Dostoyevski, en la novela Los hermanos Karamazov, después de que el mayor de los hermanos, Dimitri, ha sido condenado injustamente por un tribunal, es en aquel momento cuando descubre que la felicidad, la alegría interior, es posible aunque haya fracaso, injusticia, dolor... Dice:
«Sin alegría... el ser humano no puede vivir.
»Sin alegría... ni Dios existe.
»Dios es... alegría.
»Dios es... el dador de toda alegría.
»Este es... su gran privilegio.»
El P. Charles dice: «Dios me desborda por todos lados, y nada se pierde de cuanto reposa en Él.»
¡Cuántas personas van por el mundo sin darse cuenta de que Dios las llena de alegría... aunque vayan por los caminos de la renuncia, de la enfermedad, del dolor!
Y es que, como dice Fr. Mauriac: «Allí donde hay un corazón humano que sufre, allí Cristo pone su morada»... y su alegría.
Ossuna decía que: «La ruptura con Dios... no suprime la necesidad de Dios ni la necesidad de su alegría.»
¿Quién podrá impedir que se encuentren: el hombre que busca a Dios —el sumo bien— y Dios que busca al hombre... para darle consuelo, paz y alegría?
Hay un epitafio sobre una tumba irlandesa en la que se lee:
«Dios sonrió y amó a Comgall y Comgall devolvió complacido su sonrisa y su amor a Dios.»
Alimbau, J.M. (2001). Palabras para la alegría. Barcelona: Ediciones STJ.