HOMILÍA SERIA DEL CARDENAL CAÑIZARES
Digo en el título SERIA porque lo fue. El cardenal quiere el bien común y por ello no anda con actitudes de intentar complacer, agradar, evitar ser tachado de conservador o de cualquier grupo ortodoxo, o que sea tenido por avanzado, no; lo único que le interesa es proclamar el Evangelio con toda claridad. Y eso sabiendo, porque ya lo ha experimentado, que será la causa de muchos ataques que le han hecho; ataques a los que ha respondido no con palabras sino con obras de caridad y siempre, con actitudes evangélicas.
Pueden atacar al Cardenal cuando quieran y como quieran. Pase lo que pase no le moverán de sus principios. Magnífico cardenal, hombre de gran corazón, demasiado ocupado en defender los derechos del humilde, de propagar el evangelio, de sembrar el bien y la verdad, como para que se detenga o se proteja de acusaciones sin fundamento. Tiene D. Antonio lucidez suficiente, sin duda don de Dios, para entender los signos de los tiempos. De igual modo anuncia el bien y anima a cómo hacerlo, que detecta el mal y se siente obligado a denunciarlo.
En la homilía del domingo, al clausurar el año de la misericordia, ante una multitud que llenaba la catedral, apuntó cuatro objetivos a poner en marcha:
- Una casa-hogar para ancianos con hijos discapacitados.
- Dos albergues para jóvenes con problemas de drogadicción.
- El 10% de los presupuestos para los pobres más pobres.
- Durante las vacaciones, en los colegios diocesanos, se darán comidas a niños en edad escolar y se atenderán a refugiados, excluidos y perseguidos.
Hay una frase que dijo y que creo nos debiera llamar la atención, y pasamos por alto: Sin Dios, no es posible la dignidad humana ni la paz. Aunque lo triste es que lo estamos experimentando.
Sabemos que agrupaciones políticas y sindicales, con mucha mayor capacidad económica, podrían hacer muchísimo más en vez de hablar tanto de si son unos mejores que otros. Vamos a confiar en que lo harán a título personal, ya que sus sueldos, tantas veces injustos por exceso y escandalosos, comparados con personas no afortunadas, pueden permitirles tener gestos generosos con los pobres.
Por supuesto que D. Antonio sólo no hace estas cosas. Tiene colaboradores cerca y lejos, que animados por él, se ponen manos a la obra para llevar estos proyectos adelante, como tantos otros que se están llevando hasta ahora.
Lástima, que los perseguidores y los que odian a la Iglesia y a los cristianos, no dejen de hacer sus maldades y se sumen, en cambio, a hacer el bien a todos según sus posibilidades. ¿Qué más se necesita para que el mundo cambie? Pues que cada cual dejemos de hacer el mal y hagamos bien el bien. No son necesarias ni más ni mejores leyes que las indicadas en los diez mandamientos.
Conocido es el plan de destruir a la Iglesia. Pues esa intención refleja una gran ignorancia. Podrán conseguir aumentar el número de mártires pero nunca derrotarán a la Iglesia.
¿Cómo es posible que nuestra sociedad haya llegado a tal extremo de degradación moral, admitiendo la matanza de seres inocentes? Nada menos que suprimir cantidad de vidas humanas inocentes e indefensas. Claro que el Cardenal, como cualquier miembro de la Iglesia, debe defender el gran precepto de la Ley que dice: “No matarás”.
Tampoco se callará D. Antonio cuando defiende la familia, el verdadero matrimonio, la unión indisoluble entre un hombre y una mujer. Sabe hasta qué extremos se nos quiere imponer el pensamiento único.
¿Uniones homosexuales? Todos son libres para unirse y convivir con quien quieran. Harán bien o mal, pero llamar a las uniones homosexuales matrimonio, no corresponde a su significado; y si se legalizan esas uniones, ¿por qué no se legalizan las uniones de uno con varias o de una con varios o de varios con varias? Y poquito a poco, vamos caminando hacia la vida del hombre primitivo, hacia la ley de la selva. Equiparar esas uniones al matrimonio es un absurdo; y eso se nos quiere imponer por las buenas. Sólo quien no sienta con la Iglesia puede aprobar esa unión.
Por último una felicitación al Señor Cardenal porque sin dudarlo un instante, defendió los principios morales del Evangelio mantenidos por la Iglesia
Muchas gracias, D. Antonio.
José Gea