¿Alquilaría su piso a un negro que en vez de Denzel Washington se llame Moulaye?, ¿que en vez de protagonizar El informe Pelícano trabaja como extra en la recolección de aceituna?, ¿que en lugar de picar entre horas en un restaurante de Bervery Hill cena a las ocho en punto en un comedor social de Cáritas? Si su respuesta es negativa, pero le desazona su situación, está usted por encima del percentil en materia de sensibilidad social. Como yo, que siento mucho lo que pasa a este chico, pero que, posiblemente, de tenerla, no le arrendaría mi segunda residencia. De hecho, cuando una pariente mía alquiló hace poco una vivienda a una familia gitana le advertí de que tendría problemas. No fue así. Y eso que el patriarca no se llamaba Quique Sánchez Flores.
Por gente como yo, con prejuicios, Moulaye, que tiene los papeles en regla, duerme al raso. Cuando salió de Senegal debió de creer que un país que ataba los perros con longaniza encadenaría a los inmigrantes con argollas de oro. Y puede que fuera así, pero la crisis económica ha acabado con la longaniza y con el oro. Ahora en España lo perros andan sueltos y los inmigrantes también. Centenares de ellos deambulan por Jaén en busca de un empleo que a veces llega y de un techo que se les resiste porque el arrendador, lo quiera o no, siempre relaciona al inmigrante con el desahucio.
A la hora de tratar al extranjero casi es preferible la xenofobia al titubeo, porque el xenófobo no da falsas esperanzas al extranjero, mientras que el tibio le da la mano pero no la llave del estudio. Tampoco es un buen ejemplo la administración, aunque cuenta en Jaén con dos docenas de albergues para temporeros. Más que nada porque la solidaridad pública tiene fecha de caducidad. Al no poder estar más de tres días en ellos, el inmigrante observa el calendario con parecida aprensión a la del que aguarda en el corredor de la muerte. Con la normativa en el papel de gobernador de Texas.