Hace unos años, cuando recién empecé a dar clases me di cuenta de que la clave para que los estudiantes vivan la fe es, simple y sencillamente, dejar que Dios sea el protagonista sin monitores[1] o audios con sonido de lluvia, olas y viento. Así que les propuse un reto. Ir a la capilla una vez a la semana y estar en silencio unos minutos que irían en aumento. Aceptaron con gusto. En la primera sesión, nos pusimos como meta cinco minutos. En la segunda, quince y, en la tercera, media hora. Les dije que no se preocuparan si se distraían o pensaban en otras cosas, pero que se abrieran a la posibilidad de que Dios le hablara a su interior. Fue un cara a cara con él. Al final de cada sesión, estuvimos recuperando las experiencias. Resultaron muy variadas; sobre todo, como es lógico, entre las conclusiones de la primera y las de la tercera vez. En la visita inicial, algunos, admitieron sentirse inquietos al no saber qué hacer; otros, dijeron que comenzaron a pensar en lo que harían durante el día, sin olvidar al que se puso a contar los cuadritos de la estructura que adorna la capilla. En la de los quince minutos, sus conclusiones se centraron en que, con todo y las distracciones, habían sentido paz, desahogo y algunas respuestas interiores a cosas que traían. Para la última, comentaron que les había resultado mucho más fácil. Reconocieron el valor del silencio y, en palabras de varios de ellos, pudieron conectar con Dios.

Entiendo que no siempre toca realizar momentos de oración sin otro medio que el silencio, pero es un hecho que debe estar presente. No olvidemos que el único que puede generar en los jóvenes y en cualquier otra persona lo que nosotros llamamos “experiencia fundante”, es el Espíritu Santo. Sin duda, nos toca generar el ambiente, pero si ese ambiente no tiene momentos puntuales de silencio en los que se pueda entrar en uno mismo para dejarse encontrar por Dios, no tendremos resultado alguno que genere procesos de conversión. En la dinámica que yo les organicé, bastó con ir a la capilla para iniciar algo nuevo. Eso sí, los hice conscientes de la presencia de Jesús en el sagrario, pero el resto, se lo dejé a él. A veces, decimos que se lo confiamos, pero hacemos que las idas a la capilla sean un espacio de muchas reflexiones habladas y poca interioridad. Vale la pena replantearnos cómo vamos formando y proponiendo el Evangelio para que lo hagan parte de su camino.

Comento el reto de mis alumnos porque lo hicieron muy bien y pudieron obtener cuatro aprendizajes desde la experiencia. Primero, que las distracciones en la oración son normales y que hay que ir viendo la forma de convivir con ellas a través de ejercicios de respiración que sean previos. Les comenté lo que decía Fr. Yves Congar O.P. en el sentido de que cuando estamos en oración y se nos vienen a la cabeza nuestros problemas o ilusiones, estamos en verdad dialogando con Jesús porque él no habla de forma abstracta sino a partir de lo que llevamos dentro. Segundo, que vale la pena, incluso para los que sean ateos o agnósticos, darle una oportunidad. Tercero, que el silencio, en medio de tanto ruido que nos rodea es terapéutico y cuarto, descubrir a un Dios cercano que habla al interior.

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[1]Salvo los estrictamente necesarios en caso de tener que dar alguna orientación o, por supuesto, la lectura del Evangelio que es un punto indiscutiblemente importante.

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Les propongo dos libros electrónicos que he escrito y que pueden ser de su interés:

Título del libro: Proceso de Dios:

"El proceso de Dios", es un pequeño libro que reflexiona sobre puntos importantes de la fe desde una perspectiva teológica y filosófica. Es concreto y, al mismo tiempo, profundo, capaz de responder las preguntas propias de aquellos que se cuestionan en su relación con Dios.

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Título del libro: Líneas escolares:

¿Cómo abordar la emergencia educativa? ¿Cuál es el futuro de los colegios católicos? ¿Qué cambios tienen que darse? Éstas y otras preguntas son las que se abordan en el libro. Lo interesante es que el autor trabaja como maestro y, por lo tanto, los puntos que ha escrito parten de su experiencia en la realidad, en la "cancha de juego". Una interesante reflexión de todos los que de una u otra manera saben lo complejo que es educar en pleno siglo XXI y, al mismo tiempo, lo necesario que resulta seguirlo haciendo.

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Nota:

Al comprar alguno de los dos libros contribuyes al apostolado que llevo a cabo en favor de la fe y la cultura. ¡Gracias!