En el Proyecto Raquel ayudamos a las personas a superar el duelo perinatal, a normalizar la relación con su hijo perdido (abortado de forma espontánea o provocada) y a entregarlo al Señor de manos de María. Esta fase del proyecto Raquel es muy importante, puesto que el duelo perinatal es un duelo prohibido y por lo tanto muy difícil de superar. Al pensar en aquellas familias que han perdido un familiar en esta pandemia me he dado cuenta de las similitudes entre el duelo perinatal y el duelo del coronavirus porque son duelos prohibidos y por lo tanto especialmente duros e incomprendidos y que pueden convertirse en patológicos.
El duelo perinatal, es decir, el que sufren las personas que pierden un hijo antes de nacer o en las 24 horas siguientes al parto, tienen unas características especiales frente a cualquier otro duelo.
- El no reconocimiento de la sociedad.
En el aborto espontáneo la sociedad no niega la existencia de un embarazo que no ha llegado a buen término, sino que niega la existencia de una relación entre los padres y familiares con el bebé y despersonaliza al bebé, sobre todo en las primeras etapas del embarazo.
En el aborto provocado la sociedad niega la existencia misma del bebé
- Incomprensión
A veces en el aborto espontáneo el entorno quiere ayudar, pero la falta de conocimiento y una serie de creencias erróneas hacen que algunas frases de consuelo no sean las más adecuadas. Es frecuente la frase: «Eres muy joven, ya tendrás otro», etc., buscando aliviar el dolor desde la buena voluntad y animar a quien está sufriendo. Sin embargo el mensaje que reciben los padres es que se está minimizando su dolor y despersonalizando a su hijo, que nunca podrá ser sustituido por otro.
Si en aborto espontáneo podemos hablar de esta desautorización y minimización del duelo, cuanto más en un aborto provocado, puesto que el duelo no solo es ignorado sino que está prohibido, y lo está, puesto que aceptar que hay duelo perinatal supone que hay un bebé que ya no esta
No sólo no le está permitido quejarse de la pérdida del bebé a las madres que han abortado, sino que cuando lo hace son juzgadas «fue tu decisión» y su hijos cosificados «solo era un montón de células»
- Imposibilidad de despedirse del bebé.
Es fundamental poder despedirse del ser querido, lo necesitamos, necesitamos expresarle de alguna manera lo que esa persona ha significado para nosotros haya vivido 9 semanas o 90 años.
Cuando los padres de un bebé con una discapacidad o enfermedad que supone que no va a vivir más allá de unas horas siguen adelante con su embarazo y pueden finalmente despedirse de él, tenerlo en sus brazos, manifestarle su cariño, bautizarlo… la pérdida sin duda es dura pero más llevadera. No he conocido a nadie que no valore como lo más precioso esos momentos que ha vivido con su bebé y el haberse podido despedir.
- Carencia de objetos:
La tenencia de objetos que han pertenecido a la persona, fotografías suyas nos ayuda mucho a pasar el duelo. Parece que simplemente aferrarnos a algo que ha sido suyo y que incluso aún mantiene su olor nos conforta. Dice el cardenal Bellagua: «Cuando un niño muere antes de nacer o a muy temprana edad, los padres carecen del consuelo que traen los recuerdos de sus pertenencias, fotografías… A menudo ellos no han tenido la oportunidad de expresar la totalidad de su amor por el bebé, que tal vez solo han reconocido sentir después de su muerte. No es de extrañar que puedan sentirse agobiados por sus emociones e inclusive cuestione su fe en la bondad y en la misericordia de Dios»
- Carencia de rituales:
Cuando hemos perdido a alguien querido estamos tristes y los rituales nos permiten canalizar el inmenso dolor que la ausencia de esa persona provoca en nosotros.
En el ritual de exequias no sólo canalizamos el dolor sino que la confianza en la misericordia de Dios y el la Vida Eterna nos da esperanza y consuelo.
- Carencia de un cuerpo que velar y una tumba que visitar.
Cuánto dolor causa en los padres de un bebé no nato el que no se tenga el respeto debido al cuerpo de su hijo, que no se les permita velarlo y enterrarlo y que comparta suelo sagrado con toda su familia.
Pienso ahora en las similitudes con esta situación que están viviendo los familiares de tantos miles de personas fallecidos por el coronavirus, se les está negando todo aquello que ayuda a superar la perdida.
No pueden despedirnos de ellos ni velarlos, no saber a veces ni dónde está el cuerpo, tardar días en recibir unas cenizas sin ni siquiera tener la oportunidad de haberlos enterrado, quizá junto a sus padres o a su cónyuge, ausencia de funeral salvo como mucho tres personas, imposibilidad de ir a su casa a recuperar algunos recuerdos…
Creo que tampoco se les está dando un reconocimiento social, puesto que no existe ni luto nacional y en los medios de comunicación se oculta por sistema la muerte. Las víctimas dejan de ser personas y solo son cifras, frías, descarnadas, números en esa maldita «curva» que parece que siempre se va a aplanar pero todavía no.
La muerte de un ser querido lleva siempre aparejado un gran dolor, eso no podemos evitarlo, la separación duele, pero sí podemos darle sentido, anunciando la esperanza de la Vida Eterna y de la Resurrección y sí podemos aliviarlo dando a cada fallecido su dignidad como persona y no sólo como «contagiado» y permitiendo a los familiares que puedan despedirse de sus seres queridos y vivir su pérdida y su duelo como se merecen.