¿Cambiará el mundo después del coronavirus?
Esta pregunta puede afrontarse desde diferentes perspectivas: a nivel global, a nivel social, a nivel personal… pero es algo que todos nos estamos preguntando, sobre todo desde que se acuñó la expresión “nueva normalidad” o desde que los sanitarios nos advierten de que este virus se quedará con nosotros y no va a pasar sin más. Abordemos la cuestión, desde las diferentes perspectivas, empezando por el principio.
El origen del virus
Sobre él hay dos teorías. La primera dice que es un virus zoonótico, que ha pasado a través de los animales a las personas, probablemente al consumir carne de animales infectados, propiciando así la versión humana del Covid-19. Otros estudios apuntan a que se trata de un virus de diseño, generado en un laboratorio, ya que en su secuencia genética aparecen trazas del SARS, del ébola y del VIH ensambladas de una manera que no parece posible que se produzca simplemente por mutación[1]. En el foco de origen, Wuhan, existe un gran laboratorio bacteriológico, en el que algunos señalan que podría haberse dado lugar al nuevo coronavirus. Por otra parte, las autoridades chinas han acusado a Estados Unidos de importar el virus a China durante las olimpiadas militares de octubre de 2019[2]. A su vez, Estados Unidos acusa a China y a la OMS de negligencia pactada para provocar la extensión del coronavirus[3]. El Covid-19 es un coronavirus del que sabemos poco debido a los pocos experimentos que se han hecho. Al comienzo se dijo que era como el SARS y el MERS, pero los últimos estudios tras las autopsias realizadas en el norte de Italia apuntan a que no actúa sobre el desarrollo pulmonar sino sobre el vascular.
La tensión internacional
El Covid-19 se ha extendido rápidamente por el mundo. Esto ha llevado a algunos países a tensiones políticas internas y a crisis económicas que no han hecho más que empezar. La retirada de las ayudas económicas por EEUU a la OMS y el clima de crispación entre éste país y China se tensa por momentos. Las posibles soluciones a la expansión del virus que se han propuesto van desde la geolocalización, a la implantación de un chip capaz de autodiagnosticar al portador, al uso obligatorio de vacunas aún no desarrolladas, hasta el uso de nuevos medicamentos cuya eficacia se debate. Los cierres de fronteras, la ruptura de relación entre países, la sospecha sobre China y la OMS, la retención de material sanitario por parte de algunos países, la poca transparencia de la gestión de la crisis a nivel global, están extremando las tensiones internacionales en una dirección en la que es difícil saber cuál será la resolución.
A esto se une el descontento de la población civil en varios países, junto a la proliferación de bulos, pero también a la censura en las redes sociales hacia ciertas informaciones y estudios que se han vuelto inaccesibles al internauta, dificultando así que haya otros métodos de conocer lo que está sucediendo que no sean los medios de comunicación de masas. China se revela como el gigante económico asiático capaz de devorar la economía occidental, y más después de la crisis que se avecina. Muchos han hecho notar lo poco que ha afectado el Covid-19 a China a pesar de ser el lugar de origen, mientras este virus azota a Estados Unidos de un modo masivo, y a otros países occidentales. Si se descubriese que el virus es de creación china, la tensión entre Oriente y Occidente aumentaría al máximo; y si se descubriese que su expansión ha sido provocada, no sería descabellado pensar que EEUU lo tomaría como una declaración de guerra. Si, finalmente, se descubriese que la OMS forma parte de este complot, asistiríamos quizá al derrumbamiento de la Unión Europea, cuyas estructuras podrían perder la confianza de los países miembros, lo cual llevaría a una crisis económica aún mayor de los países más afectados por el coronavirus.
En este marco, no faltan quienes aseguran que el Covid-19 entra dentro de los propósitos de la OMS, Planet Parenthood y la fundación Gates para regular la población mundial y hacerla disminuir. Los ancianos serían el segundo objetivo, tras haber conseguido ya el primero, que es la reducción de la natalidad, a partir de la mentalidad anticonceptiva y contraceptiva. En efecto, la incidencia de la mayor mortalidad por parte del nuevo virus se dispara a partir de los 70 años. Hay quienes incluso plantean que esta mortalidad de los ancianos por parte del Covid-19, que en muchos lugares se ha dado al mismo tiempo que la introducción de leyes sobre la eutanasia, no haya sido una casualidad, ya que a medio plazo supondrá un ahorro de pensiones y atención sanitaria a las administraciones gubernamentales.
