Plácido Domingo ha estado siempre impresionado por la figura de Juan Pablo II. Continuamente repite que no ha conocido a nadie como él. Desde luego, a poco que uno se ponga a profundizar en su vida, en su obra y en su trato con los demás, se da perfectamente cuenta que su ejemplo constante y tenaz -nada ni nadie le apartaba de Dios-es uno de los más indicados para alcanzar la santidad. Destacaba en muchas facetas, pero sólo una era la persona, una el alma pionera de un hombre que logró conmovernos como nadie, que zarandeó al mundo, que abrió de par en par las ventanas y las puertas de la Iglesia. Su personalidad era sorprendente. A nadie dejaba indiferente. A nadie deja indiferente. Porque un hombre así no muere nunca. Un santo así -místico y docto y siervo de los siervos de Dios- es constante referencia para todos.
Su faceta de artista no es la menor. El amor por la literatura, por el teatro, por la poesía. La poesía como atajo hacia Dios. Liturgia de signos y metáforas y ritmo. Como búsqueda y acción de gracias. Poesía, Belleza: esencia y sustancia de Dios. La poesía como fruto de la oración, del enamoramiento, de la intimidad con el Señor y con todas las realidades humanas. Poesía como vocación. Por eso no es de extrañar que el tenor Plácido Domingo se conmoviera en su momento con algunos de los poemas del libro Tríptico Romano, último de los libros poéticos de Juan Pablo II (Universidad Católica San Antonio, Murcia 2003). Y quisiera hacer de ellos cántico, música… El resultado está al llegar.
La vocación poética no era en Juan Pablo II algo accidental. En ella está implícita una hermenéutica radical del amor que le consume, en un compromiso total con la Verdad y con la Belleza. En la Carta a los Artistas escribió: “Efectivamente, toda intuición artística auténtica va más allá de lo que perciben los sentidos y, penetrando l arealidad, se esfuerza por interpretar el misterio escondido”. Juan Pablo II ve en la belleza que las palabras enhebran al verso, el preludio del amor de Dios. “Magnificat (El Himno)”, poema de 1939, tiene un significativo comienzo: “Glorifica, alma mía, la Majestad de Dios, / Padre de la bondad y de la gran poesía”. Su creencia es pues su poesía.
Tríptico Romano es, fundamentalmente, evocación de Dios, meditación. En sus versos nos encontramos con influencias bien precisas: desde la Sagrada Escritura hasta la mejor tradición poética polaca (con contemporáneos suyos de la talla de Wislawa Szymborska, Czeslaw Milosz o el Bialoszewski de Misticismo para principiantes), pasando por la mística de su amado Juan de la Cruz o la poesía grecolatina. Desde la atalaya de su fe reflexiona poéticamente sobre la belleza última de la Creación, sobre el Juicio Final, sobre el largo peregrinar que es la vida del hombre. Desde esta perspectiva contemplativa su visión es toda una revelación para el lector, que participa desde estos versos no sólo de la vida interior del poeta si no de la misma intimidad de Dios. Bien podría estar presidido todo el conjunto por aquel verso griego que cita San Pablo: “En Dios nos movemos, vivimos y existimos. Verso que el Papa-poeta cita en el poema Epílogo del segundo movimiento.
El libro está dividido en tres partes, que se adivina como homenaje explícito a la Trinidad. La primera, “Arroyo”, es un canto a la naturaleza y a la relación de los hombres con ella y con su Creador. La segunda, “Meditaciones sobre el libro del Génesis en el umbral de la Capilla Sixtina”, se me antoja la más conseguida, donde el lugar y sus imágenes son cifra de la misma presencia de Dios, donde el tiempo y el espacio se difuminan en el cántico de su visión. En la tercera parte, “Monte en la región de Moria”, la historia de Abraham es alegoría de nuestra misma historia, meditando sobre el destino del hombre y su libérrimo final.
Tríptico Romano fue -y es- un testamento, un himno, un intuitivo texto sobre el que merece la pena reflexionar, y que me hace recordar unos versos de Czeslaw Milosz: “Desear la buena poesía y no alcanzarla, / comprender tarde su sentido redentor: / esto y sólo esto es una salvación”. Porque toda poesía tiene su poso de oración.
Pd. La traducción de Bogdan Piotrowski es realmente buena.