Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio
del día
Para empezar: En todo momento tenemos la oportunidad de vivir en Dios, de tratar en intimidad con él. La oración es una ocasión privilegiada para ello, inténtalo. Él está contigo, dentro de ti, esperando con amor. En silencio entra y cierra las puertas de tus sentidos…, calla y…
Lee despacio el Evangelio: Lc 18,914
Jesús dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos, y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.’ El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.’ Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Contemplar…, y Vivir…
>Ante la enseñanza dada por Jesús a propósito de orar siempre sin desfallecer, contemplada el domingo pasado, unos pocos quedaron molestos: eran algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos, y despreciaban a los demás. Cuanta prepotencia, ¿no? Considerarse justo, o sea, bueno y santo, y además, que eso le lleve hasta el punto de confiar en sí y despreciar a los demás es lo más egolátrico, o demoníaco, que puede existir. Con esa actitud no se puede orar a Dios. ¡En absoluto! Pues no debía ser tan raro entre los fariseos, cuando Jesús crea una parábola muy clarita para hacernos ver con qué actitud hay que estar ante Dios, de qué modo íntimo dirigirse a él en oración. Y yo: ¿me creo bueno y justo ante Dios y los demás? ¿Confío sobre todo en mí y nada, o muy poco, en los demás? ¿Los tengo en menos e incluso los desprecio? Necesito ante todo pedir perdón a Dios en serio y cambiar de actitud. Después podré empezar a seguir a Jesús.
>Dos hombres subieron al templo a orar.
>Uno era fariseo: el que se cree modelo de hombre religioso y biempensante: el que ya lo tiene todo, todo lo hace bien, no necesita más. Dios debe escucharle y responderle, porque cumpliéndolo todo, tiene méritos y derechos adquiridos. Éste es el gran peligro del cumplidor: tiene méritos y derechos; Dios mismo tiene que cumplir con él, hasta darle incluso lo mejor: la salvación. Por eso ora de este modo: El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.’ Exteriormente, erguido, y en su interior, con una acción de gracias falsa y prepotente, pues está carente de toda verdad: no quiere ser como los demás, y los señala claramente con palabras bien concretas y malsonantes. Lo que el fariseo hace es un tipo de monólogo con su ego, fundamentalmente se habla a sí mismo. Está en el templo a pecho descubierto frente a Dios, como diciendo: aquí estoy yo, ya lo ves, a ver que me vas a dar o hacer conmigo, espero lo mejor. Cumplo con todo lo que hay que cumplir. Pero sin pizca de amor a Dios y al prójimo. Así, ni es escuchado por Dios, ni va a obtener de Él tan siquiera la salvación. Jesús se lo está enseñando claramente. Y a mí, ¿qué me enseña?
-Me meto dentro de la escena: trato de ver a la persona, mirar lo que hace, oír lo que dice… ¿Cómo resuena en mi interior? ¿Qué me dice o sugiere? ¿Algunos de esos rasgos me reflejan? Cuando me pongo a orar, ¿cuál es mi postura, mi actitud interior, mis palabras? ¿Oro a veces por cumplir un poco?... Ante Dios, ¿no será más elocuente el silencio que la palabra?
>El otro, publicano: éste es un malvisto por los demás, cobrador de impuestos y por eso mismo pecador, alejado de Dios, etc. ¿Cómo ora?
Quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.’ Todos sus gestos externos son auténticos porque reflejan y expresan el sentido hondo de su simple y esencial oración: ‘¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.’ Sin más, va directamente al grano: invoca directamente a Dios, (al verdadero Señor, creador y Padre), le pide compasión (¡nada menos!), reconociéndose pecador (¡la gran verdad personal que nos hace humildes y gratos a Dios). Sin que nadie le vea porque se ha puesto detrás, al fondo del templo, muy consciente de la zanja profunda que media entre él y Dios, se golpea el pecho como signo claro de arrepentimiento, y repite interiormente su breve e intensa oración, llena de verdad y de vida: está claro para él que la mejor manera de acercarse a Dios, hablarle, suplicarle, etc., es confiar en la misericordia divina, lo demás sobra.
-Te lo aconsejo mucho: aquí también hay que meterse dentro de la escena y al lado del publicano: miro lo que hace y escucho en mi interior su sencilla oración: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. ¿Cómo me resuenan a mí esas acciones y actitudes? ¿No me dicen nada o tal vez mucho? ¿Qué y por qué?... Y en silencio, trato de orar con la oración del publicano. Es una oración que ha hecho grandes orantes y penitentes, servidores de Dios y de los demás. ¡Por algo será!
>Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. La enseñanza final que hace Jesús es clara y contundente: la oración del fariseo, tan piadoso, justo y arrogante no puede ser escuchada; de hecho, volvió a casa peor que antes. La del publicano, sí; y de inmediato: volvió a casa justificado por Dios, es decir, perdonado y declarado justo, gratuitamente salvado. Esto es lo mejor y más grande que nos puede venir de Dios y solo de Él. Qué impresionante, ¿no? Y esto ocurre a todo aquel que se acerca a Dios con esa actitud sencilla, humilde y llena de confianza y amor, que es la oración del publicano y ha de ser siempre la nuestra. La visión y el modo de hacer de Dios son muy distintos a los nuestros. Para reconocerlo hay que ser muy humildes. Por eso que Jesús remata la enseñanza de la parábola con este final: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
-¿Cómo es mi oración? ¿Tendré que aprender a orar de nuevo? Lo intento. Ganaré tiempo y gracia. Relación verdadera con Dios y amistad de comunión con Él. Para no olvidar: En la oración, estamos delante del Señor que nos ofrece su misericordia y su amor sin imponernos condición alguna.
Para terminar: Comparte confiadamente con el Señor alguna de las inquietudes que te haya dejado esta contemplación… O los sentimientos más hondos que hayas percibido en ella… Y hazlo como un amigo lo hace con otro amigo… ¡Y da muchas y humildes gracias a Dios!
Durante la semana sería muy bueno que te acercaras al templo a orar, es decir, dedicar algún tiempo gratuito al Señor para situarte ante Él con un corazón humilde que reconoce a Dios como el todo de tu vida, al tiempo que tú te reconoces pecador perdonado y amado por Él.