En caso de que esta situación derivase en una tercera guerra mundial, esta no sería de las características que hemos visto en el siglo XX. Si el Covid-19 es un arma bacteriológica, ya estaríamos sumergidos en esa guerra, cuyo objetivo sería económico y político; es decir, sería una lucha por manejar la economía mundial y el poder político global. Se trataría de una compleja guerra con un entramado de espionaje, ciber ataques, armas bacteriológicas, uso de las redes de comunicación, y otras cosas que no podemos ni imaginar. Sería una guerra sin declaración formal, sin frentes, sin bombas ni armas de fuego. A no ser que los pueblos islámicos radicales aprovechasen la situación global para tratar de hacerse con el control en Europa o Asia, lo cual sí derivaría en guerras locales y terrorismo. Si la tensión internacional no se resuelve de un modo pacífico, el horizonte es incierto. Si a esto sumamos la animadversión ideológica entre los países comunistas y los capitalistas, el resultado no es más alentador. Corea del Norte y otras potencias podrían con facilidad formar un bloque. El equilibrio político y económico internacional no podría ser más frágil.
La crisis económica
Aún en el supuesto – quiera Dios – de que las tensiones internacionales no se resuelvan beligerantemente, se avecina una crisis económica que azotará – dicen algunos expertos – de un modo más contundente que la de 2018, por supuesto, a unos países más que a otros. La reacción en cadena de esta crisis llegaría a afectar a la economía global, sobre todo del “sur del mundo”: hispano – américa, África, los países islámicos en vías de desarrollo. En efecto, la inmigración – legal e ilegal – de estos países a los países europeos han ligado sus economías de un modo inevitable, máxime cuando los inmigrantes trabajan en economía sumergida. Ellos son los primeros azotados por esta crisis, ya que vivían con lo justo para cada día y pendientes de trabajos puntuales que le permitiesen ingresos en dinero negro. Con la paralización de la economía de los países y el confinamiento, estas personas han perdido su fuente de ingresos y se han visto abocados a vivir en la calle o a la mendicidad; algo que ha sucedido también, aunque en menor medida, con los no migrantes. El impacto del confinamiento, el cierre de pequeñas y medianas empresas, el traslado de sedes internacionales y la desconfianza entre países generada por la crisis del Covid-19 generará posiblemente un empobrecimiento de no pocos países europeos, seguida de un empobrecimiento de los países del sur del mundo; es decir, un empobrecimiento global. Obviamente, como sucede siempre, las máximas potencias económicas saldrán fortalecidas, y dentro de ellas las grandes empresas acumularán más capital mientras aumenta la clase baja ante la quiebra de las pequeñas economías.
Esto se resolverá en la petición de préstamos internacionales, cuyas concesiones y condiciones serán determinantes en el futuro del mundo. Una mala o perversa gestión de esta crisis económica podría conllevar el descontento de la población y el resquebrajamiento de las estructuras que amalgaman los países de Europa y de América del Sur, junto al debilitamiento de las relaciones internacionales, por un lado, y al afianzamiento de las dependencias de unos países respecto a otros a causa de los problemas económicos, las deudas y/o las alianzas ideológicas internacionales. Ni que decir tiene que el aumento del descontento entre la población en general podría conllevar disturbios cuya magnitud y consecuencias son por ahora imposibles de proyectar.
Un aumento de la pobreza, o por ser más precisos, un aumento de las distancias entre ricos y pobres no auspicia un camino de buenas soluciones. Abocaría o a una contienda global, que a su vez conllevaría un mayor empobrecimiento del mundo, o, paradójicamente, a una solución global que pasase por un gobierno mundial, como es el deseo explícito de ciertas fuerzas contemporáneas. Este desenlace es, a mi parecer, el más probable. Las consecuencias de este gobierno global serían muchas, pero no es este el momento de acometerlas.
