beethoven (Para la libertad, sangro, lucho, pervivo), pero que en boca de la dirigente socialista no da ni para ganar unos juegos florales: Para la libertad lucho, sufro y pervivo…sufro y pervivo. Eso dijo y se quedó tan ancha. El trastoque sería comprensible si hubiera citado a Pemán, el de la rima franquista, pero por escabechar un verso de izquierdas merece un suspenso en poesía social. Con todo, menos mal que eligió un poema fácil de estropear, pero difícil de manipular. Si esta defensora de la ideología de género llega a recitar La nana de la cebolla, ese canto a la vida, acaba el pobre niño alicantino en una clínica abortiva.
Como la izquierda suele utilizar la literatura en provecho de la ideología le interesa menos la obra que la vida de los escritores. Si Miguel Hernández hubiera sido el hijo díscolo de un terrateniente de Elche en lugar de un pastor no sería venerado por gente cuya única relación con el primer oficio del escritor es la tabla de quesos que degusta mientras sopesa la manera de erradicar el hambre en el mundo.
Gente como Susana, que se alimenta de consignas. La consigna, que es el pareado del lenguaje político, no se lleva bien con el razonamiento, que es el endecasílabo, que es Cicerón. Díaz, aunque otorgue trato de Catilina al PP, no es Cicerón. Para serlo le faltan conocimientos y le sobran yerros. Como el del poema, aunque puede aducir que casi lo dice bien. Está en su derecho, pero si lo que se juzga es la aproximación quiero que me hagan una prueba para la filarmónica de Berlín porque de pequeño vi en la tele El violinista en el tejado. Además, como intuyo que un fa sostenido es lo contrario a un re en caída libre es posible que nadie de entre el público se dé cuenta de mis escasas dotes para el allegro ma non troppo. Siempre, claro está, que el respetable sea tan condescendiente como el del mitin, que aplaudió con tanto entusiasmo que parecía que el poema lo había recitado Francisco Valladares.