Hace tres años, estaba inmerso en un proyecto complejo, muy delicado. Haciendo entrevistas, buscando testimonios, me encontré con Leo, una maestra de Madrid, casada y madre de dos hijas, con una vida que se podía definir como plena y feliz, de la que la fe formaba parte de una forma habitual. De hecho, ella pertenecía a un movimiento católico llamado Comunión y Liberación. Con ellos es donde vivía su credo.
Cuando la entrevisté, llevaba ya un año peleando con un cáncer muy agresivo. Ese era el objetivo de la entrevista: siendo ella una mujer cristiana, quería saber cómo afrontan los cristianos la posibilidad de una muerte cercana.
Entrevisté a Leo y a su marido durante dos horas, de las que me hablaron de la enfermedad solo los últimos treinta minutos. Es decir, que estuvimos todo el tiempo que dura un partido de fútbol, hablando de la vida. De la vida real, sin sacarinas ni aditivos, ni colorantes. De esos días en que la vida te viste de seda y otros te viste de lija. Pero lija de piedra y seda natural, sin trucos.
Durante noventas minutos hablamos de que tras la fachada feisbuquera de una aparente vida plena puede haber muchas fuentes de insatisfacción; de que tras un matrimonio al que no tiene por qué faltarle nada, puede falterlo lo poco que es esencial, tocando su fondo de lodo que forman sus lágrimas y sus miserias, y acostarse cada noche con el deseo de la separación; de que se pueden tener dos maravillosas hijas aquí, con ella, y cinco hijos más en el Cielo; de que la maternidad, cuando pierdes un bebé en tu seno, ya goza en parte de la eternidad, y eso, el corazón lo sabe; de que la maternidad no depende de cuantos hijos tienes ni de cuándo los tengas, sino de que cuando una es madre, es madre ya para siempre. Iincluso de ese bebé que nace solo para morir, al que tú te has negado a abortar entre las presiones despiadadas de tanta gente normal; de que el matrimonio se corrompe por dentro en el momento en que uno de los dos empieza a medir. "No es una cuestión de medidas, no es una cuestión de encajes", me decía Ángel mientras Leo asentía mirando al interior de su intimidad, sonriendo.
Hablamos durante noventa minutos de la maravilla que es tener un don, llamado fe, que tantas veces damos por su puesto que es nuestro, cuando ha sido un regalo en realidad. De que tantas veces vivimos enfadados porque nos creemos que todo nos pertenece, y nos frustramos cuando no nos es dado, en vez de vivir agradecidos porque tenemos tantas cosas... tantas que ni lo sabemos.
La cruz, la enfermedad, el dolor y la muerte, también pueden estar envueltas en un misterioso gozo. No le encontramos en aquella entrevista un sentido teológico, pero sí dimos por hecho experimentado que sí, que tenía un sentido. Que la muerte no era lo que nos vence y que a nosotros lo que nos tiene que vencer es Cristo.
Quien lo decía lo hacía desde el púlpito más auténtico que puede existir: el del dolor y la enfermedad. No era una catequesis teórica, sino un testimonio encarnado en un cuerpo machacado por la quimio, un corazón con mil deseos frutsados y, sin embargo, anhelante de seguir viviendo. Alegre y feliz. Misteriosamente alegre y misteriosamente feliz. Lo decía todo esto Leo con los ojos en ocasiones temerosos y, en otras, intrépidos ante lo que se pudiera avecinar. "Cristo ha pasado por esto, ha vencido a la muerte y con eso es con lo que me tengo que quedar", es una de las perlas que nos dejó ese día Leo. O "lo peor que te puede pasar no es morirte. Es un límite tremendo, puedo tener miedo, pero lo peor no es morirse. Lo peor que te puede pasar es no tener al Señor. Eso es el horror".
Al llegar a casa y ver el material, entendí que no tenía descartes, y que, por su formato e idiosincrasia, este material pedía a gritos salirse de lo conocido y de lo habitual, de lo convencional.
Testeé el video final, un plano fijo de casi una hora con dos personas hablando, sin música ni efectos especiales, grabado de un tirón desde un trípode de plástico en una cámara puesta en automático que, de vez en cuando, perdía el foco... Y, sin embargo, todos los que lo han visto, se han enganchado, han llorado, han rezado, se han enfadado y vuelto a reconciliar. Con la vida, con Dios, con ellos mismos y con sus mujeres e hijos, los que tienen y los que ya no están. Han sido tocados por la varita de la gracia, no tiene otra explicación que empresarios hechos a sí mismos, sacerdotes curtidos en mil confesiones, padres y madres de familia... se hayan emocionado y compartido el deseo de que, por favor, lo vea mucha gente. Y ha sido recomendado que lo vean, sobre todo, matrimonios en conflicto y parejas de novios en preparación para el matrimonio.
Para su distribución, como digo siendo un material tan ajeno al
mundo y al mercado, nos hemos inventado un sistema para que llegue a mucha gente, y al mismo tiempo, se puedan sufragar más proyectos como éste. Por un lado, algo muy normal, hemos editado la entrevista Son muchos los libros con testimonios que circulan entre nosotros, y aquí hay uno más. Pero por otro lado, hemos puesto "ángel Leonor" en un sistema de pay per view, un alquiler en streaming por el simbólico coste de 2 €. Hasta ahí, nada nuevo, es hacia donde van las nuevas tecnologías y la distribución de contenidos a los que, a día de hoy, el soporte papel se les empieza a quedar pequeños.
Pero queriendo ir un poco más allá, hemos desarrollado la herramienta para que una persona lo pueda compartir con aquellos a los que crea que les puede ayudar. Así, introduciendo el email de quien quieras que lo reciba, llegará un link para verlo en sus dispositivo movil, portátil u ordenador. De este modo estarás : la de cómo afrontan los cristianos la posibilidad de una muerte cercana; la de cómo afrontan los cristianos una vida llena de recovecos oscuros y luminosos, auténticos y llenos de esa verdad, la única verdad que te puede servir de guía ante momentos tan definitivos como un cáncer, una crisis matrimonial o la pérdida de cinco embarazos consecutivos.
El testimonio de Leo lo puedes ver en
Tienes la posibilidad verlo tú o de compartirlo con hasta cinco amigos o familiares de una vez.
Muy agradecido, os dejo con este testimonio que no es un testimonio de muerte, sino de vida abundante y plena. Es la vida de Leo.
Jesús García