Y aterrizó en… la Misa
Dios está muy cerca. A veces complicamos el camino y no dejamos espacio en nuestras vidas. Creo que hemos hecho difícil la religión. Planes y más planes. Muchos libros. Excesivas reuniones. Y la fe no termina de despegar porque hemos puesto muchos obstáculos en la pista.
Los cristianismo es la religión de la Palabra, amable y sincera, que hay que sembrar con humildad en el alma del que está a nuestro lado sin acorralarlo. Puertas abiertas, verdad y libertad, con la mano tendida sin pretensión de agarrar a nadie, sino con el deseo de que alguien se acerque para que le ayudemos caminar. Y cuando menos lo esperas, Dios hace acto de presencia, y un alma perdida lo encuentra y se queda fascinada. Y lo tenemos ahí, en la Misa de cada día.
Nos cuenta Jules Germain una bonita historia de una conversión radical de una joven que no pensaba en Dios hasta que se tropezó con él gracias a la amable invitación de unos jóvenes que ocasionalmente pasaron por su vida. Traemos aquí algunos fragmentos del testimonio vibrante de Janine Abenroth.
Janine Abenroth se sentó como atea convencida junto a dos jóvenes cristianos. Tan solo unos meses más tarde, esta mujer de cabellos teñidos con los colores del arco iris en referencia al movimiento LGTB, empezó a ir a misa regularmente y a leer la Biblia. Abenroth ha contado a la revista Pro la historia de los primeros 28 años de su vida.
Basta con un encuentro
La historia comienza en enero de 2015. Estaba en un avión que iba de Berlín a Stuttgart camino de visitar a mi mejor amigo. Me senté junto a otros dos jóvenes y empezamos a debatir. Ellos iban a un concierto, alguna cosa con la palabra “santo” en el nombre. Uno de ellos me explicó que quería predicar la palabra de Dios como si fuera su trabajo a tiempo completo.
Estaban tan seguros y fueron tan simpáticos conmigo que me dije: “¡está bien esto que hacen!”. Tenía ganas de saber un poco más del tema.
Por aquella época yo era una atea convencida y llena de prejuicios contra la Iglesia e incluso contra las creencias religiosas en general. Pero estas personas me resultaron agradables, así que pensé que podríamos mantener el contacto…
Entonces tuve algunos problemas con el trabajo, y la persona con la que pensaba construir un futuro me dejó. En medio de tanto conflicto, pensé de nuevo en aquel encuentro repentino en el avión y terminé por enviar un SMS a Léon, el que quería predicar la palabra de Dios: “Dime, ¿cómo lo hacéis los cristianos cuando todo va mal?”. Me respondió con un versículo de la Biblia: “Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (Romanos 10:13).
Leí el versículo en mitad de la noche, sin comprender. A la mañana siguiente, sentada en el tren, leí de nuevo el versículo y comencé a sentir que sacaba la cabeza fuera del agua, como si algo gritara dentro de mí, una cosa que intentaba salir. Le hablé de ello a Léon y me propuso pasar la tarde con su comunidad de servicio a la juventud. Mis cadenas se rompieron súbitamente.
El primer pasó en una iglesia
La semana siguió siendo extremadamente difícil. Cansada después del trabajo, me equivoqué de tren a la vuelta y me di cuenta demasiado tarde. Estaba muy lejos, al sur, y me dije: de perdidos al río, no pierdo nada por ir. Y allí estaba. En una iglesia. Yo, la atea con el pelo arco iris.
Para mi gran sorpresa, todo el mundo me dio un cálido recibimiento. Empezamos a rezar y lloré. ¡Y eso que no soy de las que lloran!... La iglesia estaba repleta de jóvenes reunidos para rezar y reflexionar como cristianos. Aquella noche, antes de dormir, pensé: tengo ganas de ver a qué se parece una misa de verdad.
El domingo siguiente ya estaba decidida. Sentada en la iglesia, las lágrimas no paraban de venir. Sentía como si una gigantesca montaña cayera desde mi corazón. Me sentía aliviada y liberada de un peso.
Después de la misa, uno de los jóvenes que había visto la otra vez se acercó a mí y me preguntó cómo estaba. Le conté este sentimiento de liberación y mi falta de conocimiento de la fe. Entonces me aconsejó que leyera la Biblia y me encontró una en la parroquia para mí…
Sobre los hombros de Jesús
En unas pocas semanas, había leído el Nuevo Testamento y quedé impresionada: ¡estaba completamente fascinada! Desde entones fui a misa todos los domingos. Tenía la sensación de saber que por fin estaba de verdad en el lugar que buscaba.
Sentí la presencia de Dios como un Padre, y a Jesús que me decía “en el corazón de tu debilidad te muestro mi fuerza y te cargo sobre mis hombros”.
Todavía no sabía rezar, pero sentía la presencia de Jesús. Los colores del arco iris tomaban ahora para mí un nuevo significado: ya no era el símbolo de la causa LGTB, sino el signo de que Dios ha sellado su alianza con los seres humanos…
Fuente
: JULES GERMAIN, http://es.aleteia.org/2016/11/21/atea-convencida-finalmente-aterrice-en-misa/
El testimonio continua, pero creo que es suficiente. Hay muchas personas que andan por la vida, cerca de nosotros, con un interrogante en la cabeza, con una sequedad en el alma, y no encuentran unos oídos que le escuchen y una mano amiga que le lleve al buen camino.
Todo es más fácil de lo que parece. Basta con amar de verdad y estar al alcance del que nos pueda necesitar, que seguramente está muy cerca y está esperando, sin manifestarlo, que alguien le hable de un Dios cercano, y de una Iglesia que es familia. Prueba a ver si puedes conseguir que alguien empiece a sonreír al descubrir a Dios en su vida.
Juan.garciainza@gmail.com