Hay cosas que muchos sabemos pero que son difíciles de demostrar. Incluso, si las dices, te llaman paranoico y te etiquetan entre los adictos a la teoría de la conspiración, a los cuales se les llama con desprecio “conspiranoicos”. Me refiero a la campaña de la ONU para crear una religión mundial que dé satisfacción a las necesidades religiosas de los seres humanos, pero que no interfiera con el nuevo orden global que los que mandan han decretado que se imponga. En esta agenda está incluido un paquete que tiene distintos ingredientes: ideología de género, aborto, liberalismo sexual, derechos LGTB, eutanasia, etc. La mayoría de las Iglesias protestantes históricas han claudicado ya. Las sectas están tan fragmentadas y apegadas al dinero, que no les preocupan. Se mantienen firmes la Iglesia ortodoxa y la católica. De estas dos, la segunda es quien más les inquieta. Por eso, su máximo objetivo es conseguir que la jerarquía católica se doblegue y acepte ese paquete o, al menos, que se ponga de perfil y no moleste, renunciando a criticar leyes que van todas en el mismo sentido. Llevamos décadas con esta lucha.
Ahora, una filtración, de eso que se llamó “wikileaks”, nos ha permitido tener una prueba de lo que ya sabíamos. No por eso van a dejar de insultarnos, pues el insulto y la denigración es su arma favorita después del crimen (ahí está el aborto para demostrarlo). Pero al menos nos sirve de consuelo poder decir que no estamos tan locos como ellos dicen. Se han filtrado unos correos electrónicos de John Podesta, jefe de campaña de la señora Clinton, a un activista de izquierda, en el que el señor Podesta reconoce que han creado un grupo para infiltrarse en la Iglesia católica y promover una escisión contra los obispos norteamericanos pro vida y pro familia. Ese grupo tiene un nombre, altisonante como siempre hacen las cosas los comunistas: “Alianza de católicos por el bien común”. No tiene nada de extrañar que el asesor de la señora Clinton piense así, pues no hace más que estar en sintonía con su jefa. Durante su mandato como secretaria de Estado norteamericana, que equivale al ministro de Asuntos Exteriores, nunca visitó al Papa Benedicto en el Vaticano, a pesar de las muchas veces que tuvo que ir a Roma y aunque la costumbre es hacerlo al menos una vez cuando se visita la capital italiana. Además, como ya dije hace unos días, son de ella estas palabras, relacionadas con el aborto: “Los códigos culturales, los credos religiosos y los prejuicios estructurales profundamente enraizados deberán ser cambiados”. “Los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales”.
Recursos coercitivos, dice la todavía candidata a ser presidenta de Estados Unidos. Es decir, de una u otra manera, represión. Una represión unida a la infiltración dentro de las estructuras de la Iglesia para minar la autoridad de los obispos y hacerles cambiar de opinión. Esto es lo que hay y, por desgracia, no es una cuestión sólo de Estados Unidos y de su actual y absurda contienda electoral. Estamos ante un problema mundial, en el que se juega no sólo la defensa de la vida y la familia, sino la libertad religiosa, es decir la esencia misma de la religión. Tenemos tres opciones: Claudicar, ponernos de perfil y hacer como si la cosa no fuera con nosotros, o seguir luchando. Los obispos norteamericanos, en su mayoría, han decidido seguir luchando.