Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
Hace un año publiqué en este campanario eclesial estas palabras: “Cuando España ha perdido su cimentación católica y sus raíces han pasado a ser arenisca polvorosa, el presente y futuro de nuestra nación está en manos de los desquiciados mentales, con la cabeza puesta en cortar el mapa español con unas tijeras como si ese juego no tuviera sus consecuencias sangrientas que saben aprovechar los ejecutores de la masacre del terrorismo en la ciudad condal. La foto del minuto de silencio, una supuesta unidad desde la más alta autoridad hasta el último ciudadano, solamente es la gloria de un sueño perdido entre los celajes y las penumbras de la milenaria historia de España”.
Hoy, tras doce meses, reafirmo que aquella foto de la unidad institucional de un minuto ha saltado por los aires y lo hemos visto y experimentado. El pasado viernes aniversario de la matanza de las Ramblas, en la ciudad condal, el Rey de España estaba encartelado con la cabeza boca abajo y con un letrero donde se decía que no es bienvenido a unos ilusorios países catalanes; el presidente del gobierno había escrito un mensaje en las redes sociales anulando por connivencia y cobardía la bandera y el escudo de España; el resto de políticos se miraban con caras de pocos amigos, de modo especial los mantenedores de sueños republicanos golpistas, ejecutores del odio al resto de españoles que hablamos la lengua de las bestias.
En un momento, en el evangelio de San Lucas, en el capítulo 11, 14-23, Jesús de Nazaret afirmó taxativamente: "Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa”. Situación por la que han pasado otros países. Nuestra historia cercana ha demostrado que hemos sufrido esas luchas intestinas, fratricidas, inciviles, imposibles de explicar, aunque los estudiosos de la historiografía desean aclarárnoslas de la forma más inteligente posible.
En estos momentos, vivimos una de esas crisis graves en la convivencia ciudadana, que no sabemos al sitio que nos pueda conducir, porque el arca de los odios ancestrales está abierta; el desamor a la Patria está de moda; el débil gobierno nacional, en vez de convocar elecciones generales, legisla, al margen del Parlamento, por un decreto ley cambios sustanciales del Código Civil en torno a la vida familiar, donde quitan al Poder Judicial la potestad sobre decisiones importantes hasta ahora en mano de los jueces; se acepta apartar el presunto aspecto anticonstitucional de una ley vasca sobre posibles abusos policiales a los miembros de la banda terrorista asesina de mil muertos de los que más de trescientos están sin resolver; por ambos asuntos los juzgados han recibido denuncias contra el propio gobierno de la nación firmadas por los que han visto sus derechos mermados y pisados con una actuación excesiva y francamente ilegal. Tampoco estamos para bromas dentro de la propia Iglesia Católica cuando sale publicado el informe sobre los abusos cometidos por católicos en Pensilvania, tapados torpemente por sus pastores. Tales fechorías han hecho pronunciarse a la cúspide eclesial de un modo tajante exigiendo que los culpables sean juzgados tanto en el campo civil como en el eclesiástico.
Agosto se consume lentamente, pero los católicos tenemos una cita muy importante en Dublín, Irlanda, donde se celebra el IX Encuentro Mundial de las Familias, desde el 21 al 26. A este acontecimiento acuden varias personas de la diócesis de Jaén, que esperamos vuelvan llenos de espíritu contagioso para mejorar la pastoral familiar en nuestra tierra, que adolece de los mismos males que el resto de España, donde si la familia fuera una verdadera iglesia doméstica, otros gallos nos cantarían en las calurosas mañanas agosteñas.
Tomás de la Torre Lendínez