Un analista del instituto Elcano enumera en COPE cinco razones para explicar el éxito del populismo en el mundo occidental, entre las que destaca la incidencia de la crisis económica en las clases medias y la percepción de que la dirigencia política es una especie privilegiada. El experto enmarca así el catálogo de calamidades (del Brexit a Podemos) en un contexto coyuntural que se diluirá cuando los ciudadanos recuperen su poder adquisitivo y los parlamentarios se mimeticen con la calle.
Opino lo contrario. Lo coyuntural, en todo caso, es la sensatez que ha primado en la política occidental desde el final de la segunda gran guerra. El hombre tiende a ser populista como tiende a coger por la solapa a quien le rebate su idea en lugar de tomar con él un café para debatir como personas civilizadas. No siempre ha sido así, pero la metástasis del nihilismo en una sociedad que se ha despojado de la coraza de la fe ha abonado el camino para que surjan gentes como Trump, quien al utilizar las redes sociales para criticar a un actor que le imita en un programa de máxima audiencia demuestra que merece que le imiten en un programa de máxima audiencia.
El presidente electo es como esos profesionales de lucha libre que, por la inercia de la pelea, terminan pegándole al público tras destrozar la cabeza del rival y amenazar de muerte al árbitro. En lo que se nota que hace caso omiso a sus asesores políticos, una profesión desconocida en España, que es tierra de palmeros. El palmero político español gana el dinero con sus propias manos, a fuerza de aplaudir, mientras que el asesor yanqui, si es bueno, se juega el puesto en cada consejo. Un palmero español jalearía a Trump así decidiera talar en pleno agosto todos los árboles del Central park. Un asesor gringo le advertiría de que la poda salvaje acabaría con él en el del ahorcado.