Cambios sociales
Por descontado, los cambios sociales seguirían connaturalmente a los económicos con un aumento de las clases bajas, el empequeñecimiento o desaparición de las clases medias y el auge de las clases altas, cada vez más ricas, elitistas y menos numerosas. A nivel nacional esto podría ocasionar revueltas de tipo social – comunista, otro tipo de revueltas según, o la asunción narcotizada de la nueva situación, típica de la mentalidad posmoderna. En cualquier caso, no parece que las soluciones puedan proceder de los gobiernos nacionales, y todo apunta a una mayor globalización, no fundada en principios filantrópicos o intereses comunes, sino forzada por una necesidad a causa de la crisis.
A un nivel más personal, el coronavirus, con su riesgo objetivo sumado a la paranoia subjetiva, nos hará extremar las medidas de precaución. Esto hará que normalicemos el uso de mascarillas, la distancia física y el miedo ante síntomas sospechosos. La distancia física conllevará inevitablemente un distanciamiento social, en el que las relaciones cotidianas se volverán presumiblemente frías y lo más escasas posibles, llevando así a un cierto aislamiento social. Podríamos pasar de un paradigma de “vivo en sociedad salvo cuando estoy en casa” a un paradigma de “vivo aislado salvo cuando no tengo más remedio que relacionarme”. En este mundo las relaciones virtuales probablemente crecerán exponencialmente, con todo lo que ello conlleva. Efectivamente, las relaciones virtuales conllevan una despersonalización que reduce el contacto humano a algo mediado y exclusivamente audiovisual, con la deshumanización que según los últimos estudios esto conlleva[4]. Esa virtualización unida a la monitorización propuesta como solución a futuros problemas sociales y sanitarios, podría convertirse en una vulneración de la intimidad de las personas, ejercida sin control ni límites, además de empobrecer considerablemente las relaciones sociales, y por lo mismo, a las personas. En este contexto la tecnocracia ganaría cada vez más terreno, y quizá la robótica podría experimentar un auge, facilitando la evitación del contacto humano, como ya se ha visto en algunos países, como por ejemplo Singapur[5].
Si el actual modo de vida industrializado ya nos ha llevado a una despersonalización de las relaciones, y a un gran individualismo, el aumento de la distancia física y del distanciamiento social generaría una población aún más despersonalizada e individualizada, y, por lo tanto, con unas carencias a nivel emocional que necesitarían de alguna forma de compensación. Es imposible saber si el mismo Estado pretendería abarcar también esta dimensión de la vida humana, o si cada persona buscaría su propio método. Dependiendo del miedo que reine en la población en general, a su vez alentado o no por los medios de comunicación de masas, podría darse también una rebelión contra estas distancias sociales. Todo ello estaría condicionado a la aparición de nuevas enfermedades, al encuentro o no de una vacuna al Covid-19 o a las medidas constrictivas que los Estados pudieran ejercer. El empobrecimiento de una vida aún más individualista y privada del contacto social, unida a la desaparición de la familia como núcleo básico de la sociedad, podría conllevar individuos aislados cada vez menos humanos, y por lo mismo, menos preocupados por los demás.
¿Realidad o ficción?
Las distopías que se han hecho famosas en el mundo literario y cinematográfico de la posmodernidad podrían llegar a hacerse reales, o incluso es posible que la realidad supere la ficción. Una posible Tercera Guerra Mundial, con el uso quizá de bombas atómicas por parte de los bloques más radicales podrían dejar un mundo mermado y contaminado. Un control férreo sobre la población en nombre de la salud podría dar lugar a auténticas dictaduras aceptadas, soportadas o combatidas por la población. El miedo a la enfermedad podría trastocar totalmente nuestros usos sociales y aumentar la distancia física y emocional entre las personas. La tecnología podría convertirse en la nueva forma de dominio. Un gobierno mundial no es algo descabellado hoy en el horizonte internacional. Una nueva forma de guerra podría estar ya en las trincheras de nuestra vida cotidiana. La radicalización de las posturas ideológicas o religiosas (como el Islam) podrían llevar a convertir el mundo en un lugar inhóspito. Las revoluciones, alentadas en nombre de la libertad o de la ideología, podrían devastar el tejido social de nuestro mundo. El férreo propósito de controlar la población mundial podría llevar a formas de dictaduras indirectas que dejarían en penumbra las alumbradas por la ciencia ficción. La monopolización de la información a través de internet es una realidad que en un cierto sentido ya se asoma a nuestro mundo a través de la censura en nombre de la evitación del pánico, de los bulos y de las teorías conspirativas.
