Las chicas de Femen han hecho más por el destape que por el feminismo. Cuando se despelotan parecen homenajear a Susana Estrada en lugar de a Bibiana Aído. Y cuando rondan desnudas a un hombre de Dios parecen salir de una escena de La trastienda. No digo que estas buenas señoras se pongan traje sastre cada vez que buscan protagonismo, pero no creo que para defender los derechos de la mujer ir sin blusa sea más efectivo que vestir de cuáquera.
La mujer Femen es el Cojo Manteca del feminismo, movimiento que no necesita la radicalidad para dotarse de sentido. Basta ver el vídeo de la televisión pública marroquí que enseña a las esposas maltratadas a disimular los cardenales con una capa de maquillaje para aceptar su presencia como mecanismo corrector. Otra cosa es el feminismo ideológico, que es el que pide la cabeza del alcalde de Alcorcón, David Pérez, por calificar a determinadas feministas como frustradas, rabiosas y fracasadas. Chica, no es como llamarlas guapas, pero peores cosas le dicen a Clos Gómez en Los Cármenes y no pide la expulsión del respetable.
La piel fina es una característica de la izquierda española, a la que los adjetivos en contra le producen psoriasis, mientras ella, sin embargo, llama, como si enumerara sus apellidos, homófobo y machista al regidor, al que, además de su desprecio al poder clitoriano, reprocha también que considere que el aborto convierte el cuerpo de la mujer en una sala de ejecución. No entiendo la crítica. Desde que Lorca definió los pechos de Soledad Montoya como yunques ahumados no había leído una metáfora tan certera. De hecho, sería exacta si no fuera porque, en tanto que el preso sabe que lo van a fusilar, al niño la llegada del garrote vil le pilla desprevenido mientras duerme en posición fetal.