El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas (Sal 23,1s).
En la Eucaristía, el Señor nos pastorea. En la liturgia de la Palabra, a través de las distintas lecturas nos va corrigiendo y alentando, nos indica cuál es el camino y  por dónde nos podemos perder. Pero, en el momento de la comunión, lo hace ante todo atrayéndonos hacia sí. La belleza de quien ha dado su vida por mi me seduce y su misterio pascual se convierte en polo de atracción que me pone en movimiento hacia Él. Y secundar esa llamada define el hacia de todas mis acciones.

Cuando acepto ser pastoreado por Él, entonces nada me falta. Aunque carezca de muchas cosas, lo tengo todo. Porque riqueza y pobreza, abundancia o necesidad lo son en relación a algo. Unos carecen de los medios para obtener su apetencia y otros, aun habiendo alcanzado el norte que se propusieron, viven en carencia porque no tienen lo único queverdaderamente necesitamos todos. En la Eucaristía, no nos falta nada. En ella, tenemos el camino para llegar al fin y al fin mismo. La comunión esposibilitación para ir a Él, pero es también posesión del término hacia el cual caminamos.

Un camino que es descansado. Es caminar, pero como recostados en hierba fresca. Nuestras actividades nos agotan, pero la entrega en la cruz resucita, la muerte es donadora de vida, la fatiga es lo que nos reconstituye. Lo que es un imposible para el hombre desde su soberbia, subir hasta Dios, es descansado en la humildad de quien se deja pastorear.

Y, en la comunión, encontramos a un pastor que es hontanar de agua viva, hallamos su costado abierto; por medio de Él, el Padre dona el Espíritu.
Del zaguán del templo manaba agua hacia levante -el templo miraba a levante-. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar (Ez 47,1).