Me lo pregunto en serio, y me lo pregunto al ver hechos que me llaman la atención; entre ellos, el deseo generalizado de que no haya niños sin juguetes en Navidad, o sin golosinas, o sin besos de felicitación etc. Esto es muy positivo porque nos invita a todos a compartir, palabra ésta que hasta los niños entienden muy bien.
Los problemas de las familias carenciadas no se solucionan en cuatro días, pero cuando la caridad es creativa se podría paliar el sufrimiento de los pobres.
Cierto es que las instituciones de la Iglesia se están esforzando siempre en paliar tanta pobreza con limosnas, regalos, comedores… sobre todo, con gente con muchas horas de servicio en Parroquias, Cáritas, Manos Unidas, entidades y agrupaciones apostólicas… También los ayuntamientos podrían poner algo más de atención a las personas con carencias, aunque las calles no estuvieran tan vistosas.
Pienso que no pasaría nada si todos los que, por gracia de Dios, en cierta medida, tenemos el pan seguro nos comprometiéramos a ofrecer, como mínimo, alguna comida o cena para los necesitados. Si nuestra generosidad no es tanta como para sentarlos a nuestra mesa, al menos, que puedan comer donde se cobijen. ¿No sería bonito, que entre todos los habitantes del pueblo, se consiguiese que todos tuvieran, al menos en Navidad, comida y cobijo dignos? Parece como que no hemos aprendido u olvidamos que es a Jesús a quien acogemos, o dejamos de acoger.
Me llegaba en estos días, este escrito de una de las personas más discutidoras conmigo. Lo ofrezco por si creen que es también una forma válida de preparar e intentar vivir una santa Navidad. De tantos mensajes colectivos que me llegan por whatsApp, algunos merecen ser recordados, aunque otros muchos vayan directamente a la papelera, pues por carecer de contenido no merecen nuestro tiempo. Algunas veces respondo a esos que dicen ser del Papa Francisco, sin que él nunca haya mencionado tales mensajes ni de esa forma, para decir que son falsos.
Uno de esos mensajes lo he rebobinado mentalmente para dar la mejor respuesta a la pregunta que formula: Con quién te gustaría cenar.
En principio, cenar, cenar… , con nadie en concreto. Todos somos especiales. Cenaría con cualquier persona acogedora, ya fuese familiar o amiga de muchos años o recién conocida.
Después de pensarlo, pues sí, hay alguien muy especial con quien me encantaría cenar y estar ¡siempre! Elegiría para cenar a la mejor persona, la más bella, la más dulce, la más humilde, la más, más… Sin dudarlo, elegiría a María, mi madre del cielo. ¡¡Tengo tanta necesidad de Ella!!
Y me gustaría tanto, que he decidido tener con Ella esa cena que recrea y enamora. Para atenderme a mí, como a cada uno de sus hijos, siempre tiene la agenda libre. Ella no tiene menos ganas que yo de que pasemos unas horas a solas. Como madre, ve tantas cosas que restaurar, que rectificar en mí, que está deseando entrar de veras en mi vida y poner en orden tanto caos, impropio de quien se dice su hijo.
La dulce Madre, toda limpia y pura, no necesita prepararse para una cita. Siempre está a punto. Soy yo quien necesito un mínimo de orden para presentarme a tratar con Ella. Como tantas veces, me hablará con su silencio, con su mirada comprensiva y compasiva, me consolará y me corregirá; me mostrará sus deseos. Y hasta podré oír su susurro cuando haya de animarme a tomar decisiones que no veo claras.
Por su parte tengo toda la seguridad de que será un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos. Sí, porque su santidad, las virtudes de María son eso y mucho, muchísimo más. Si ha sido capaz de complacer a su Creador, qué no hará con sus hijos.
No quiero privarme de esta cena con la Madre. También tendrá que ayudarme a participar y vivir cada día con más fe y amor en la más importante, que es la Cena del Cordero.
Pues, ahí queda. Que cada cual veamos qué nos dice el corazón y cómo debemos estar ante Jesús en esta Navidad, que a todos deseo llena de paz y amor.
José Gea