En medio de grandes tensiones eclesiales, va a terminar el Año de la Misericordia. La petición pública de cuatro cardenales para que el Papa aclare algunos puntos de la “Amoris laetitia” y la advertencia hecha por uno de ellos, el cardenal Burke, de que si no hay respuesta podrían llegar a hacer una reprobación pública del Pontífice, muestra hasta qué punto está enrarecido el clima dentro de la Iglesia. Pero, mientras tanto esperamos a ver cómo se desarrollan los acontecimientos, vamos a fijarnos en este Año de la Misericordia que está a punto de concluir.
El Santo Padre quiso convocar este año especial para llamar la atención de la Iglesia y del mundo hacia los excluidos, hacia esos que él mismo ha calificado como víctimas de la “cultura del descarte”. Dentro de las actividades y gestos que se han multiplicado en este año, me ha parecido especialmente significativo lo que se conoce ya como “viernes de la misericordia”. El viernes es, tradicionalmente, un día de penitencia para el católico, pues se recuerda el momento en que murió Nuestro Señor. El Papa ha querido recordar que la penitencia va mucho más allá de no comer carne y que adquiere su pleno sentido cuando se transforma en amor hacia los que están sufriendo.
En estos “viernes de misericordia”, el Pontífice ha recorrido casas para ancianos, para enfermos en estado vegetativo, para toxicómanos. Fue a la isla de Lesbos a mostrar su solidaridad con los refugiados y a llamar la atención del mundo sobre ellos. Ha visitado centros para enfermos mentales y también residencias para sacerdotes jubilados. Ha estado con las prostitutas de Roma y también en las salas de tortura de Auschwitz. La semana pasada acogió en el Vaticano a los “sin techo”, hacia los cuales ha tenido multitud de signos de cercanía. Pero creo que merece la pena destacar la visita que realizó, también ese viernes, a un grupo de sacerdotes secularizados y casados, junto a sus familias. Aunque no ha trascendido lo que el Papa les dijo -les visitó en la casa de uno de ellos-, la Sala de Prensa del Vaticano dio a conocer el verdadero sentido de la visita. No hubo ninguna reivindicación del celibato opcional, ni se entró en si habían hecho bien o mal al dejar el sacerdocio. El Papa solo quiso estar con ellos, mostrarles su cariño y hacerles sentir que, más allá de las razones que les llevaron a dejar el sacerdocio, él personalmente y Cristo, del cual es su vicario, estaban a su lado. Me ha parecido un gesto magnífico que debería hacer reflexionar a muchos. A veces los sacerdotes se rompen y entonces muchos laicos aprovechan para tirarles piedras. Como si estuvieran limpios de culpa.