Belén es una palabra que se repite en tiempo de Navidad. “Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta”, dice el Evangelio de San Lucas.
Esta pequeña población ubicada ahora en el estado de Palestina y tan solo a 9 kilómetros de Jerusalén, hoy cuenta con 25 mil habitantes, aproximadamente la mitad de ellos musulmanes y la otra mitad cristianos. Estuve allí hace casi dos meses. Siempre había querido conocer esa ciudad tan mencionada en célebres cantos (El camino que lleva a Belén, Hacia Belén va una burra, los pastores de Belén etc.), en poemas, y antífonas navideñas. Una ciudad representada en grandes obras de arte, y también en pequeños pesebres elaborados en el calor de tantos hogares (en España, por cierto, a los pesebres se les llama Belén). Y pensaba siempre que ese sueño sería solo una utopía por la gran distancia geográfica y por la difícil situación de orden público de los estados de Israel y Palestina.
Aún así pude estar una tarde en Belén. El primer lugar que visité fue el llamado Campo de los Pastores. Fue allí donde el Ángel se apareció a unos sencillos campesinos que velaban en la noche cuidando su rebaño para decirles: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todos los pueblos ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”,. prosigue el Evangelio de San Lucas.
Los relatos que has escuchado tantas veces en la Biblia y en tantos cuentos e historias de Navidad se hacen palpables. Es hermosa y conmovedora la sensación de pisar ese lugar donde las personas más sencillas recibieron la mejor de las noticias: la llegada del Mesías esperado y donde su sencillez fue lo que les permitió correr presurosos al lugar donde había nacido el niño.
Desde el Campo de los Pastores se divisa la colina donde está ubicada la ciudad de Belén y sobresale la Basílica de la Natividad, construida por orden del emperador Constantino en el año 333 y ubicada donde la tradición cuenta que nació Jesús. Esta iglesia tiene varios encantos: por un lado, saber que este lugar fue hace 2 mil años un sencillo portal donde María y José fueron a parar porque no encontraron posada. Y fue allí donde “se cumplieron los días del alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito”.
Algunos la llaman el templo del ecumenismo porque en ella conviven tres confesiones cristianas: la católica, la greco-ortodoxa y la armenio-ortodoxa. Jesús, hecho niño en un pesebre es capaz todavía hoy de unir lo que las diferencias religiosas separan.
Las callecitas de Belén están llenas de comercio. Allí los pocos cristianos se las arreglan para vender sus artesanías y ornamentos religiosos y viven de ellos. Encontré también algunos musulmanes trabajando en estas tienditas y me alegré al ver que la hermandad entre los más sencillos representantes de ambos credos.
Belén cobra una especial importancia en este tiempo de Navidad. Te acerca a la humanidad e historicidad del Niño Jesús quien, como dice la Novena de Aguinaldos apacienta “con suave cayado ¡ya la oveja arisca, ya el cordero manso!”.
Publicado originalmente en www.elcolombiano.com