La dignidad no consiste en nuestros honores
sino en el reconocimiento
de merecer lo que tenemos.
-Aristóteles-
Se cuenta de san Alberto Magno, maestro de Santo Tomás de Aquino, que al presentarse ante Urbano IV, el Papa le pidió que se levantara, que no soportaba verle de rodillas. El sabio dominico a quien la Iglesia le otorgó el título de Doctor Universal, por su saber, santidad y ciencia, contestó:
─ Santo Padre, estoy de pie, es que soy muy bajo…
─ Hijo ─repuso el Papa─ ya quisiera yo estar a vuestra altura…
Somos demasiado inclinados a juzgar a los demás por las apariencias. Y las apariencias engañan: «Por sus frutos los conoceréis», nos ha dicho Jesús en Mateo,7,20.
Es muy cierto el dicho clásico: El hombre es tan alto como sus obras, y tan bajo como sus pasiones.
Y a nosotros mismos también nos valoramos por apariencias. Así, muchas veces, estimamos lo que hacemos por lo que, en sí, tiene poco valor: su brillo o su resonancia, el aplauso que suscita…
El éxito de los hombres no se mide por los resultados inmediato, por el dinero que acumulan, sino por el resultado de sus obras.
¿Qué criterio uso para valorar lo que hago, el criterio de Dios o el criterio de la gente? Como Decía Tomás de Kempis: eres lo que eres ante Dios.
La estatura de las personas no se mide en centímetros, se mide en obras. Obras impulsadas por un corazón humano hecho a imagen y semejanza de Dios.
¡Ojalá estemos a la altura que Dios espera de nosotros!