Todo esto podría suceder. Hoy en día son factibles cosas que hace un año parecerían estar a años luz de nosotros, o que incluso nos parecerían imposibles. La mezcla del miedo, la enfermedad, los intereses políticos y económicos y los poderes ocultos podría llevar a nuestro mundo a una situación sin precedentes cuyo desenlace es imposible de precisar. Esto no es ciencia ficción. Pero tampoco quiere decir que vaya a suceder necesariamente…
La humanidad siempre sorprende
No he querido pintar un cuadro sombrío ni exagerado. Todo lo que he dicho es posible. Puede que algunas cosas sucedan, y otras no. O puede que la humanidad reaccione de otro modo. Nuestra confianza en los poderes políticos, económicos e ideológicos no puede ser más baja. Podríamos, ciertamente, caer presas de un mesianismo al aparecer un sistema que se auto propugnase salvador del mundo a precio de nuestra libertad. Esta posibilidad ya no es distópica. “Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia”[6].
Pero el mundo nos puede sorprender. Empezando por la naturaleza. ¿Quién sabe cómo reaccionará contra el virus? Nuestro sistema inmunológico lleva millones de años luchando contra microorganismos invasivos a los que ha desalojado con éxito. ¿Quién sabe cómo reaccionará la gente, al ver los peligros que se avecinan? Puede que haya reacciones espontáneas, acéfalas o lideradas por personas influyentes que equilibren la balanza de modos impensables, como sucedió con Gandhi en la India. Puede que las tensiones se resuelvan del mejor modo posible, que las ansias de poder se calmen y cedan al sentido común, que la humanidad, harta de la violencia, el control y el miedo, reaccione en nuevas propuestas humanistas que pongan de nuevo a la persona integral en el centro de la vida. O puede que se dé una vía media entre todas las posibilidades, y que el destino de la humanidad no sea fatal.
Porque el ser humano es libre. Y la libertad es sorprendente. Hay un poder en la historia que escapa al control y a la manipulación de todos los poderes: el de la libertad humana. Siempre puede sorprender. Y hay otro poder, el poder final, el poder de Dios, que rige la historia de un modo inescrutable sin permiso del cual nada sucede. Este poder es capaz de cambiar los acontecimientos de la historia de un modo inesperado, a través de las personas más aparentemente insignificantes de nuestro mundo. El Espíritu recorre la historia, y esta no avanza de un modo azaroso, ni tampoco avanza hacia el triunfo del mal. Se precipita hacia el triunfo del bien, que, en cualquier caso, “no se realizará mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal”[7].
¿Qué nos toca, pues, hacer a los cristianos? Orar y luchar por la justicia, esperándolo todo de Dios y poniendo todo de nuestra parte. Quién sabe si no será este el tiempo en que la Iglesia encabezará una revolución espiritual que lleve a poner la humanidad, la dignidad y la libertad en el centro de las aspiraciones mundiales, frente a la dictadura del miedo. En cualquier caso, estemos despiertos, no nos desesperemos y no nos cansemos de luchar. “A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 7 – 8).
[1] https://www.lavanguardia.com/internacional/20200419/48600740779/coronavirus-nobel-frances-montagnier-manipulacion-virus-sida.html
[2] https://www.businessinsider.es/china-acusa-estados-unidos-llevar-coronavirus-wuhan-599735
[3] https://www.elmundo.es/internacional/2020/05/19/5ec3c7e9fdddffd85c8b4643.html
[4] https://www.abc.es/familia/educacion/abci-formacion-online-y-deshumanizacion-riesgos-post-covid-19-202004300121_noticia.html
[5] https://www.xataka.com/robotica-e-ia/singapur-han-puesto-a-robots-boston-dynamics-a-vigilar-que-se-guarde-distancia-seguridad-parques
[6] CCE 676.
[7] CCE 677.