Las palabras sabias del maestro
A muchas escuelas se les llena la boca hablando de lo mucho que se experimenta en sus aulas, de lo prácticos que son sus aprendizajes y del dinamismo de sus pedagogías. Creo que a estas escuelas les falta la palabra sabia del maestro, del profesor, bien pronunciadas, con una buena dicción, con el sosiego y la calma que genera el placer de explicar y de escuchar por parte de los estudiantes. Historias, cuentos, reflexiones largas, transmisión de conocimientos para que los estudiantes adquieran vocabulario, conciencia fonológica, gramática, sintaxis y las primeras nociones de prosodia que tanto cautivan a los niños y también a los mayores. El maestro debe leer en voz alta muy despacio, muy quedo para que los sonidos, el fraseo queden inoculado en el corazón y en la cabeza de los estudiantes.
Todos los profesores y maestros enseñan lengua
Necesitamos una escuela -desde el primer día- que esté llena de palabras, de oralidad narrativa. Es ya un tópico decir que las habilidades en lectura, escritura y expresión oral, oratoria, debate, argumentación son un predictor del éxito escolar. Aún más, no solo de una buena marcha en el aprendizaje escolar y después profesional, universitario sino también constituyen un acopio de habilidades sociales tales como la capacidad de hacer amigos, la empatía, la confianza personal. Nuestros estudiantes precisan mucha conversación, muchas palabras dichas y leídas. Si les enseñamos bien los secretos del lenguaje, tendrán herramientas para relacionarse, comprender al compañero, esperar, pactar y proyectar desde juegos en Educación infantil hasta empresas de altos vuelos en Secundaria.
Los estudiantes más desfavorecidos lingüísticamente
Y además se repite también hasta la saciedad que, a partir de estas habilidades orales, lectoras, etc., los estudiantes procedentes de entornos más desfavorecidos, lingüísticamente más limitados, son los que más se benefician del concienzudo trabajo escolar en estas áreas. Es vital tenerlo presente en la escuela: en Infantil, Primaria lo importante es que los estudiantes, en paralelo al progreso en otros importantes campos y asignaturas, deben comenzar a aprender a leer (con muchas palabras nuevas) para comenzar cuanto antes a aprender leyendo en Primaria y en Secundaria. No nos vamos a enzarzar en un estudio teórico sobre la necesidad, acuciante hoy, de más horas dedicadas a la lecto-escritura, lectura y al aprendizaje de las habilidades orales que, siguiendo a Walter J. Ong, denominaremos habilidades en oralidad narrativa. Pero hemos de mencionarlos. Son temas absolutamente capitales en las escuelas que se inician con la conciencia fonológica en educación Infantil (donde la oralidad, las palabras deben abundar), seguida de la decodificación en Primaria, que conducen, de la mano del aumento del vocabulario a la auténtica comprensión lectora que está en el centro de todos los pasos en aprendizaje de un Sistema Educativo que se quiera coherente. Ahí está la equidad educativa de verdad: subir al tren de la comprensión lectora a todos los estudiantes, como señala PIRLS y PISA.
Profesores con libros y con narrativa
Pero parece que hay otras prioridades en la educación constructivista presente en tantas escuelas: aprendizaje activo, colaborativo, construcción del conocimiento, resolución de problemas, transversalidad, equilibrio emocional, aprendizaje lúdico y experiencial. Y un profesor catalizador que todo lo facilita y al que a menudo veo muy callado. A veces escondidos todos (estudiantes y profesor) detrás de la pantalla. Estos campos mencionados más arriba no están nada mal en laboratorios de ciencias, de matemáticas, en excursiones, en visitas culturales, en las actividades extraescolares, en el huerto de la escuela. Pero estos métodos no pueden arrasar con todo. Está muy bien el saber hacer, pero creo que antes va el saber. Saber en qué mundo vivimos, de dónde venimos, las básicas nociones de geografía, historia, literatura (ciencias naturales y sociales en Primaria) presentes en los libros y en la voz del maestro. Los profesores con oralidad narrativa son aquellos que se explican bien, que empiezan por el principio, desarrollan su saber, encadenan los argumentos y acaban proponiendo unas conclusiones que se pueden convertir en práctica. Son narradores del saber. Y una buena práctica es que los niños lean la lección, copien a mano -si he dicho copien- párrafos del texto de estos libros y expongan en voz alta lo que han aprendido ante sus compañeros acompañados atentamente por el maestro. O preparen un dictado para el día siguiente. Y ejercicios de caligrafía. Y una práctica es ir a la biblioteca, con mucho silencio, a leer un libro elegido. Y una práctica es escribir una redacción sobre la excursión del último día para leerla en voz alta. Y una practica es defender las propias percepciones sobre un libro recién leído en un improvisado club de lectura con la inestimable moderación del profesor. O un debate en Secundaria. Finalmente, una práctica es ir a la biblioteca el fin de semana con los padres, o el estudiante solo, para recargar las lecturas del hogar.
Retomemos el hilo de la lengua que proponíamos más arriba: el objetivo de estas practicas y otras es fortalecer la comprensión lectora. Una comprensión lectora que atraviesa todo el currículum y que es imprescindible en Secundaria y obviamente en la Formación Profesional y en la Universidad. Solo una última anotación teórica: en este camino es imprescindible aprender a leer desde el método fonético y ya, desde hoy, comenzar a superar el método global a tenor de lo que señala la investigación en este campo. El método global no da los mismos resultados.
