Se llamaba Tom Dooley. Era médico. Su vida había transcurrido en el lejano Laos, en la península asiática de Indochina montando hospitales en plena selva para gente enferma. Había nacido en Missouri, Estados Unidos, en una familia católica. Decía: «Mi educación católica, mi magnífica familia con sus oraciones en común, y la fe en Dios, me han sugerido que este es mi deber y mi vocación», diría en los momentos difíciles de la guerra y de su enfermedad.
Antes de terminar la carrera se alista en el ejército y participa en los meses finales de la Segunda Guerra Mundial. Terminada la guerra, Tom vuelve a la facultad de Medicina para terminar la carrera. Vuelve a la Marina, ahora como médico. Su primer destino es Vietnam. Por aquella época el oriente asiático es un semillero de guerras más o menos encubiertas. Corea, Vietnam, Laos... Con la guerra, la guerrilla, la miseria, el hambre y la enfermedad.
Regresa a los Estados Unidos y aprovecha para dar a conocer la situación de aquella zona y sus necesidades y publica su primer libro, «Líbranos del Mal», que llega a ser best-seller y a editarse en braille.
El pueblo le ha acogido, pero le pide más y más. Empieza a llamarle «el regalo de Buda», cuando decide entregar sus hospitales al gobierno de Laos y regresara los Estados Unidos en busca de refuerzos. Escribe unas conferencias en las que expone sus ideas: la «Medical International Coorporation Organization», la «Médico». Recorre 79 ciudades, dando conferencias, y recaudando dinero. Sólo un año más tarde ya funcionaba en 12 países.
Tom empieza a sentir dolores en el pecho y en la espalda, que van aumentando en 1959. Se le forma un quiste que le es extirpado y que, aunque creen que es maligno, se envía a analizar.
Recibe un telegrama vía militar que dice lacónicamente: «Doctor Dooley, regrese a Estados Unidos inmediatamente.» Escribe el libro: «Tom Dooley tiene una cita con la muerte.»
Él mismo cuenta: «Tumor maligno. Melanoma. Estas palabras entran en mi cerebro como un puño en una almohada. No siento nada de susto, ni terror, ni horror, ni pánico... Como médico sé que el melanoma es el más fulminante de todos los cánceres. Y, a pesar de eso, me siento extrañamente tranquilo.»
Cinco días después es operado. Su operación es televisada a todo el país en un programa de divulgación científica para combatir el cáncer. Hasta entonces ningún enfermo lo había consentido.
Regresa a Laos. Trabaja con sello de urgencia y a contrarreloj. No quiere morir con las manos vacías. Y en la enfermedad recupera la actitud de un cristiano auténtico: agradecer a Dios el regalo del «más doloroso y odiado cáncer». Decía:
— «Lo de menos es que yo tenga un cáncer...Lo importante es cómo yo me comporto con él.»
En el año 1960 tiene que interrumpir su trabajo en Laos para acudir a una clínica en Nueva York. De la visita vuelve con muy pocas esperanzas, pero sin ninguna tristeza. Conocedor de los datos científicos de su dolencia afirma: «Sí, yo quiero vivir, pero las estadísticas no me dejan.»
Va empeorando. Regresa al hospital. Se ha hecho pública la noticia, y empiezan a llegar cartas de todo el mundo. «Hay días que se reciben tres millares.» Está inerte e inmóvil en una cama del Memorial Hospital.
Acababa de cumplir 34 años. Recibe los últimos sacramentos. Y el sacerdote amigo le dice:
— «Hijo ve y encuéntrate con Dios.» Tom sonríe una vez más. Es su última sonrisa.
Cuando supo su muerte el General Eisenhower, que era entonces el Presidente de los Estados Unidos, dijo:
— He conocido a pocos hombres que hayan igualado el coraje de este médico joven, su espíritu de sacrificio, su fe en Dios y su dedicación completa al prójimo.
Alimbau, J.M. (2005). Palabras para el sufrimiento. Barcelona: Ediciones STJ.