San José M. Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, destaca el aspecto laical y sobrenatural de la alegría —la alegría de saberse hijo de Dios— y considera la tristeza como una de las más claras señales de que no haya verdadera virtud. Escribe (Camino, n. 657-665):
 
«La verdadera virtud no es triste y antipática, sino amablemente alegre
 
«Si salen las cosas bien, alegrémonos, bendiciendo a Dios que pone el incremento. — ¿Salen mal?— Alegrémonos, bendiciendo a Dios que nos hace participar de su dulce Cruz
 
«La alegría que debes tener no es la que podríamos llamar fisiológica, de animal sano, sino otra sobrenatural, que procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios.»
 
«Nunca te desanimes si eres apóstol. —No hay contradicción que no puedas superar. — ¿Por qué estás triste?»
 
«Caras largas..., modales bruscos..., facha ridícula..., aire antipático...: ¿Así esperas animar a los demás a seguir a Cristo
 
«¿No hay alegría? —Piensa: hay un obstáculo entre Dios y yo. —Casi siempre acertarás.»
 
«Quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino.»
 

Guy de Larigaudie, scout, escritor, profesor y periodista francés, escribía:
«Sigue el camino —tortuoso o recto— que Dios te ha señalado.
Pase lo que pase no lo abandones porque… es el tuyo.
Lánzate audaz y con alegría...
Acéptalo como don total de Dios. Sólo la luz de Dios y su amor pueden colmar nuestro pobre corazón, demasiado grande para el mundo que le rodea.»




Alimbau, J.M. (2001).  Palabras para la alegría. Barcelona: Ediciones STJ.