La comprensión lectora
Poco a poco se llega, consecuentemente, a la meta de la lectura más profunda y significativa cuando los estudiantes manejan la fluidez lectora en la que se evidencia que se va superando la mera decodificación de letras, sílabas y palabras para pasar a la comprensión de los textos complejos. Una comprensión lectora que se muestra tan evidente cuando oímos leer a esos estudiantes con un tono, un ritmo, una expresividad llena de sentido (prosodia). Ese es el camino: reconocer las palabras casi con un golpe de vista para que la memoria ensamble el contenido del texto con un propósito claro: hacerse cargo de lo qué dice, cómo y con qué objetivos. A partir de ahí se puede estudiar, profundizar y, si me apuran, aprender las habilidades más elevadas: pensar, razonar, inferir significados, ganar la inteligencia de los hechos, de los procesos, de las circunstancias y de los contextos. Y también comenzar a fundamentar las propias reflexiones de cara a ganar una autonomía en la vida: un propósito y un sentido. Una autonomía dependiente, relacional, empática y compasiva que sabe que hay que vivir con y para los otros.
Formación moral e intelectual: es decir integral
Esta es la labor de los padres y de la escuela: formación moral e intelectual. Empezar por enseñar a los estudiantes a cuidarse a sí mismos para también lograr cuidar a los compañeros y a los amigos. Y las palabras, el lenguaje es la herramienta. Para alcanzar el sentido de la vida y un propósito familiar, ciudadano y profesional. Lo esbozábamos al principio: aprender a leer, a escribir, a expresarse en público es, en este mundo tan complejo, también aprender a vivir. Un estudiante equipado con estas habilidades eminentemente humanas no nos asegura que alcanzará la conducta ética y solidaria. Es necesario convertir las lecturas, los libros, las lecciones en virtudes intelectuales y morales. Entonces somos libres para elegir el bien y equivocarnos eligiendo el mal. Manejando y viviendo las palabras adecuadas. Destaquemos un concepto griego, sofrosine, que podría traducirse como templanza. La palabra sofrosine (σωφροσύνη) proviene del griego antiguo y está relacionada con la idea de moderación, autocontrol y sobriedad. Está en la línea de la educación integral que proponía la Paideia griega desde el ideal de excelencia moral y sabiduría. En el otro extremo está la hybris, que es una palabra, también del griego antiguo (ὕβρις), que se refiere al concepto de un orgullo desmesurado y lleno de arrogancia irreflexiva que puede acabar en un desastre. Estos conceptos invitan a pensar quién soy y quién quiero ser. ¿De qué estamos hablando?: de mitología griega, de los grandes libros, de la gran literatura, de la cultura bíblica y la historia de los grandes hombres, tan humanos, como Julio Cesar o Napoleón. Y de filósofos que hablan de la voluntad de poder como criterio de vida (Nietzsche) frente a filósofos que hablan del cuidado y la responsabilidad hacia el Otro como Lévinas.
Las palabras y la transmisión del conocimiento
¿De dónde sale parte de la energía de esta tarea de aprender y vivir?: de la transmisión del conocimiento, de la cultura, de la curiosidad por el saber, del amor por los libros, de la escucha atenta, de la esperanza de proponerse mancomunadamente proyectos nuevos. La condición de posibilidad de la transmisión del conocimiento de nuevo se basa en la comprensión lectora, y en la comprensión auditiva. Existe abundante literatura en este campo en el mundo anglosajón: listening comprehension. De nuevo hay que romper una lanza a favor de una cultura más oral: radio, podcast, en el fondo el teatro, los debates, la conversación tú a tú. Ahí también nace la reflexión, la prudencia, la atención selectiva y el autodominio entendido como un verdadero acto de libertad. Pero la Escuela Nueva considera estos temas obsoletos y superados: cree solo en el hombre activo que construye su saber ex nihilo, de la nada, desde la nada. Casi la Escuela Nueva hace una apología de la ignorancia. Me parece estar escuchando el Emilio de Rousseau. ¿Y las palabras, la lectura, la narrativa del profesor más delicado? No hay tiempo para esas exquisiteces viejunas. Hay que actuar, innovar, crear (en el sentido más pobre e impulsivo de esta palabra). De hecho, Dewey se queja de que la pura transmisión del conocimiento genera pasividad. No estoy de acuerdo: la actividad que supone la listening comprehension es de una gran complejidad y actividad intelectual.
Qué propone la educación liberal
Necesitamos la escuela que recupera los clásicos de todas las épocas porque habla en otro tono. Argumenta desde el esfuerzo diario que hemos de hacer todos, padres, profesores, estudiantes, para ser un poco más sabios. Es la escuela que no improvisa y que fundamenta la transmisión de los conocimientos desde un curriculum “bien organizado, estructurado, coherente, acumulativo y gradual” para alcanzar una cultura general sólida que nos enseña a conocer el mundo y aprender desde una base contrastada. Una verdadera alfabetización cultural que nos presenta el mundo, las palabras, los conceptos, para que lo entendamos desde la geografía, la literatura, la historia, las ciencias, la lengua, los textos leídos con una atención centrada en la especificidad de cada materia para adquirir lo que se denomina el vocabulario básico de cada disciplina. Estas son las claves para elegir en la vida en muchos planos: académico, profesional, ético y cívico.
Pero el mundo del aprendizaje competencial de la Escuela Nueva, a la alfabetización cultural la considera, despectivamente, promotora de un saber enciclopédico. Señala que es una pura acumulación de conocimientos donde el estudiante no es protagonista. Por supuesto, estoy de acuerdo. El protagonista ha de ser el saber y el estudiante se debe adaptar dialógicamente al saber heredado de siglos, proporcionado por la ciencia, decantado por los sabios, presente en los libros. Ahí se inicia el conocimiento de las palabras, del vocabulario, del manejo léxico, que llega a través de la lectura, pero también de la constante escritura y de las lecciones transmitidas narrativamente con mimo y de las conversaciones más sabias (oralidad). Hay que preservar la cultura de la oralidad en un mundo tan tozudamente visual.