La ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos 2024 ha sido un espectáculo en el que los deportistas parecían comparsas de tanta pompa, láser, y circunstancia. Lo peor ha sido el planteamiento de fondo con ofensas a la historia de Francia, a Europa y a la fe cristiana. No extraña que avance una oleada de indignación porque el deporte ha sido asfixiado por la pasarela y la ideología woke se ha metido con calzador, como si el deporte fuera plurisexual y el arte consistiera en promover la decadencia. Por todo ello Francia ha renegado de sí misma.

Obsesión anticristiana

Esa inauguración ha sido un escaparate al mundo en el que Francia ha perdido la ocasión de mostrar lo mejor de su cultura y no de chabacanería; en fe porque ha ofendiendo gravemente a los creyentes del mundo entero; y de su historia de santidad y libertad, borrada con alevosía.  Toda esa tramoya ha sido programada para ofender la fe cristiana y la conciencia de la mayoría creyente de Francia y del mundo. Esos valientes rompedores no se atreven a burlarse del islam o del judaísmo porque saben que su ofensa no quedaría sin respuesta de sangre.

La obsesión contra la cultura cristiana no cesa y duele más en un país de gloriosa tradición, una tierra de santas y misioneros (se han olvidado de santa Genoveva y de santa Juana de Arco), por una teatralidad excesiva y de mal gusto. Una inauguración fuertemente ideologizada que ha renunciado a la mejor historia de Francia.

Carros de fuego

Por contraste, he recordado la famosa película «Carros de fuego», de Hugh Hudson, sobre aquellos Juegos Olímpicos de 1924, precisamente en París, que supo destacar las cualidades de los deportistas, su compañerismo, el esfuerzo y la tenacidad, resumidos en ese «Citius, Altius, Fortius». Abrahams, Liddell y otros jóvenes tenían ambición y brillaron por su pasión en busca de la excelencia; hombres con principios y alta capacidad de sacrificio, con nobleza y superación de sus faltas: ellos fueron protagonistas y el deporte brilló como misión de unos jóvenes elegidos para la gloria. Ellos sí representaron a una sociedad bien distinta en la que los valores humanos no quedaron sofocados por los fuegos artificiales.

De las instituciones francesas, de los medios, y de los grupos cristianos en Francia debe salir la respuesta y exigir responsabilidades para borrar esta página negra de su pequeña historia sectaria en estos Juegos Olímpicos. Francia sale perdiendo por ese sectarismo contrario a la libertad, al juego limpio, y a la excelencia humana. Francia ha mostrado y del peor modo que se halla en un acelerado proceso de descomposición social, cultural y política, porque sus dirigentes reniegan de su historia.