Manuela Carmena y Ada Colau tienen la misma relación con el rosario que Saladino: ninguna. De hecho, las alcaldesas de Madrid y Barcelona son a la Virgen de la Paloma y a la de Montserrat lo que Enrique y Ana a Simon y Garfunkel. Del mismo modo que del cruce de la gallina Cocoguagua y El cóndor pasa no puede salir una canción de autor, de la visita de Carmena y Colau a El Vaticano para participar en unas jornadas sobre refugiados no puede salir un discurso católico. Ni una oferta doble para trabajar en la diplomacia. A Carmena, que es simpática, todavía, pero a Colau no le veo como embajadora del caganer ante la Santa Sede.
Carmena y Colau, como buenas izquierdistas, no han desaprovechado durante su mandato ninguna ocasión para zaherir a los católicos. Colau permitió una oración blasfema en unos premios literarios municipales y Carmena la ha tomado con el belén de la puerta de Alcalá, en el que las figuras religiosas han dejado paso a ornamentos laicos. Es de suponer que para sustituir el portal por el patio Maravillas, a fin de que los pajes tengan un lugar donde celebrar asambleas con la intención de derrocar a sus majestades. Y no me refiero a doña Letizia.
Las alcaldesas, sin embargo, respetan al Papa, pero no por lo que representa, sino por lo creen que es. Le toman por el sucesor de Fidel en lugar de por el sucesor de Pedro. Hay que comprenderlas. Esto es lo que pasa cuando no se tiene fe. Sin ella, ya puede visitarlas a diario el arcángel para anunciarles la buena nueva que no es no y qué parte del no no entiendes. Me pregunto, con todo, qué le habrían contestado a San Gabriel. Y me respondo: Carmena le diría que ya no tiene ni edad ni ganas y Colau, que no parece muy de mecer cunas, le habría sugerido que mejor le diera la noticia a Anna Gabriel, la de la CUP, para que el niño se criara en la tribu, como los comanches. El único problema es que entonces, en lugar de amén, los fieles íbamos a tener que decir jau.